jueves, 13 de noviembre de 2014

EL AVESTRUZ Y EL DETERGENTE

Un niño que caminaba con su madre cogido de la mano me señaló con el dedo. Un dedo acusador, un dedo vergonzante, un dedo, un temible dedo y dijo:
—Mira mamá una avestruz llorando.
—Marquitos no seas impertinente. Perdone señor.

Sonreí, aunque es difícil sonreír teniendo pico en lugar de labios. Y seguí llorando durante un rato. Alcé la vista y miré el enorme edificio de viviendas, diez plantas, once apartamentos por rellano y ni una sola venta. En realidad me quedaba el entresuelo, había empezado por el décimo pero estaba tan desesperado que tuve que salir a la calle a tomar aire y a llorar. Cogí mi maletín y tal y como me enseñó mi formador, un viejo oso hormiguero que llevaba formando a humanos y a otras especies en venta agresiva mucho antes que mi padre pensase siquiera en mi huevo, saqué una fotografía de mi cara, una pequeña foto de carné y dije:
—Esopo, tu puedes. Tu puedes Esopo, vas a vender. Vas a vender carajo. Te vas a meter en ese edificio, vas a subir las escaleras y vas a llamar a todas las puertas del entresuelo y vas a vender.
Entré con las plumas en alto, en pie de guerra y llamé a la primera puerta. Me abrió un humano, bajito, gordo, calvo y antes de que pudiera mandarme de nuevo al corral ataqué.
—¡Buenos días señor! Mi nombre es Esopo, permítame que le robe un segundo, le vengo a ofrecer una oferta que no podrá rechazar, le traigo el detergente definitivo, el infalible lavamagic…
—Que pase…
Alce la mirada, no me costó demasiado el humano era un retaco ridículo, y pude observar sin problemas el interior del apartamento, observe a su esposa, imaginé que era su esposa. Tan gorda como él, tan bajita como él, y en el fondo tan distinta, era una comadreja, una redonda y horonda comadreja despanzurrada en el sofá, con un delantal y rulos en la cabeza.
—Que pase —repitió — y el marido se apartó y yo… que iba a hacer me metí en la casa.
—Enséñeme que es lo que trae —y el marido como siguiendo unas ordenes que no habían salido de la boca de la comadreja la ayudó a levantarse, un acción bastante ridícula a pesar de que ellos no parecían darle ninguna importancia, él se colocó frente a ella y la agarró de los brazos y tiró despegando el culo del sofá de escay.
Yo coloqué mi maletín sobre la mesa pero la comadreja me interrumpió.
—No, aquí no. Venga usted a la cocina que tengo que hacer la comida.
—Por supuesto.
Entramos en la cocina, en un rincón pude observar una pequeña cerca donde se agolpaban una media docena de crías, la mitad humanas y la otra mitad comadrejas, todas revueltas y desnudas.
—Ya ve que tengo bocas que alimentar, es este cabrón que cada vez que viene borracho del bar me preña.
—Ah… —dije intentando encontrar una reacción normal a esa frase.
Yo observaba como la mujer hacía sus cosas, encendía el horno, pelaba patatas y mientras le contaba las extraordinarias cualidades del detergente lavamagic , por supuesto utilicé la baza de los niños, indicando que era consciente la cantidad de ropa que podían llegar a ensuciar su media docena de adorables  churumbeles.
—¿Cuánto pesa? —Dijo el marido que acababa de hacer acto de presencia —¿Cuánto pesa? —repitió, hasta que caí que la pregunta iba dirigida hacía mí.
—¿Perdón?
—¿Qué debe pesar cien kilos?
—En realidad ciento cincuenta, ¿por qué?
¿Por qué? Se me ocurrió preguntar… fue entonces cuando recordé al oso hormiguero mirándome fijamente con sus diminutos ojos negros y diciéndome: “Confío en ti Esopo, es una zona de clientes duros, pero sé que tu podrás con ellos” Maldito come hormigas, fue lo último que pude pensar antes de observar como la jauría de engendros humanos y comadrejas se echaban encima de mí. Corrí por la cocina dando patadas y moviendo las alas como un poseso, gritando y revolcándome pero era imposible, parecía como si un montón de pulgas hubiesen anidado en mi culo y me mordisqueasen sin compasión.
El rechoncho marido cogió un cuchillo y empezó a perseguirme, mientras la mujer gritaba y me señalaba como loca. Salí de la cocina, con dos patadas certeras logré deshacerme de tres crías que impactaron contra las paredes y comenzaron a llorar a los gritos sumándose al revuelo.  El marido landó el cuchillo, conseguí esquivarlo por muy poco doblando el cuello, en ese momento estaba tan desesperado que lo único que hacía era correr en círculos por el salón golpeándome contra las paredes con la intención de deshacerme de cuantos más niños mejor. Entonces apareció la madre, que parecía muy enojada por la inutilidad de su marido y la ineficacia de sus crías, me agarró por el largo pescuezo y empezó a apretar, por suerte aún me quedaban fuerzas le asesté cuatro picotazos certeros entre los ojos y la foca comadreja se desplomó. El marido se echó las manos a la cabeza y corrió hacia mí. Última oportunidad, única escapatoria, tome aire, cogí carrerilla y corrí hacia la ventana, la atravesé como hubiesen soñado todas las moscas atrapadas en un apartamento, con el pico por delante y los ojos cerrados rompí el cristal y extendí las alas, noté como los dos últimos niños quedaban atrás con la boca y las manos llenas de plumas y con las alas extendidas salí de ese infiero.

No se equivoquen el final es feliz, pero no como ustedes piensan, los avestruces, muy a nuestro pesar no volamos. Tenemos lo que se conoce en el gremio ornitólogo como alas de mierda y por supuesto me hice mierda contra el asfalto, por suerte era un entresuelo y la caída no fue terrible. Y tan desconcertado como puede estar un avestruz que acaba de ser víctima de una jauría de humanos y comadrejas, en un apartamento de un edificio dormitorio de un barrio periférico corrí en zigzag esquivando autobuses y motocicletas con un único pensamiento mandar a la mierda el detergente lavamagic y reventar a picotazos al maldito oso hormiguero. 

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