lunes, 12 de mayo de 2014

FUNDIDO A NEGRO

Mi representante me llamó. Uno se espera lo habitual, un papel en un anuncio, un papel acorde con mi edad, un anuncio de pegamento para la dentadura, de pastillas para el reuma o de jarabe para la tos.
—¡Con texto! —me dice.
—¿Con texto? —le digo.
—¡Con texto! —me dice.

¡Con texto! Pienso. Que oportunidad, más de cien películas, unos cuarenta anuncios y dos docenas de apariciones en series de televisión y ni una sola frase y ahora, a la vejez mi primera frase en la pantalla. Se mezcló la ilusión y la tristeza, ilusión por el hecho y tristeza por el hecho.
Llegué al plató con mi frase bien aprendida, lo había practicado frente al espejo cientos de veces, una y otra vez, cambiando la cara, poniendo la boca de una y otra forma, las manos etc…
Me colocaron en la cama del decorado, una cama de hospital, todo muy bien hecho la verdad, ahora las cosas se hacen muy bien, iluminación, maquillaje, todo muy profesional.
Era muy sencillo, entra el actor que hace de mi nieto, me pregunta cómo estoy, le digo que me muero y me muero. Televisión moderna, nada de diálogos trillados, directos al grano, digo que muero y muero.
—¡Acción! —grita el director.
Entra el muchacho, simulando el llanto se arrodilla junto a la cama y pregunta:
—Abuelo… ¿Cómo estás?
—Me muero —y simulo morirme.
—¡Corten! Muy bien, pero haremos un par de tomas más.
Ah amigos, las incongruencias del cine, bien pero lo repetimos. Una, dos, tres… doce…
—¡Toma trece! —gritó la muchacha de la claqueta.
Sin duda esa fue La Toma, llevábamos más de dos horas dale que te pego y yo no me encontraba demasiado bien, pero si hay algo que no soportan los directores jóvenes son los actores viejos achacosos que necesitan descansar cada dos por tres. Así que aguanté la respiración, me dolía el pecho y el estómago, y me dispuse a dar lo mejor de mí.
—Corten —perfecto muchachos, la mejor, la mejor. Hacemos un descanso para comer y seguimos en media hora.
¿Pueden creer que todo el mundo se fue y me dejaron en la cama? Más de media hora, el director era de esos que da un poco de manga ancha, casi una hora estuvieron comiendo. Y no fue hasta una hora y media más tarde que pasó por ahí la maquilladora, una muchacha muy simpática por cierto, que se dieron cuenta que había muerto. El director se tocaba la barba mientras me miraba muy cerca.
—¿Y cuándo se ha muerto? —preguntó al aire.
Nadie respondió. Llegó la ambulancia, me inspeccionaron y claro determinaron como era evidente, que estaba muerto.
La película se estrenó seis meses más tarde. Dejen de preguntarse cómo es posible que les esté contando la historia si yo ya estaba muerto, eso no es importante, lo que es importante es lo que les voy a contar a continuación.

La sala llena, el preestreno, todo el mundo trajeado, un espectáculo mediático, la televisión, la prensa, el famoseo… Empieza la película. ¿Mala? Mala no, lo siguiente. Llega, llega mi escena, ahí está, se abre la puerta de la habitación del hospital y ¡zas! Me han cortado. ¡Me han cortado! Que no salgo, que se funde a negro, que han hecho un final abierto, me han convertido en un final abierto de mierda, en una basura de fundido a negro. Y la gente aplaude y todo el mundo se gira en dirección al director y yo con la cara de gilipollas, y juro, que fundido a negro al que lo voy a condenar, no va a rodar una sola película sin sucesos paranormales, ¡palabra!

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