Había cosas que odiaba de él y lo acababa de conocer. Sus
ojos de tritón beodo envueltos en una masa de carne grasienta y brillante
ojeaban a la doña como babea el perro ante una chuleta cruda…
Empezaré por cómo nos conocimos, no es una buena historia,
pero el calor que golpea Barcelona es lo mejor que me ha dado. Había terminado
de escarbar en el cráneo de un cordero al horno y paseaba bajo el los rayos de
Febo que atravesaban el agujero de la capa de ozono igual que lo hacen los espermatozoides
con un condón barato, cuando decidí que el camino que andaba me tenía que
llevar a la única terraza de bar que podría estar abierta. Un tugurio insalubre
que el mismo dios había colocado bajo mi casa. Y es ahí donde estaba el
personaje. Ya les advertí que la historia no era buena, no se hagan los
sorprendidos.