lunes, 16 de marzo de 2015

INCIENSO, CAMBOYA, BUKAKE Y GOL

Uno debe hacerse a los lugares. Y en eso estamos querido público, en adaptarnos a un nuevo ritmo, en mi nueva cueva o madriguera, o como dice Bruce la “Batcueva” o  incluso como dice Tino mi burdel del amor a quemarropa, sea lo que sea eso.

Tras visitar varios y diversos palomares y tugurios, mis huesos han caído derrotados en mi nueva morada, un estudio que soñaría parisino, pero que sin embargo y quizá por suerte está en mi viejo y amado barrio.
La tercera o cuarta noche, estaba sentado en mi nuevo sofá alquilado, leyendo y mirando a la pared donde algún día habrá un televisor, cuando de pronto sin previo aviso, como suelen darse estas situaciones, una dama de edad indeterminada empezó a gemir. No muy lejos, oía su respiración entrecortada y sus jadeos como si en cualquier momento pudiera salir de dentro de la nevera que se aposta en medio del salón, sus resuellos eran tan claros que podría estar perfectamente tras del sofá.
Puse el punto del libro en la página donde el fulgor sexual de la desconocida me había interrumpido y como un lebrel olisqueé el ambiente con la intención de localizar el olor almizcleño del sexo. Mi trompa se detuvo en la puerta, curioseé a través de la mirilla con la intención de encontrarme una escena tórrida en el rellano, pero no hubo suerte.
Y una vez más sin avisar, el gemido se interrumpió, para reaparecer de nuevo, pero mis oídos me indicaban que algo no cuadraba, no era el mismo jadeo, ¡Era otra mujer! Con un simple ¡La madre que me parió! Dejé bien claro lo sorprendido que estaba tenía un vecino que, como se dice en mi ambiente, estaba dando Camboya a dos muchachas.
¿He dicho dos? Hasta siete gemidos distintos escuché, ¡eso era Camboya, Vietnam y la guerra de las Galias todas juntas! Recorría mi cubículo con las manos en la cabeza, incrédulo de mí, no vivía en un edificio normal, estaba en un “burdelaco” y yo lo único que tenía era un paquete de incienso erótico, que de erótico tiene la muchacha semidesnuda en la publicidad y ya.
Salí al balcón y ojeé lo que en el campo debía ser una noche estrellada pero en mi ciudad, en mi barrio era oscuridad como sobaco de mono, seguía escuchando los bufidos, recorrí por última vez mi apartamento y por fin cesó, pero cuál fue mi sorpresa al descubrir que  la última muchacha que disfrutaba de los vapores del sexo se había convertido de súbito en un señor, que a juzgar por su voz rondaba los cincuenta y éste no gemía, por el contrario comentaba la última derrota del Real Madrid indicando que si somos lo que comemos en se momento Iker Casillas era un gol.
¡Porno! ¡Maldita sea, era porno! Mi vecino debe ser la única persona entre los ríos Besós y Llobregat que paga por el porno, canales y canales de pornografía, nada de esperar a que se cargue el vídeo, un clic y una orgía, otro clic y un bukake. ¡Ese es mi vecino! El mismo que tras aliviarse, tras pasear su mente por la cama de siete damas y por la mesa de un comentarista  deportivo se puso a roncar como un bendito, como un tocino empapuzado. Y vive dios que esa noche, en ese recóndito edificio había dos hombres aliviados. 

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