A veces soy una vieja rencorosa y vengativa. La última vez
que me descubrí como una vieja angustiada, maliciosa y sañuda fue en el lavabo
de mi oficina. Me lavaba la cara para paliar el calor insoportable de ese
inmundo edificio inteligente que quiere hacernos creer que mantiene siempre la
misma temperatura y lo que hace es cocernos a fuego lento como un puchero. Me
miré en el espejo, vi gotear el agua desde mis cejas y recorrerme la cara
lampiña, la recién estrenada cara de bebé que me había afeitado para sanear, es
lo había leído en una revista e hice caso, me rasuré la barba para sanear la
cara, sea lo que sea eso. Y cuando me fijé en mi cara, urdí mi venganza.
Quería vengarme de una compañera que me pregunta dudas
constantemente y nunca me agrace las respuestas. ¿Por qué? ¡¡¿Por qué no das
las gracias hija de la gran puta?!! ¿Por qué asientes y te vas y me dejas ahí,
como un globo desinflado y abandonado? Ese día lo hizo de nuevo, una pregunta
técnico, una respuesta rápida y un giro de ciento ochenta grados para volver a
su cubículo, alimaña…
La vi levantarse, la vi marchar hacía lo que los analfabetos
llaman office y yo llamo habitación
con cafetera, la seguí de lejos, como la bruja que soy, maquinando como quiere
la bruja que guardo en mi cuerpo de barón y me metí con ella en la habitación
con cafetera. Y la situación no podía ser más propicia, los astros se habían
alineado, estaba repletita de compañeros, me acerqué a la máquina, presioné el
botón de café, de menos agua, de sin azúcar y esperé mi oportunidad, como el
zorro espera a que el conejo salga de su madriguera. Era sólo cuestión de
tiempo, una mujer como esa, una mujer que es tan descastada que ni siquiera
puede agradecer a un compañero una respuesta, cometerá un error, sólo hay que
esperar.
Me acerqué a algún compañero, charloteé un rato, la miraba
de reojo, ella chismeaba con otra compañera y al fin tuve mi oportunidad, llegó
como llega la lluvia después de los rezos indígenas, llegó… llegó…
—Qué suerte que te has afeitado esa barba horrible —dijo la
alimaña jocosa.
—¿A sí? —respondí con la sonrisa del fariseo.
—Es que las barbas son muy sucias, así pareces más limpio.
Me van a permitir, que me regodee un poquito más, esa
sabandija cincuentona osaba decir que mi pulcra barba era una barba sucia, que
mi barba que cuido y mimo, es un objeto mugriento, comprenderán que si tenía
planeada una venganza por su ingratitud ésta extraordinaria frase que me acaba
de regalar aumentaba mi deseo y modificaba un poco mi venganza.
—Hombre… un opinión… —empecé— ¿sabes que sucede? Que la opinión
de una sola persona suele ser poco profunda, preguntemos al respetable —dije
pomposo— compañeros, un poco de atención por favor, aquí la compañera dice que
la barba del hombre es sucia, ¿pero qué os parece más sucio, un hombre con
barba o una mujer con bigote?
¡Touché! Un lobo
mellado, viejo y con lamparones con el rabo entre las piernas huía despavorido
del office. ¡Huye cobarde huye! La
vieja, esa vieja que escondo entre mis tripas tenía el papo hinchado de
orgullo, reconozco que es mezquino, que es cruel, que es malicioso, pero compréndanme,
no soy yo, yo no quiero, soy yo y mis circunstancias… y la vieja claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario