martes, 3 de junio de 2014

BALAENOPTERA MUSCULUS

El animal estaba situado a la entrada del pueblo, esa era una discusión que había llevado largas reuniones en el pleno del ayuntamiento, decidir si ese emplazamiento era la entrada del pueblo o la salida del mismo. Los que vivían más cerca de ese punto siempre habían defendido que evidentemente esa era la entrada, sin embargo los que vivían en el otro extremo, contrarios a esa máxima aseguraban que la entrada estaba en efecto justo donde ellos residían. Coincidía además que en el límite opuesto donde se encontraba el animal estaba el vertedero y finalmente el ayuntamiento decidió que la entrada de la villa no podía, de ninguna de las maneras, estar situada junto a un basural, así que prometiendo un rebaje en los impuestos a los habitantes de ese lugar se decidió colocar la entrada del pueblo en el otro extremo. Así que se puede decir con total seguridad, y así lo ampara la decisión administrativa, que el enorme animal se encontraba en la entrada del pueblo.

El niño sostenía la pelota bajo el brazo y miraba la ballena. Con pequeños pasos de acercó a la parte delantera del animal y le miró fijo al ojo, como el que curiosea a través de la mirilla de la puerta, pero no logró ver nada. Se alejó unos metros, dejó la pelota en el suelo y se sentó sobre ella. El barrendero  se acercó, miró al niño de la pelota y luego al animal. Volvió a mirar al animal, girando la cabeza primero a la derecha y luego a la izquierda. Le preguntó que es lo que hacía y el muchacho de la pelota se limitó a señalar a la ballena y a hundir la cabeza entre los hombros.
—¿Qué es eso? ¿Lo has tirado tú? —el niño movió la cabeza negativamente y luego volvió a hundir la cabeza entre los hombros. — ¿Pero qué es?
El niño, se levantó de su pelota y se acercó de nuevo al animal, esta vez, posó su diminuta mano sobre la piel brillante del mamífero y miró al barrendero. Comentó con voz segura que sin lugar a dudas se trataba de una ballena.
—¿Una ballena? Eso no tiene ningún sentido —respondió el barrendero.
Nuevamente hundió la cabeza entre los hombros, como el único gesto que podía explicar medianamente lo que estaban viendo. Pero era una ballena estaba seguro.
El abogado miró al animal atravesando los gruesos cristales de sus gafas, con los pulgares metidos en los bolsillos del chaleco dio un par de pasos hacia adelante y luego otro par hacía atrás. El barrendero, convencido que esa situación pondría en entredicho la limpieza  del pueblo, había barrido concienzudamente alrededor del animal. Con la el brazo en jarra y sujetando la escoba aseguró ante el abogado que estaban ante una ballena.
—¿Una ballena? Eso es imposible.
El barrendero, habiendo terminado cualquier explicación al respecto se limitó a señalar al muchacho que miró al abogado y asintió con la cabeza. Una ballena seguro. El abogado no estaba seguro de cuál era su función en ese caso, ¿Qué podía hacer él al respecto? Usted es el abogado dijeron niño y barrendero al unísono. El jurista chasqueó la lengua, se acercó al mamífero, lo observó detenidamente y volvió junto al dúo.
—No hay jurisprudencia.
El barrendero, intentando repetir  la palabra tal y como la había escuchado, se giró hacía el chiquillo y recriminándole haber molestado al abogado le repitió como un hecho evidente que en efecto no había jurisprudencia.
El muchacho de la pelota negó con la cabeza, al parecer le traía sin cuidado si existía o no jurisprudencia, lo que realmente le interesaba era el animal, ese enorme animal que estaba frente a él. Miró de abajo a arriba a ambos adultos y negó con la cabeza, jurisprudencia o no tienen ustedes una ballena en el pueblo.
El abogado, se frotó las manos y luego las cruzó en la espalda, empezó a caminar en círculos cerca de su público improvisado y comentó que lo realmente curioso, no era que hubiese una ballena a las afueras del pueblo, lo que resultaba curioso era que el pueblo se encontraba a mil doscientos quilómetros de la costa, eso en línea recta, que como bien debían saber es la distancia más corta entre dos puntos. El niño parecía saberlo y el barrendero parecía hacer que como que lo sabía. La distancia real, comentó el letrado era aproximadamente unos dos mil quilómetros, cruzando la meseta por la carretera nacional, atravesando los túneles de la cordillera, llegando a la capital de la provincia y ahí cogiendo la autopista que les llevaba hasta la playa, en efecto no era la ballena, sino como había llegado el animal hasta el pueblo lo que era curioso.
El barrendero miró al niño, que parecía poco impresionado por la argumentación del abogado, y queriendo aportar su granito de arena juró que una vez encontró una vaca muerta en una cuneta y que con ayuda de un tractor la transportó hasta el vertedero. Ni al abogado ni al niño les interesó demasiado la anécdota del hombre de la escoba, él lo notó y prefirió callar y colocarse junto a ellos a observar al animal.
Desde lo que parecía su parte trasera, o al menos así se lo parecía al niño, nunca había visto una ballena, pero si una trucha y la parte de la cola siempre era la trasera, la ballena se alargaba al menos treinta metros. La piel brillaba, pero el sol impertinente comenzaba a secarla y mostrarla de un color gris oscuro, casi azul oscuro, pero sin brillo. En el lado opuesto a la cola estaba situada la cabeza, el muchacho no sabría decir donde terminaba la cabeza y dónde comenzaba el cuerpo, pero podía diferenciar la boca, una enorme sonrisa que comenzaba justo en la parte inferior del ojo. Mientras el muchacho observaba detenidamente al animal, con mucha más atención que los adultos, la ballena parpadeó, resopló y lentamente movió la aleta.
—¡Está viva! —gritó— ¡Está viva!
El coche de la policía llegó cuando en torno del animal se habían reunido varias docenas de curioso, un niño que había pasado cerca del lugar montado en bicicleta corrió a su casa y le contó el hallazgo a su madre, ésta se lo había dicho a la vecina de enfrente y ésta a su vez a su marido, que era el carnicero. El carnicero explicó lo sucedido a un par de clientes y la noticia había circulado por el pueblo, haciendo que los fisgones corrieran al lugar.
La policía, con la gorra en la mano y colocándose la porra al salir del vehículo pidió calma y solicitó que la gente se apartase para dejarle paso, cuando logró llegar a la primera fila de lo que parecía un espectáculo sin igual, interrogó a los que se habían autoproclamado portavoces de la situación. El abogado, respondió amigablemente a su colega y apelando a su inteligencia, comentó que tal y como ella misma podía observar se encontraban ante una ballena. 
La agente que parecía haber visto por primera vez a la ballena dio un paso atrás. Un poco asustada, pero de inmediato se calmó, pues si alguien debía demostrar entereza en una situación como esa, era ella.
—¡Esta viva! —le gritó el muchacho.
El barrendero recriminó al muchacho por su interrupción y lo mandó callar con una feroz mirada. Como la policía parecía no haber escuchado al niño aprovechó para informar a la recién llegada que la ballena estaba viva.  Opinó la policía que una buena idea sería acordonar la zona, sabía que tenía en el maletero cinta plástica para esas ocasiones, pero no había tenido ocasión de utilizarla nunca, esa era una villa tranquila y los casos que había tenido que investigar eran cosas sencillas, peleas familiares, la desaparición de alguna res. El abogado comentó, y eso pareció molestar mucho al barrendero, que éste había encontrado una vaca muerta y que la había depositado en el vertedero, a la policía le pareció interesante, estaba investigando un caso de la desaparición de una vaca y eso podía resolver la pesquisa, el que encontró la ternera, se defendió indicando que su trabajo era liberar de basura el pueblo y preguntó que si una vaca muerta en una cuneta no es basura, no sabía lo que era entonces. La policía miró al abogado, que en efecto entendía el razonamiento del hombre, se habían enfrascado en la conversación e intentaban dilucidar si esa vaca tendría alguna relación con el caso que ocupaba a la policía cuando fueron interrumpidos por el muchacho que sin decir nada pero mostrando su preocupación señaló a la ballena que en efecto, seguía frente a ellos.
—No hay jurisprudencia. —Se apresuró a decir el barrendero.
Y en efecto así era, comentó el abogado respondiendo a la mirada interrogadora de la agente, que a pesar de que en efecto se había encontrado una vaca muerta en una acequia, eso no tenía relación alguna con la ballena, en primer lugar y según las últimas investigaciones, el barrendero asentía solemne, el animal en cuestión, es decir, la ballena, no la vaca, estaba viva, y en segundo lugar una vaca era una vaca y una ballena era una ballena, echo indiscutible que reafirmaba su alegato de la no existencia de jurisprudencia.
—No la hay —dijo la policía.
—No la hay—reafirmó el barrendero.
Una anciana vestida de negro y con un paquete del cual asomaban dos orejas de cerdo bajo el brazo cruzó la plaza del ayuntamiento, lejos del lugar de los hechos, lejos de la ballena y del tumulto, cruzó la explanada y se metió en el edificio de la alcaldía. La puerta del despacho del alcalde se abrió de par en par y atravesando la luz y las motas de polvo que flotaban en el ambiente iluminado por el sol, la anciana cruzó el bufete hasta llegar frente a la mesa su hijo. Dejó el paquete sobre la mesa y golpeó la misma con la palma de la mano. ¿Se podía saber qué demonios (y que dios la perdonase por blasfemar) estaba haciendo encerrado en su despacho cuando el pueblo entero estaba velando el cadáver pescado gigante? El alcalde, que sólo rendía cuentas ante dios y su madre, se levantó alborotado, e interrogó a su progenitora. Mendrugo, así lo definió la viuda, tienes un animal muerto en la entrada del pueblo, la muchedumbre lo rodea y tú sin enterarte, ponte la chaqueta y sal pitando del despacho y ves a poner orden. No sólo rendía cuentas sino que obedecía a su madre como el niño que una vez fue, se puso la chaqueta y salió corriendo ante la atenta mirada de su madre, ésta recogió el paquete que había dejado una mancha de sangre acuosa sobre la mesa y siguió al que siempre sería el tarugo de su hijo, por muy alcalde que fuera.
Cuando el hombre seguido de cerca por su madre llegó al lugar, pudo comprobar tal y como le había dicho su madre, que todo el pueblo se arremolinaba alrededor de un gran bulto. Se metió entre la muchedumbre, comprobando las miradas jocosas del quiosquero, del mecánico, de la florista, esperando, y él lo sabía, alguna reacción de su alcalde, probablemente una mala reacción para poder echársele al cuello.
El regidor miró al trio de adultos y le dedicó una mirada fugaz al muchacho de la pelota, mientras recuperaba el aliento, con las manos apoyadas en las rodillas. Cuando se recuperó simplemente abrió los ojos esperando y reclamó que alguien le diese alguna explicación. Como parecía que el electo no había visto al animal, barrendero, abogado y policía se hicieron a un lado para que pudiese ver en todo su esplendor a la ballena. El alcalde con la boca aún abierta se acercó al animal y señalándolo incrédulo pregunto:
—¿Pero esto que es?
El barrendero vio de nuevo su oportunidad y sentenció muy protocolario que se encontraban ante un caso claro de vacío total de jurisprudencia. Entre la muchedumbre sonaron algunas risas y alguien a lo lejos grito que eso era un tiburón, algunos juraron que fue el chatarrero que siempre estaba dispuesto a meter cizaña, pero no se pudo probar, la misma vos apuntilló que el barrendero no podría distinguir una vaca muerta de una sirena y las risas se hicieron generales.
Por una vez al barrendero no le afectaron las burlas, pues se encontraba en el lugar de los hechos desde el principio y eso lo convertía en parte del consejo de sabios, o eso había decidido él. El alcalde, ordenó a la policía que acordonase la zona y esta corrió asegurando que estaba a punto de hacerlo. Ordenó a todo el mundo que abandonara el lugar puesto que ahí no había nada que ver, tuvo poco éxito pues el pueblo había decidido que sí que había algo que ver, ya que desde que la comadrona no había echado a su marido de casa por borracho no habían podido presenciar ningún otro espectáculo y desde luego ese era mucho mejor que ver a la mujer corriendo por la calle pegándole escobazos al borrachín de su esposo.
El carnicero se abrió paso entre la gente y sujetando un chuchillo aseguró que lo que había que hacer era sacrificar al animal y despiezarlo ahora que aún estaban a tiempo. El alcalde pensó durante un momento y preguntó al abogado, este miró a la ballena que resoplaba pesadamente. La idea no era una locura dijo el jurista pero debían tener varios factores en cuenta, ese animal, ¿tenía propietario? De tenerlo, el sacrificio y posterior despiece les podría salir caro. Quiso continuar pero el alcalde alzó la mano, miró al carnicero y le sugirió que guardase el chuchillo ahí y ahora no se despiezaría a ningún animal, sólo pensar en una demanda contra el ayuntamiento le daba una tremenda jaqueca.
—¡Oiga usted, baje de ahí ahora mismo! —Se oyó gritar a la agente.
Todos miraron a la policía que señalaba con el dedo la cima de la ballena, donde a horcajadas había un diminuto hombre, un anciano de bigote blanco y clava prominente. Era el maestro que sabiéndose observado se deslizó por el lomo del mamífero hasta llegar al suelo. ¿Pero que hacía ahí arriba buen hombre? Le interrogó el alcalde. Con un manotazo apartó al alcalde y al abogado que lo habían interceptado.
Miró al barrendero y le aseguro que en efecto era una ballena, que el mamífero que inexplicablemente estaba a la entrada del pueblo, salida gritó alguien sin mucha repercusión, era una ballena, pero no una ballena cualquiera, era un rorcual azul, un Balaenoptera musculus, una ballena azul en definitiva. El mamífero más grande de la tierra. ¿Y el elefante? Preguntó el niño de la pelota que prestaba mucha atención a lo que decía el maestro. El elefante muchacho es el animal terrestre más grande, pero la ballena azul es el animal más grande de todo el planeta. Asintió.
El alcalde miraba atentamente al profesor y viendo que por lo menos alguien sabía más o menos de lo que estaba hablando le preguntó que creía que se tenía que hacer. Por algún motivo que desconocía el animal estaba sobreviviendo contra todo pronóstico, este tipo de mamíferos no pueden vivir mucho tiempo fuera del agua, pero sin embargo éste lo estaba haciendo. Como toda respuesta el profesor recibió una pregunta silenciosa, ojos abiertos y cabezas inclinadas hacía adelante, esperando alguna explicación que aportara una solución o por lo menos un poco más de información.
Lamentablemente lo que podía aportar el pedagogo eran datos, lamentablemente para el público que escuchó sin mucha pasión que la ballena azul o Balaenoptera musculus se alimentaba básicamente de krill que era un crustáceo muy parecido al camarón, aunque también comían copépodos. Añadió que la época de apareamiento era otoño y que una cría de ballena azul puede pesar hasta tres toneladas. Pero  descubrió que el único que al fin le estaba prestando atención era el muchacho de la pelota, el pueblo al completo había dejado de escucharlo y rodeaban al barrendero, al alcalde y al abogado mientras la policía acordonaba, es decir cubría con cinta plástica al animal que seguía resoplando.
¿Un parque temático? El mayor empresario del pueblo había propuesto, no sin antes advertir que debería recibir apoyo de la administración, que estaba dispuesto a financiar una gran obra para crear una especie de parque acuático, y que sin duda eso atraería a muchos turistas y por supuesto crearía puestos de trabajo, el pescadero, apartando al carnicero aseguró que si estaban interesados él podría conseguir truchas y siluros vivos para complementar la pecera, así la llamó él. Alguien propuso poner carteles por los pueblos cercanos para encontrar al dueño del animal y una vez se encontrara multarlo por echar basura en la entrada del pueblo. El alcalde escuchaba atentamente, y decidió que lo que era imperante era sacar de ahí la ballena, llevarla al vertedero, ahí se armó la algarabía, los habitantes de la salida del pueblo se negaron en rotundo, una cosa era que tuviesen que vivir junto al basurero y otra muy distinta que colocaran ahí al animal, que irremediablemente moriría e inundaría de olor a podredumbre la zona, más todavía apostilló alguien.
Mientras el pueblo discutía el futuro del animal, el abogado se llevó al alcalde a un rincón más apartado, y escondiendo la boca tras la mano le dijo que la cosa se le estaba yendo de las manos, que observase como el empresario se hacía fuerte mientras él perdía la vara de mando. El empresario, pensó el alcalde, el empresario dijo el alcalde, el empresario asintió el abogado, mi eterno enemigo, el eterno enemigo del alcalde, la eterna oposición. ¿Pero qué puedo hacer? El abogado se rascó la barbilla y pensó durante un instante. Lo que es evidente, aseguró, era que la gente tenía que irse de ahí, que si el animal no desaparecía tenía que desaparecer la gente. ¿Pero cómo? ¿Cómo alejar a la gente de semejante espectáculo?
—Fútbol.
Jurista y alcalde se giraron al saberse sorprendidos. El barrendero, sonreía ante la mirada de ambos caballeros y sujetaba bajo el brazo la pelota del muchacho. Fútbol repitió, si hay partido de fútbol yo me olvido de la ballena. El alcalde miró primero atónito al barrendero y luego interesado al abogado, no es mala idea, dijo éste, no es mala idea. ¿Recuerda cuando recalificó usted esos terrenos? Era en plena temporada y la cosa pasó desapercibida. El alcalde asentía.
—Señoras y señores, por favor un poco de atención —dijo el alcalde que se había colocado frente a la muchedumbre— sé que estamos ante un caso excepcional, pero acabo de recibir una noticia que debo comunicarles.
La gente calló y cuchicheó, el maestro junto al niño metió las manos en los bolsillo y se dio la vuelta, y respondiendo a la pregunta del muchacho que le interrogaba por el motivo de su partida respondió, que ahí ya no había nada que ver, algo se le había ocurrido a ese canalla y ahí estaba todo el pescado vendido, nunca mejor dicho.
—Me acaban de informar, que el equipo del pueblo, de improviso y por sorpresa, ha decidido jugar un partido, que no tendrá nada de amistoso con el pueblo de al lado —los hombres que aún rodeaban a la ballena prestaron atención.
—¿Pero… así de pronto? Fuera de la competición —preguntó el carnicero.
—Parece ser que el capitán del equipo contrario, ha dicho que en este pueblo sólo hay vacas y tarugos y nuestro capitán que se debe a nuestro honor ha decidido defenderlo como un caballero en el terreno de juego.
Abrase visto, que canalla, malnacidos, hijos de mala madre, fueron algunas de las cosas que se escucharon cuando la gente corría en dirección contraria al mamífero. El niño, que había podido retener al maestro miraba atónito como la gente se esfumaba de la escena, como uno a uno y en grupos corrían hacía el campo de fútbol.
—¿Pero y la ballena? —preguntó el muchacho ante la soledad que ahora reinaba ante el maestro y él.
El profesor se acercó al animal, le acarició el lomo seco y mirando al muchacho, le regaló la sonrisa del perdedor y dijo:

— Tú aún no lo puedes ver, pero la ballena ya no está aquí. 

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