El animal estaba situado a la entrada del
pueblo, esa era una discusión que había llevado largas reuniones en el pleno
del ayuntamiento, decidir si ese emplazamiento era la entrada del pueblo o la
salida del mismo. Los que vivían más cerca de ese punto siempre habían
defendido que evidentemente esa era la entrada, sin embargo los que vivían en
el otro extremo, contrarios a esa máxima aseguraban que la entrada estaba en
efecto justo donde ellos residían. Coincidía además que en el límite opuesto
donde se encontraba el animal estaba el vertedero y finalmente el ayuntamiento
decidió que la entrada de la villa no podía, de ninguna de las maneras, estar
situada junto a un basural, así que prometiendo un rebaje en los impuestos a
los habitantes de ese lugar se decidió colocar la entrada del pueblo en el otro
extremo. Así que se puede decir con total seguridad, y así lo ampara la
decisión administrativa, que el enorme animal se encontraba en la entrada del
pueblo.
El niño sostenía la pelota bajo el brazo y
miraba la ballena. Con pequeños pasos de acercó a la parte delantera del animal
y le miró fijo al ojo, como el que curiosea a través de la mirilla de la
puerta, pero no logró ver nada. Se alejó unos metros, dejó la pelota en el
suelo y se sentó sobre ella. El barrendero se acercó, miró al niño de la pelota y luego
al animal. Volvió a mirar al animal, girando la cabeza primero a la derecha y
luego a la izquierda. Le preguntó que es lo que hacía y el muchacho de la
pelota se limitó a señalar a la ballena y a hundir la cabeza entre los hombros.
—¿Qué es eso? ¿Lo has tirado tú? —el niño
movió la cabeza negativamente y luego volvió a hundir la cabeza entre los
hombros. — ¿Pero qué es?
El niño, se levantó de su pelota y se acercó
de nuevo al animal, esta vez, posó su diminuta mano sobre la piel brillante del
mamífero y miró al barrendero. Comentó con voz segura que sin lugar a dudas se
trataba de una ballena.
—¿Una ballena? Eso no tiene ningún sentido
—respondió el barrendero.
Nuevamente hundió la cabeza entre los hombros,
como el único gesto que podía explicar medianamente lo que estaban viendo. Pero
era una ballena estaba seguro.
El abogado miró al animal atravesando los
gruesos cristales de sus gafas, con los pulgares metidos en los bolsillos del
chaleco dio un par de pasos hacia adelante y luego otro par hacía atrás. El
barrendero, convencido que esa situación pondría en entredicho la limpieza del pueblo, había barrido concienzudamente
alrededor del animal. Con la el brazo en jarra y sujetando la escoba aseguró
ante el abogado que estaban ante una ballena.
—¿Una ballena? Eso es imposible.
El barrendero, habiendo terminado cualquier
explicación al respecto se limitó a señalar al muchacho que miró al abogado y
asintió con la cabeza. Una ballena seguro. El abogado no estaba seguro de cuál
era su función en ese caso, ¿Qué podía hacer él al respecto? Usted es el
abogado dijeron niño y barrendero al unísono. El jurista chasqueó la lengua, se
acercó al mamífero, lo observó detenidamente y volvió junto al dúo.
—No hay jurisprudencia.
El barrendero, intentando repetir la palabra tal y como la había escuchado, se
giró hacía el chiquillo y recriminándole haber molestado al abogado le repitió
como un hecho evidente que en efecto no había jurisprudencia.
El muchacho de la pelota negó con la cabeza,
al parecer le traía sin cuidado si existía o no jurisprudencia, lo que
realmente le interesaba era el animal, ese enorme animal que estaba frente a
él. Miró de abajo a arriba a ambos adultos y negó con la cabeza, jurisprudencia
o no tienen ustedes una ballena en el pueblo.
El abogado, se frotó las manos y luego las
cruzó en la espalda, empezó a caminar en círculos cerca de su público
improvisado y comentó que lo realmente curioso, no era que hubiese una ballena
a las afueras del pueblo, lo que resultaba curioso era que el pueblo se
encontraba a mil doscientos quilómetros de la costa, eso en línea recta, que
como bien debían saber es la distancia más corta entre dos puntos. El niño
parecía saberlo y el barrendero parecía hacer que como que lo sabía. La
distancia real, comentó el letrado era aproximadamente unos dos mil
quilómetros, cruzando la meseta por la carretera nacional, atravesando los
túneles de la cordillera, llegando a la capital de la provincia y ahí cogiendo
la autopista que les llevaba hasta la playa, en efecto no era la ballena, sino
como había llegado el animal hasta el pueblo lo que era curioso.
El barrendero miró al niño, que parecía poco
impresionado por la argumentación del abogado, y queriendo aportar su granito
de arena juró que una vez encontró una vaca muerta en una cuneta y que con
ayuda de un tractor la transportó hasta el vertedero. Ni al abogado ni al niño
les interesó demasiado la anécdota del hombre de la escoba, él lo notó y
prefirió callar y colocarse junto a ellos a observar al animal.
Desde lo que parecía su parte trasera, o al
menos así se lo parecía al niño, nunca había visto una ballena, pero si una
trucha y la parte de la cola siempre era la trasera, la ballena se alargaba al
menos treinta metros. La piel brillaba, pero el sol impertinente comenzaba a
secarla y mostrarla de un color gris oscuro, casi azul oscuro, pero sin brillo.
En el lado opuesto a la cola estaba situada la cabeza, el muchacho no sabría
decir donde terminaba la cabeza y dónde comenzaba el cuerpo, pero podía
diferenciar la boca, una enorme sonrisa que comenzaba justo en la parte
inferior del ojo. Mientras el muchacho observaba detenidamente al animal, con
mucha más atención que los adultos, la ballena parpadeó, resopló y lentamente
movió la aleta.
—¡Está viva! —gritó— ¡Está viva!
El coche de la policía llegó cuando en torno
del animal se habían reunido varias docenas de curioso, un niño que había pasado
cerca del lugar montado en bicicleta corrió a su casa y le contó el hallazgo a
su madre, ésta se lo había dicho a la vecina de enfrente y ésta a su vez a su
marido, que era el carnicero. El carnicero explicó lo sucedido a un par de
clientes y la noticia había circulado por el pueblo, haciendo que los fisgones
corrieran al lugar.
La policía, con la gorra en la mano y
colocándose la porra al salir del vehículo pidió calma y solicitó que la gente
se apartase para dejarle paso, cuando logró llegar a la primera fila de lo que
parecía un espectáculo sin igual, interrogó a los que se habían autoproclamado
portavoces de la situación. El abogado, respondió amigablemente a su colega y
apelando a su inteligencia, comentó que tal y como ella misma podía observar se
encontraban ante una ballena.
La agente que parecía haber visto por primera
vez a la ballena dio un paso atrás. Un poco asustada, pero de inmediato se
calmó, pues si alguien debía demostrar entereza en una situación como esa, era
ella.
—¡Esta viva! —le gritó el muchacho.
El barrendero recriminó al muchacho por su
interrupción y lo mandó callar con una feroz mirada. Como la policía parecía no
haber escuchado al niño aprovechó para informar a la recién llegada que la
ballena estaba viva. Opinó la policía
que una buena idea sería acordonar la zona, sabía que tenía en el maletero
cinta plástica para esas ocasiones, pero no había tenido ocasión de utilizarla
nunca, esa era una villa tranquila y los casos que había tenido que investigar eran
cosas sencillas, peleas familiares, la desaparición de alguna res. El abogado
comentó, y eso pareció molestar mucho al barrendero, que éste había encontrado
una vaca muerta y que la había depositado en el vertedero, a la policía le
pareció interesante, estaba investigando un caso de la desaparición de una vaca
y eso podía resolver la pesquisa, el que encontró la ternera, se defendió
indicando que su trabajo era liberar de basura el pueblo y preguntó que si una
vaca muerta en una cuneta no es basura, no sabía lo que era entonces. La
policía miró al abogado, que en efecto entendía el razonamiento del hombre, se
habían enfrascado en la conversación e intentaban dilucidar si esa vaca tendría
alguna relación con el caso que ocupaba a la policía cuando fueron
interrumpidos por el muchacho que sin decir nada pero mostrando su preocupación
señaló a la ballena que en efecto, seguía frente a ellos.
—No hay jurisprudencia. —Se apresuró a decir
el barrendero.
Y en efecto así era, comentó el abogado
respondiendo a la mirada interrogadora de la agente, que a pesar de que en
efecto se había encontrado una vaca muerta en una acequia, eso no tenía
relación alguna con la ballena, en primer lugar y según las últimas
investigaciones, el barrendero asentía solemne, el animal en cuestión, es
decir, la ballena, no la vaca, estaba viva, y en segundo lugar una vaca era una
vaca y una ballena era una ballena, echo indiscutible que reafirmaba su alegato
de la no existencia de jurisprudencia.
—No la hay —dijo la policía.
—No la hay—reafirmó el barrendero.
Una anciana vestida de negro y con un paquete del
cual asomaban dos orejas de cerdo bajo el brazo cruzó la plaza del
ayuntamiento, lejos del lugar de los hechos, lejos de la ballena y del tumulto,
cruzó la explanada y se metió en el edificio de la alcaldía. La puerta del
despacho del alcalde se abrió de par en par y atravesando la luz y las motas de
polvo que flotaban en el ambiente iluminado por el sol, la anciana cruzó el
bufete hasta llegar frente a la mesa su hijo. Dejó el paquete sobre la mesa y
golpeó la misma con la palma de la mano. ¿Se podía saber qué demonios (y que
dios la perdonase por blasfemar) estaba haciendo encerrado en su despacho
cuando el pueblo entero estaba velando el cadáver pescado gigante? El alcalde,
que sólo rendía cuentas ante dios y su madre, se levantó alborotado, e interrogó
a su progenitora. Mendrugo, así lo definió la viuda, tienes un animal muerto en
la entrada del pueblo, la muchedumbre lo rodea y tú sin enterarte, ponte la
chaqueta y sal pitando del despacho y ves a poner orden. No sólo rendía cuentas
sino que obedecía a su madre como el niño que una vez fue, se puso la chaqueta
y salió corriendo ante la atenta mirada de su madre, ésta recogió el paquete
que había dejado una mancha de sangre acuosa sobre la mesa y siguió al que
siempre sería el tarugo de su hijo, por muy alcalde que fuera.
Cuando el hombre seguido de cerca por su madre
llegó al lugar, pudo comprobar tal y como le había dicho su madre, que todo el
pueblo se arremolinaba alrededor de un gran bulto. Se metió entre la
muchedumbre, comprobando las miradas jocosas del quiosquero, del mecánico, de
la florista, esperando, y él lo sabía, alguna reacción de su alcalde,
probablemente una mala reacción para poder echársele al cuello.
El regidor miró al trio de adultos y le dedicó
una mirada fugaz al muchacho de la pelota, mientras recuperaba el aliento, con
las manos apoyadas en las rodillas. Cuando se recuperó simplemente abrió los
ojos esperando y reclamó que alguien le diese alguna explicación. Como parecía
que el electo no había visto al animal, barrendero, abogado y policía se hicieron
a un lado para que pudiese ver en todo su esplendor a la ballena. El alcalde
con la boca aún abierta se acercó al animal y señalándolo incrédulo pregunto:
—¿Pero esto que es?
El barrendero vio de nuevo su oportunidad y
sentenció muy protocolario que se encontraban ante un caso claro de vacío total
de jurisprudencia. Entre la muchedumbre sonaron algunas risas y alguien a lo
lejos grito que eso era un tiburón, algunos juraron que fue el chatarrero que
siempre estaba dispuesto a meter cizaña, pero no se pudo probar, la misma vos
apuntilló que el barrendero no podría distinguir una vaca muerta de una sirena
y las risas se hicieron generales.
Por una vez al barrendero no le afectaron las
burlas, pues se encontraba en el lugar de los hechos desde el principio y eso
lo convertía en parte del consejo de sabios, o eso había decidido él. El
alcalde, ordenó a la policía que acordonase la zona y esta corrió asegurando
que estaba a punto de hacerlo. Ordenó a todo el mundo que abandonara el lugar
puesto que ahí no había nada que ver, tuvo poco éxito pues el pueblo había
decidido que sí que había algo que ver, ya que desde que la comadrona no había
echado a su marido de casa por borracho no habían podido presenciar ningún otro
espectáculo y desde luego ese era mucho mejor que ver a la mujer corriendo por
la calle pegándole escobazos al borrachín de su esposo.
El carnicero se abrió paso entre la gente y
sujetando un chuchillo aseguró que lo que había que hacer era sacrificar al
animal y despiezarlo ahora que aún estaban a tiempo. El alcalde pensó durante
un momento y preguntó al abogado, este miró a la ballena que resoplaba
pesadamente. La idea no era una locura dijo el jurista pero debían tener varios
factores en cuenta, ese animal, ¿tenía propietario? De tenerlo, el sacrificio y
posterior despiece les podría salir caro. Quiso continuar pero el alcalde alzó
la mano, miró al carnicero y le sugirió que guardase el chuchillo ahí y ahora
no se despiezaría a ningún animal, sólo pensar en una demanda contra el
ayuntamiento le daba una tremenda jaqueca.
—¡Oiga usted, baje de ahí ahora mismo! —Se oyó
gritar a la agente.
Todos miraron a la policía que señalaba con el
dedo la cima de la ballena, donde a horcajadas había un diminuto hombre, un
anciano de bigote blanco y clava prominente. Era el maestro que sabiéndose
observado se deslizó por el lomo del mamífero hasta llegar al suelo. ¿Pero que
hacía ahí arriba buen hombre? Le interrogó el alcalde. Con un manotazo apartó
al alcalde y al abogado que lo habían interceptado.
Miró al barrendero y le aseguro que en efecto
era una ballena, que el mamífero que inexplicablemente estaba a la entrada del
pueblo, salida gritó alguien sin mucha repercusión, era una ballena, pero no
una ballena cualquiera, era un rorcual azul, un Balaenoptera musculus, una ballena azul en definitiva. El mamífero más grande de la tierra.
¿Y el elefante? Preguntó el niño de la pelota que prestaba mucha atención a lo
que decía el maestro. El elefante muchacho es el animal terrestre más grande,
pero la ballena azul es el animal más grande de todo el planeta. Asintió.
El alcalde miraba atentamente al profesor y
viendo que por lo menos alguien sabía más o menos de lo que estaba hablando le
preguntó que creía que se tenía que hacer. Por algún motivo que desconocía el
animal estaba sobreviviendo contra todo pronóstico, este tipo de mamíferos no
pueden vivir mucho tiempo fuera del agua, pero sin embargo éste lo estaba
haciendo. Como toda respuesta el profesor recibió una pregunta silenciosa, ojos
abiertos y cabezas inclinadas hacía adelante, esperando alguna explicación que
aportara una solución o por lo menos un poco más de información.
Lamentablemente lo que podía aportar el
pedagogo eran datos, lamentablemente para el público que escuchó sin mucha
pasión que la ballena azul o Balaenoptera musculus se alimentaba básicamente
de krill que era un crustáceo muy parecido al camarón, aunque también comían
copépodos. Añadió que la época de apareamiento era otoño y que una cría de
ballena azul puede pesar hasta tres toneladas. Pero descubrió que el único que al fin le estaba
prestando atención era el muchacho de la pelota, el pueblo al completo había
dejado de escucharlo y rodeaban al barrendero, al alcalde y al abogado mientras
la policía acordonaba, es decir cubría con cinta plástica al animal que seguía
resoplando.
¿Un parque temático? El mayor empresario del
pueblo había propuesto, no sin antes advertir que debería recibir apoyo de la
administración, que estaba dispuesto a financiar una gran obra para crear una
especie de parque acuático, y que sin duda eso atraería a muchos turistas y por
supuesto crearía puestos de trabajo, el pescadero, apartando al carnicero
aseguró que si estaban interesados él podría conseguir truchas y siluros vivos
para complementar la pecera, así la llamó él. Alguien propuso poner carteles
por los pueblos cercanos para encontrar al dueño del animal y una vez se
encontrara multarlo por echar basura en la entrada del pueblo. El alcalde
escuchaba atentamente, y decidió que lo que era imperante era sacar de ahí la
ballena, llevarla al vertedero, ahí se armó la algarabía, los habitantes de la
salida del pueblo se negaron en rotundo, una cosa era que tuviesen que vivir
junto al basurero y otra muy distinta que colocaran ahí al animal, que
irremediablemente moriría e inundaría de olor a podredumbre la zona, más
todavía apostilló alguien.
Mientras el pueblo discutía el futuro del
animal, el abogado se llevó al alcalde a un rincón más apartado, y escondiendo
la boca tras la mano le dijo que la cosa se le estaba yendo de las manos, que
observase como el empresario se hacía fuerte mientras él perdía la vara de
mando. El empresario, pensó el alcalde, el empresario dijo el alcalde, el
empresario asintió el abogado, mi eterno enemigo, el eterno enemigo del
alcalde, la eterna oposición. ¿Pero qué puedo hacer? El abogado se rascó la
barbilla y pensó durante un instante. Lo que es evidente, aseguró, era que la
gente tenía que irse de ahí, que si el animal no desaparecía tenía que desaparecer
la gente. ¿Pero cómo? ¿Cómo alejar a la gente de semejante espectáculo?
—Fútbol.
Jurista y alcalde se giraron al saberse
sorprendidos. El barrendero, sonreía ante la mirada de ambos caballeros y sujetaba
bajo el brazo la pelota del muchacho. Fútbol repitió, si hay partido de fútbol
yo me olvido de la ballena. El alcalde miró primero atónito al barrendero y
luego interesado al abogado, no es mala idea, dijo éste, no es mala idea.
¿Recuerda cuando recalificó usted esos terrenos? Era en plena temporada y la
cosa pasó desapercibida. El alcalde asentía.
—Señoras y señores, por favor un poco de
atención —dijo el alcalde que se había colocado frente a la muchedumbre— sé que
estamos ante un caso excepcional, pero acabo de recibir una noticia que debo
comunicarles.
La gente calló y cuchicheó, el maestro junto
al niño metió las manos en los bolsillo y se dio la vuelta, y respondiendo a la
pregunta del muchacho que le interrogaba por el motivo de su partida respondió,
que ahí ya no había nada que ver, algo se le había ocurrido a ese canalla y ahí
estaba todo el pescado vendido, nunca mejor dicho.
—Me acaban de informar, que el equipo del
pueblo, de improviso y por sorpresa, ha decidido jugar un partido, que no
tendrá nada de amistoso con el pueblo de al lado —los hombres que aún rodeaban
a la ballena prestaron atención.
—¿Pero… así de pronto? Fuera de la competición
—preguntó el carnicero.
—Parece ser que el capitán del equipo
contrario, ha dicho que en este pueblo sólo hay vacas y tarugos y nuestro
capitán que se debe a nuestro honor ha decidido defenderlo como un caballero en
el terreno de juego.
Abrase visto, que canalla, malnacidos, hijos
de mala madre, fueron algunas de las cosas que se escucharon cuando la gente
corría en dirección contraria al mamífero. El niño, que había podido retener al
maestro miraba atónito como la gente se esfumaba de la escena, como uno a uno y
en grupos corrían hacía el campo de fútbol.
—¿Pero y la ballena? —preguntó el muchacho
ante la soledad que ahora reinaba ante el maestro y él.
El profesor se acercó al animal, le acarició
el lomo seco y mirando al muchacho, le regaló la sonrisa del perdedor y dijo:
— Tú aún no lo puedes ver, pero la ballena ya
no está aquí.
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