Yo estaba frente a Bruce, él se limpiaba el monóculo con un
diminuto pañuelo blanco que había sacado del puño de su camisa, se acercaba el
anteojo a la boca, lo empañaba y seguía con la meticulosa limpieza. No podía
parar de mirarlo, pasé el dedo índice y pulgar por las puntas de mi bigote
estilo walrus y esperé la respuesta a
mi pregunta:
—Bien sûr, je peux être végétarien , ont toujours été,
mais jusqu'à présent, ne savait pas . Maintenant, je suis vraiment heureux.
Esperé unos instantes y entonces
aparecieron los subtítulos, como odio este tipo de retrasos, con letras blancas
impresas sobre el pecho de Bruce apareció la frase: “Por supuesto que puedo ser
vegetariano, siempre lo he sido, pero hasta ahora no lo sabía. Ahora soy realmente
feliz.”
Empecé a hiperventilar, me
levanté, miré a mí alrededor y los caballeros de levita y monóculo me miraban
curiosos, me desanudé la corbata de un zarpazo, el Martini seco que tenía en la
mano cayó al suelo, la copa golpeó la moqueta sin romperse y acto seguido me
derrumbé como un castillo de naipes, escuchando a Bruce:
—¡Mon dieu!
Desperté sudoroso, estaba en el
sofá, la televisión encendida mostraba las noticias, algún político jurando
algo, Chavela dormitaba en un extremo, sobre un cojín y Frida me observaba
sentada en la punta de la mesa camilla, como sólo observa un gato a un humano
que apenas logra comprender.
Cuando los sueños se confunden
con la realidad uno puede pasarlo muy mal. Me importaba poquísimo que Bruce
usase monóculo o que vistiese un impecable esmoquin negro, tampoco me importaba
que junto a él tuviese una pequeña copa de pastís,
o que usase monóculo, tampoco me importaba que hablase como Flaubert, lo
que me rompía por dentro, lo que me ardía en la sien y el motivo por el que me
había desmayado en un sueño era que Bruce juraba ser vegetariano.
Mi compadre de comilonas, mi
hermano de cuchara, el que me miraba pícaro cuando sólo él y yo descubrimos en
el sofrito de unas lentejas el característico gusto de las chalotas. Aquel que
me llama sólo para decirme que ha descubierto un bar insalubre donde se come la
mejor oreja de cerdo de la ciudad y que me pasa a buscar dentro de cinco
minutos. Aquel que habla del cocido maragato con tanto amor como se habla de
una madre, que te cuenta de los canelones de su tío, que son la octava
maravilla, ese, ese que ahora entre sorbitos de pastís me jura que es vegetariano y que es feliz.
Me levanto tropezando con la
manta enroscada a mis pies, corro al dormitorio y cojo el teléfono de la mesita
de noche, busco tembloroso en la lista de contactos y llamo, no hay respuesta,
él y sus malditos horarios intempestivos, su trabajo nocturno y su desorden del
sueño, ¿Qué estará haciendo? ¿Dónde estará? ¡Me estará traicionando con una
coliflor!
Ando por la casa, me preparo un
mate y lo miró, yerba, verde y me doy miedo, es verde, ¡verde maldita sea!, me
fumo cien cigarrillos y llamo y llamo y salta el buzón y no hay respuesta y lo
imagino, dando saltitos por el mercado, pasando de largo de las carnicerías,
ignorando las pescaderías y acariciando una calabaza en una frutería y me da
por llorar. ¿Qué haré tan sólo en este mundo? Sorbo mate y exhalo nicotina.
Estoy en el baño, el mate y el
tabaco han hecho su efecto, miro el rollo de papel higiénico, y jugueteo con
él, suena el teléfono, me levanto, me golpeo contra el quicio de la puerta y al
salir contra la pared del pasillo, con los pantalones por los tobillos llego a
la cocina donde he abandonado el teléfono, veo su cara sonriente en la
pantalla, es Bruce:
—Bonjour— digo.
—¡A los buenos días! ¿Me echabas
de menos princesa? —Dios mío que esté desayunando huevos fritos con panceta por
el amor de dios.
—¿Qué haces?
—Escucha, mañana en mi casa,
acabo de llegar del pueblo, ¡cecina de la buena! ¡Dos quilos!
—¿Cecina de seitán? —Sigo loco.
—No tengo ni idea como se
llamaba la vaca. ¿Te vienes, no?
Claro, ahí estaré, ¿Dónde iba a
estar sino? Vuelvo al inodoro, me siento y respiro, me enciendo un cigarrillo
de ese paquete que no sale del cuarto de baño, y sonrío y veo mi sonrisa en el
cristal manchado de cal de la mampara. Y me alegro por Bruce, y me alegro por
mí y me alegro más aún de la muerte de la vaca llamada Seitán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario