Me senté con Frida retozando en
mi regazo a leer El sueño eterno de Raymond Chandler y, mientras lo
ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
La cosa sucedió de la siguiente
forma: yo había cumplido los quince años y estaba husmeando por la librería Taifa
de la calle Verdi de Barcelona. Recuerdo que al fondo de la librería había una
serie de mesas que contenían libros de segunda mano. En una esquina había
amontonados todos los que quería comprar: una colección completa de cómics de
Mafalda; aunque ya tenía un libro que contenía todas las viñetas, estas eran
para mí incunables publicados en Buenos Aires.