martes, 7 de enero de 2014

EL CUADRO

Un hombre flaco sentado en una silla. Una habitación humilde, a su diestra una caja de madera que hace las veces de mesita de luz, con una botella de vino convertida en candelabros que sostiene una vela apagada. A la izquierda del hombre, a la derecha de la imagen, una mesa, también de madera, con una hornillo y una pava, junto a esta un mate y un saquito de hierba yerba encima de un periódico, en el extremo derecho de la mesa un gramófono. En la pared, tres fotografías el once de un equipo quizá racing o la selección, no se ve bien; Leguisamo a lomos de un caballo y la última, un retrato de Gardel, que dios sabe que cada día canta mejor.

El hombre, el tipo, flaco de mejillas marcadas, sostiene bajo una nariz picuda, entre los labios prietos un cigarrillo, entorna los ojos y toca el bandoneón. Camisa blanca, un pañuelo al cuello, pantalones grises y una gamuza roja sobre las piernas, donde se posa el instrumento.
Tomo mate, de pie, frente al cuadro de Pastor, sorbo con fuerza las últimas gotas se lo alcanzo a mi padre que lo ceba y se lleva la bombilla a la boca. Busca en el tablero, con los ojos entornados, el humo del mate, el humo del cigarrillo, el cuello hundido en un jersey de lana, mira sus fichas y mira el tablero.
―¿Jugás?
― Te toca a vos.
―Si pero ¿jugás o que hacés?
Miro, girando sólo el cuello, me mira señalando el tablero. Devuelvo la mirada al cuadro.
―¿Cuánto hace que tenés el cuadro?
Suspira, deja el mate en la mesa, y apoya el codo en el respaldo.
―Treinta y cinco años, ¿por?
―La fecha.
Se levantó, en la mano derecha sujetaba el cigarrillo, más ceniza que otra cosa y en la izquierda el mate espumoso.
―¿Qué decís?
Señalé el periódico del cuadro, una reproducción del diario crónica.
―¿Qué fecha? ―insistió.
―Traé la lupa.
Descolgué el cuadro y lo coloqué sobre la mesa, aparte el tablero, las fichas se movieron y por consiguiente dimos la partida por finalizada. Colocó la lupa sobre el lienzo y aumentó el periódico.
―¿Pero qué…?
Era exactamente la reacción que cabía tener ante un hecho de ese calibre.
―No puede ser ―dijo mi padre ajustándose las gafas y acercándose más a la lupa.
―¿Qué pone?
―Miércoles dieciséis de octubre de dos mil trece.
Mi respuesta fue el silencio, silencio compartido por mi padre, que chupó de la bombilla hasta dejar el mate seco.
―¿Se lee el titular? ―pregunté.
―No hace falta, se intuye.
―¿Qué se intuye?
―Un tres y un dos.
―¿Un tres y un dos?
―Perdimos contra Uruguay.
Saqué un cigarrillo del paquete que había sobre la mesa, lo encendí y cebé el mate.
―¿Cuánto…?
―Más de treinta años pibe.
―Pero no puede ser.
―Vos lo viste ahí, siempre, desde antes de que vos nacieras está ahí.
―¿Te fijaste alguna vez en la fecha?
Negó con la cabeza y me sacó el mate de la mano. Agarró el cuadro y lo miró, del derecho y del revés, paso la mano por encima, las yemas de los dedos y suspiró.
―Yo no creo en la magia ―dijo.
―Yo tampoco.
―Bueno… ¿Entonces qué?
Se sacó las llaves del bolsillo, volteó el cuadro y rajó el papel marrón de la parte trasera. Lo desarmó y sacó con cuidado la cartulina de aspecto quebradizo. Cuando lo tuvo en la mano, se lo acercó a la cara y súbitamente lo dejó sobre la mesa agarró la lupa, se acercó de nuevo. Sopló el papel, limpio la lupa, de nuevo lo estudió detenidamente. Parecía exhausto, jadeaba, y la respiración se le entrecortaba. Con las manos temblorosas, logró sacar un cigarrillo, llevárselo a la boca y encenderlo con la llama vibratoria que salió del encendedor.
­―Qué hijo de puta el viejo.
―¿Qué pasó?
―Vas a creer en la magia, lee.
Nessuna terra, senza soldi, non c’è portere. Siamo arrivati in Argentina con niente. Ma lasciamo alle generazioni future di tutto il futuro con un bandoneón dipinta. Leí de nuevo el texto, escrito a mano y con letra firme y diminuta. Miré a mi padre que se pasaba la mano por el pelo y fumaba lentamente.
―¿Qué significa?
Me miró, sólo me miró. Sin decir nada, colocó de nuevo el cartón dentro del marco, con cuidado arregló el papel que había rajado con la llave y lentamente se levantó para colgar de nuevo el cuadro.
―¿Qué significa? ―insistí.
―El mate está lavado, anda a por la yerba y calentá agua.
―¿Pero…?

― Andá por la yerba, yo voy a por las apuestas deportivas. 

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