Me fijé en ellos mientras tomaba un café en la
puerta de la fábrica, un cafelito y un cigarrito en mis diez minutos de
descanso. Apoyado en la pared junto a la salida de emergencias a la derecha de
los muelles donde los camiones cargaban y descargaban. Llegaron en una
furgoneta verde lima, eran tres hombres uniformados que bajaron del vehículo
cargando varias jaulas. Miré hacia el muelle, uno de los mozos también se había
fijado y me miró, negué con la cabeza y él formó un interrogante abriendo los
ojos y doblando la boca.
Los tres hombres cruzaron el aparcamiento
empujando las enormes pajareras y se acercaron a la puerta donde estaba
fumando.
—Control de plagas —dijo uno de ellos
acercándome un papel.
Ojeé el impreso y asentí.
—Yo soy mecánico tienen que ir a recursos
humanos, al fondo tienen los ascensores, tercera planta. ¿Tenemos una plaga?
—Y de las gordas.
Apuré el cigarrillo y lo tiré dentro del vaso
de plástico y éste a la papelera, era hora de volver al tajo. A la retaguardia
del grupo de exterminadores caminé hacía mi lugar de trabajo, se detuvieron en
frente al ascensor, mientras esperaban preparaban unos largos palos con sogas
en los extremos, los mismos que usan en las perreras para atrapar a los perros
callejeros. Desaparecieron en el interior del ascensor.
—¿Qué coño era eso? —Me dijo un oficial de
primera que salía del cuarto de baño y sólo pudo ver un segundo al grupo.
—Control de plagas macho.
—¡No me jodas! ¿Ahora tenemos cucarachas?
—No sé —dije— pero a mí esas jaulas no me
parecen para cucarachas.
El muchacho rió y señaló hacía arriba.
—Pues es del tamaño justo de un grupito que yo
me sé que son peores que las cucarachas.
Reímos y nos despedimos con una palmada en la
espalda.
La mañana fue un poco extraña, las alarmas
sonaron un par de veces y todos nos detuvimos ipso facto, pero el encargado de planta, al más puro estilo negrero
pegó un par de berridos para llamarnos
al orden. Escuchamos ruidos en la parte superior, cuando se paraban las
máquinas, que sucede pocas veces, pero cuando se detenían oíamos carreras,
muebles que caían o se movían, pero el negrero nos miraba intensamente,
evitando que levantásemos la vista de nuestras máquinas o que nos moviésemos de
nuestro puesto de trabajo.
Los ruidos de carreras se alargaron durante un
rato, hasta que de pronto las luces se apagaron y con ellas las máquinas
dejaron de funcionar.
—Me cago en san peo —gritó el de mantenimiento que cayó de culo al suelo ante los chispazos
que daba un enchufe que reparaba —¿Pero qué coño pasa hoy en ésta fábrica?
—¡¿Qué has hecho?! —Dijo el encargado
corriendo hacia él.
El operario se levantó iracundo, pero antes de
que pudieran encontrarse, se encendieron de nuevo las luces y pasó corriendo
entre ellas la secretaria del director, gorda, con el pelo desordenado y
gritando. Como un rayo femenino con sobrepeso y patoso atravesó la planta
apartando a la gente y gritando como poseída, segundos más tarde aparecieron
dos de los hombres que había llegado con la furgoneta y empezó ahí una ridícula
persecución entre la maquinaria. “Socorro” gritaba la mujer, “Qué alguien me
ayude”. Se darán cuenta, cuando sepan lo que sucedió, que esa señora no era
demasiado querida entre los obreros, pues tropezó con un cable y besó el
pavimento y ya no pudo huir, ninguno de nosotros hizo nada, embridada de pies y
manos quedó como una tortuga panza arriba, uno de los hombres, sudoroso y
jadeando hablo por un walky talky y apareció otro arrastrando una de sus
jaulas, dentro igualmente atado y amordazado con su propia corbata, el
director.
La sorpresa era mayúscula, ya nadie podía
hacernos volver a nuestras máquinas, el entretenimiento y el gozo era demasiado
grandes como para trabajar. Dos de los hombres sacaron un papel y comenzaron a tachar,
leyendo entre dientes y a murmurar, mirando a su alrededor, entre nosotros.
—¿Domínguez? —dijeron en voz alta— ¿Domínguez?
—Nadie respondió.
—¿Domínguez? —volvieron a preguntar y el
silencio siguió reinando.
Hasta que hice de tripas corazón me acerqué a
ellos y les pedí el papel.
—¿Permite?... Vamos a ver… es que no es
Domínguez, es Domíngues, con ese, suele pasar. Do-mín-gues, ¿ve? Con ese.
¿Verdad Domíngues que te pasa mucho que te confunden por la zeta y la ese?
Como en un partido de tenis que la pelota se
pierde en el aire, y el público la sigue con la mirada, toda la planta movió la
cabeza al unísono en dirección al encargado negrero que quedó paralizado,
blanco como el papel y la boca abierta y temblorosa.
Cuando los controladores de plagas cerraron la
puerta aún podíamos oír las maldiciones de Domíngues, que se alejaba enjaulado
por el aparcamiento. Tardamos un par de segundo en recobrar el ánimo, en realidad
no el ánimo pues este no lo habíamos perdido en ningún momento, digamos que
tardamos un par de segundo en retomar nuestro trabajo, el de mantenimiento sin recibir
ninguna orden a gritos, le dio al interruptor y las máquinas volvieron a
funcionar. Funcionaron sin gritos, sin amenazas, sin ultimátums, a la
perfección, sólo teníamos que tomar una sola precaución, así nos lo había dicho
el que llevaba la lista, mucho cuidado, las plagas desparecen rápido, pero
también pueden volver a aparecer sin darnos cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario