martes, 13 de enero de 2015

VÉGÉTARIEN

Yo estaba frente a Bruce, él se limpiaba el monóculo con un diminuto pañuelo blanco que había sacado del puño de su camisa, se acercaba el anteojo a la boca, lo empañaba y seguía con la meticulosa limpieza. No podía parar de mirarlo, pasé el dedo índice y pulgar por las puntas de mi bigote estilo walrus y esperé la respuesta a mi pregunta:
Bien sûr, je peux être végétarien , ont toujours été, mais jusqu'à présent, ne savait pas . Maintenant, je suis vraiment heureux.

Esperé unos instantes y entonces aparecieron los subtítulos, como odio este tipo de retrasos, con letras blancas impresas sobre el pecho de Bruce apareció la frase: “Por supuesto que puedo ser vegetariano, siempre lo he sido, pero hasta ahora no lo sabía. Ahora soy realmente feliz.”
Empecé a hiperventilar, me levanté, miré a mí alrededor y los caballeros de levita y monóculo me miraban curiosos, me desanudé la corbata de un zarpazo, el Martini seco que tenía en la mano cayó al suelo, la copa golpeó la moqueta sin romperse y acto seguido me derrumbé como un castillo de naipes, escuchando a Bruce:
—¡Mon dieu!
Desperté sudoroso, estaba en el sofá, la televisión encendida mostraba las noticias, algún político jurando algo, Chavela dormitaba en un extremo, sobre un cojín y Frida me observaba sentada en la punta de la mesa camilla, como sólo observa un gato a un humano que apenas logra comprender.
Cuando los sueños se confunden con la realidad uno puede pasarlo muy mal. Me importaba poquísimo que Bruce usase monóculo o que vistiese un impecable esmoquin negro, tampoco me importaba que junto a él tuviese una pequeña copa de pastís, o que usase monóculo, tampoco me importaba que hablase como Flaubert, lo que me rompía por dentro, lo que me ardía en la sien y el motivo por el que me había desmayado en un sueño era que Bruce juraba ser vegetariano.
Mi compadre de comilonas, mi hermano de cuchara, el que me miraba pícaro cuando sólo él y yo descubrimos en el sofrito de unas lentejas el característico gusto de las chalotas. Aquel que me llama sólo para decirme que ha descubierto un bar insalubre donde se come la mejor oreja de cerdo de la ciudad y que me pasa a buscar dentro de cinco minutos. Aquel que habla del cocido maragato con tanto amor como se habla de una madre, que te cuenta de los canelones de su tío, que son la octava maravilla, ese, ese que ahora entre sorbitos de pastís me jura que es vegetariano y que es feliz.
Me levanto tropezando con la manta enroscada a mis pies, corro al dormitorio y cojo el teléfono de la mesita de noche, busco tembloroso en la lista de contactos y llamo, no hay respuesta, él y sus malditos horarios intempestivos, su trabajo nocturno y su desorden del sueño, ¿Qué estará haciendo? ¿Dónde estará? ¡Me estará traicionando con una coliflor!
Ando por la casa, me preparo un mate y lo miró, yerba, verde y me doy miedo, es verde, ¡verde maldita sea!, me fumo cien cigarrillos y llamo y llamo y salta el buzón y no hay respuesta y lo imagino, dando saltitos por el mercado, pasando de largo de las carnicerías, ignorando las pescaderías y acariciando una calabaza en una frutería y me da por llorar. ¿Qué haré tan sólo en este mundo? Sorbo mate y exhalo nicotina.
Estoy en el baño, el mate y el tabaco han hecho su efecto, miro el rollo de papel higiénico, y jugueteo con él, suena el teléfono, me levanto, me golpeo contra el quicio de la puerta y al salir contra la pared del pasillo, con los pantalones por los tobillos llego a la cocina donde he abandonado el teléfono, veo su cara sonriente en la pantalla, es Bruce:
Bonjour— digo.
—¡A los buenos días! ¿Me echabas de menos princesa? —Dios mío que esté desayunando huevos fritos con panceta por el amor de dios.
—¿Qué haces?
—Escucha, mañana en mi casa, acabo de llegar del pueblo, ¡cecina de la buena! ¡Dos quilos!
—¿Cecina de seitán? —Sigo loco.
—No tengo ni idea como se llamaba la vaca. ¿Te vienes, no?

Claro, ahí estaré, ¿Dónde iba a estar sino? Vuelvo al inodoro, me siento y respiro, me enciendo un cigarrillo de ese paquete que no sale del cuarto de baño, y sonrío y veo mi sonrisa en el cristal manchado de cal de la mampara. Y me alegro por Bruce, y me alegro por mí y me alegro más aún de la muerte de la vaca llamada Seitán. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario