Llevaba su mejor
traje, un traje que se había hecho en el sastre de mi padre, color gris oscuro,
una camisa blanca muy almidonada y una corbata azul oscuro.
Les prometo que
intenté hablar pero no me salía, mi abuelo me miraba como a un bicho raro, él
me miraba a mí como un bicho raro, se acercó al carrito y se sirvió café en una
taza sucia, cogió una servilleta y empezó a desmaquillarse.
—Lo pintan a uno
como un payaso, ¿Quieres un café niño? —me miró de nuevo— Café, digo que si
quieres café.
—No… sí… —lo
logré, dos sonidos seguidos.
—Tendré que
empezar a hacer preguntas más elaboradas para que no respondas con un
monosílabo. O quizá quieres hacerme tu alguna pregunta.
—¿Por qué has
salido del ataúd?
—Eso está mejor,
varias palabras seguidas. ¿Por qué he salido del ataúd? No es muy cómodo, la
verdad.
—Pero estabas
muerto.
—¿Estaba? Y
estoy, hijo mío, estoy. Pero me he tomado un receso, ahí en el hospital no me
dejaron fumarme el último cigarrito ni tomarme un café, bueno me daban café de
sobre pero eso no es café ni es nada. —Me alcanzó la taza de café y la sujete
tembloroso.
Se sentó en el
sofá oscuro reservado para viudas desconsoladas y golpeando con la palma de la
mano su lado derecho me indicó que me sentara junto a él.
—La verdad siento
que hayas tenido que ver esto, no he vuelto para darte una charla o para
dejarte un legado moral. ¿Qué se yo sobre moral? —Sacó un cigarrillo y fue a
golpearlo contra la esfera de su reloj y descubrió que ya no estaba, lo llevaba
yo en la muñeca— No hombre no, quédatelo— se metió el cigarrillo en la boca y
se lo encendió.
—¿Y a que has
venido?
—Ya te lo he
dicho, café y cigarro. Me faltaba eso para irme tranquilo.
Nunca había
tenido un silencio tan incómodo como aquel, cinco interminables minutos,
observando de reojo como mi abuelo se fumaba el cigarrillo o el cigarrillo se
lo fumaba a él y sorbiendo café humeante. Es raro, normalmente lo tenso de
estar junto a un muerto es justamente eso, estar junto a un muerto, pero ahora
lo tenso era que el cadáver no te hablase.
—No has sido un
abuelo ejemplar, la verdad.
Con el cigarrillo
a medio camino de la boda y de la nada, con la ceniza alargada en suspense me
miró, con una mueca de incredulidad y de sorpresa o simplemente era el rictus,
la cuestión es que giró la cabeza hacia mí.
—Y ahí apareció
la verdad. Sigue por favor.
—Nunca has estado…
Ni para lo bueno ni para lo malo… cuando murió la abuela…
—Quieto muchacho…
que aún puedo darte una hostia.
—Lo imagino…
—Joder, y yo que
venía a tomarme un café tranquilo. ¿Qué coño te pasa? ¿Por qué has esperado a
que esté muerto para decirme todo esto?
—Es la primera
vez que me siento a tomar un café contigo.
—¿La primera? —Se
levantó y encorvando la espalda se encendió otro cigarrillo con la colilla del
anterior, se acercó de nuevo al carrito y trajo el termo de café —pues esta
será la segunda, trae la taza. Empecemos de nuevo, juro no golpearte, ¿Qué pasó
cuando murió tu abuela?
—Te emborrachaste
como un animal y mamá te fue a buscar al bar porque nos llamaron a casa.
—Quería mucho a
tu abuela…
—¿Y emborracharte
te la devolvió?
—¿Pero se puede
saber de dónde sale todo este coraje de repente? Yo te tenía por un gilipollas.
—Nunca te tomaste
la molestia de conocerme. Por eso piensas que soy un gilipollas, por qué nunca
te interesaste por mí.
—Trabajé como un
cabrón para sacar la familia adelante, tu padre muerto, tu madre, tus hermanas,
tu abuela… yo trabajé como un esclavo para que no os faltara de nada…
—Nos faltaste tú.
—¡Vamos hombre no
me jodas! ¿Y que querías que hiciese? Quedarme en casa, con vuestros lamentos,
con vuestras penas, prefería partirme el lomo en el taller que escuchar
vuestros lloriqueos…
—Has escuchado algún
llanto hoy.
—¿Cómo?
—Nadie ha
llorado, todo han sido caras largas pero el paquete de pañuelos está intacto
—señalé el carrito— ni una sola lágrima.
—Tu madre habrá
llorado…
—Ni una lágrima.
Nadie, la gente entraba a ver tu cadáver para confirmar que finalmente habías reventado.
Caminó lentamente
por la habitación, dejó el cigarrillo en un platillo de café y se sacó la
americana, se desabrochó la corbata y se arremangó la camisa, volvió a coger el
cigarrillo y me dio la espalda durante unos minutos, fumando mirando la pared y
por fin se dio media vuelta. Se aproximó, se sentó en el brazo del sofá.
—Tenemos poco
tiempo, estarán echando leña al horno y con lo que he bebido a lo largo de mi
vida, la pira arderá durante días, así que echémosle valor y vamos a querernos
un rato, coge otro cigarro y arréame con la verdad.
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