lunes, 10 de noviembre de 2014

ÚLTIMA OPORTUNIDAD

Llevaba su mejor traje, un traje que se había hecho en el sastre de mi padre, color gris oscuro, una camisa blanca muy almidonada y una corbata azul oscuro.
Les prometo que intenté hablar pero no me salía, mi abuelo me miraba como a un bicho raro, él me miraba a mí como un bicho raro, se acercó al carrito y se sirvió café en una taza sucia, cogió una servilleta y empezó a desmaquillarse.
—Lo pintan a uno como un payaso, ¿Quieres un café niño? —me miró de nuevo— Café, digo que si quieres café.

—No… sí… —lo logré, dos sonidos seguidos.
—Tendré que empezar a hacer preguntas más elaboradas para que no respondas con un monosílabo. O quizá quieres hacerme tu alguna pregunta.
—¿Por qué has salido del ataúd?
—Eso está mejor, varias palabras seguidas. ¿Por qué he salido del ataúd? No es muy cómodo, la verdad.
—Pero estabas muerto.
—¿Estaba? Y estoy, hijo mío, estoy. Pero me he tomado un receso, ahí en el hospital no me dejaron fumarme el último cigarrito ni tomarme un café, bueno me daban café de sobre pero eso no es café ni es nada. —Me alcanzó la taza de café y la sujete tembloroso.
Se sentó en el sofá oscuro reservado para viudas desconsoladas y golpeando con la palma de la mano su lado derecho me indicó que me sentara junto a él.
—La verdad siento que hayas tenido que ver esto, no he vuelto para darte una charla o para dejarte un legado moral. ¿Qué se yo sobre moral? —Sacó un cigarrillo y fue a golpearlo contra la esfera de su reloj y descubrió que ya no estaba, lo llevaba yo en la muñeca— No hombre no, quédatelo— se metió el cigarrillo en la boca y se lo encendió.
—¿Y a que has venido?
—Ya te lo he dicho, café y cigarro. Me faltaba eso para irme tranquilo.
Nunca había tenido un silencio tan incómodo como aquel, cinco interminables minutos, observando de reojo como mi abuelo se fumaba el cigarrillo o el cigarrillo se lo fumaba a él y sorbiendo café humeante. Es raro, normalmente lo tenso de estar junto a un muerto es justamente eso, estar junto a un muerto, pero ahora lo tenso era que el cadáver no te hablase.
—No has sido un abuelo ejemplar, la verdad.
Con el cigarrillo a medio camino de la boda y de la nada, con la ceniza alargada en suspense me miró, con una mueca de incredulidad y de sorpresa o simplemente era el rictus, la cuestión es que giró la cabeza hacia mí.
—Y ahí apareció la verdad. Sigue por favor.
—Nunca has estado… Ni para lo bueno ni para lo malo… cuando murió la abuela…
—Quieto muchacho… que aún puedo darte una hostia.
—Lo imagino…
—Joder, y yo que venía a tomarme un café tranquilo. ¿Qué coño te pasa? ¿Por qué has esperado a que esté muerto para decirme todo esto?
—Es la primera vez que me siento a tomar un café contigo.
—¿La primera? —Se levantó y encorvando la espalda se encendió otro cigarrillo con la colilla del anterior, se acercó de nuevo al carrito y trajo el termo de café —pues esta será la segunda, trae la taza. Empecemos de nuevo, juro no golpearte, ¿Qué pasó cuando murió tu abuela?
—Te emborrachaste como un animal y mamá te fue a buscar al bar porque nos llamaron a casa.
—Quería mucho a tu abuela…
—¿Y emborracharte te la devolvió?
—¿Pero se puede saber de dónde sale todo este coraje de repente? Yo te tenía por un gilipollas.
—Nunca te tomaste la molestia de conocerme. Por eso piensas que soy un gilipollas, por qué nunca te interesaste por mí.
—Trabajé como un cabrón para sacar la familia adelante, tu padre muerto, tu madre, tus hermanas, tu abuela… yo trabajé como un esclavo para que no os faltara de nada…
—Nos faltaste tú.
—¡Vamos hombre no me jodas! ¿Y que querías que hiciese? Quedarme en casa, con vuestros lamentos, con vuestras penas, prefería partirme el lomo en el taller que escuchar vuestros lloriqueos…
—Has escuchado algún llanto hoy.
—¿Cómo?
—Nadie ha llorado, todo han sido caras largas pero el paquete de pañuelos está intacto —señalé el carrito— ni una sola lágrima.
—Tu madre habrá llorado…
—Ni una lágrima. Nadie, la gente entraba a ver tu cadáver para confirmar que finalmente habías reventado.
Caminó lentamente por la habitación, dejó el cigarrillo en un platillo de café y se sacó la americana, se desabrochó la corbata y se arremangó la camisa, volvió a coger el cigarrillo y me dio la espalda durante unos minutos, fumando mirando la pared y por fin se dio media vuelta. Se aproximó, se sentó en el brazo del sofá.

—Tenemos poco tiempo, estarán echando leña al horno y con lo que he bebido a lo largo de mi vida, la pira arderá durante días, así que echémosle valor y vamos a querernos un rato, coge otro cigarro y arréame con la verdad. 

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