La maestra aparece con la mandíbula apretada, los labios
convertidos en una fina línea que la atravesará las mejillas como una cicatriz.
La falda plisada perfectamente planchada sin rastro re arrugas y una blusa de cuello
almidonado y blanco impoluto. Se detiene frente a su mesa y coge el bolso que
está preso bajo su axila para depositarlo en el extremo exterior derecho, como
siempre como cada día, la rutina la mantendrá con vida. Ordena los papeles que algún
pequeño diablo le habrá desordenado, adrede por supuesto, cogiendo el pliegue
de folios los golpeará contra la mesa una, dos y tres veces hasta que queden perfectamente
alineados.
Suena el timbre, en tropel entran en el aula, como una
camada de hienas de risa histérica tropiezan entre ellos, chocan contra el
quicio de la puerta hasta que sus miradas impactan contra los ojos de la
profesora y la respiración se les entrecorta, presos de la fuerza de la rutina
y de la disciplina aminoran el paso, se ordenan entre las filas de pupitres y
se sientan silenciosos. La tutora infla el pecho, orgullosa, satisfecha de su
influencia.
Hace tamborilear las uñas, uñas de gata, uñas duras pintadas
de un sobrio color crema. Meñique, anular, medio e índice; meñique, anular,
medio e índice. Se levanta y mira a los estudiantes, en silencio, todos mirando
al frente, callados. Comienza a caminar, entre las mesas, observando las
cabezas de los muchachos y muchachas, sus ropas, camisetas de colores,
pantalones con rodillas rotas, sudaderas con dibujos de extraños y
horripilantes monstruos, como añora la sobriedad, la elegancia, la disciplina
que se respiraba cuando niños y niñas vestían uniformes, limpios, planchados,
todos iguales.
―González, salga al encerado.
El primer día la miraron con esos ojos de besugos dormidos,
con la boca medio abierta, ¿Encerado? Se preguntaron en silencio. Hoy ya
sabían, hoy ya eran más normales, menos asilvestrados.
González se levantó, cabeza grande, cuerpo pequeño, cordones
desabrochados, pelo rizado y sonrisa amplia.
―Si tengo que repetirle que se abroche las zapatillas tendrá
que volver a casa descalzo.
Empujado por unas manos invisibles que se apoyan en sus
hombros se agacha para anudar los cordones y de nuevo por esa misma fuerza se
levanta para dar la espalda a la pizarra y quedar frente al público de niños,
niñas y maestra con aspecto casi marcial.
―Díganos González, ¿cuál es el papel de nuestras fuerzas
armadas en la operación Alba?
González, se mira los cordones recién abrochados.
―Mire al frente González y responda mi pregunta.
―Sí señorita, la operación Alba, es una operación que llevan
a cabo nuestras fuerzas armadas en Albania.
―¿Y en qué consiste?
―Proteger el traslado y la entrega de la ayuda que las
organizaciones humanitarias internacionales y no gubernamentales hacían llegar
a este país.
―Excelente puede sentarse ―dice la maestra.
Si pudiera correría, pero no puede así que camina lo más
rápido posible sin parecer asustado, se acerca a su pupitre pero justo cuando
está a punto de apartar la silla la maestra lo detiene.
―González, antes de que se siente dígame el significado de: per aspera ed astra. ―El pequeño González, nota como el estómago se
le empequeñece, como en lugar de jugos gástricos tiene cemento, una argamasa
casi sólida que quiere salir, así que aprieta los dientes e intenta tragar
saliva.
―Per aspera ed astra,
González.― Repite la maestra.
El parpado derecho sube y baja histéricamente, el labio
inferior le tiembla.
―Siéntese háganos el favor. Lo había hecho bien González,
lástima… Robles.―dice la maestra sin mirar a un pequeño pelirrojo que se
levanta como si su silla le hubiese mordido las nalgas― Per aspera ed astra. ―repite esta vez apuñalando con la mirada al
taheño.
―Per aspera ed astra,
señorita, por el sendero áspero a las estrellas. Es el lema de nuestro ejército
del aire.
―Excelente Robles ―dice la tutora mientas camina hacia su
mesa― deben recordar la importancia de nuestras fuerzas armadas, deben recordar
que…
Se detiene de espaldas a los alumnos mirando un calendario
colgado de la pared con todos los días tachados con marcador rojo, y suspira,
con dos dedos agarra uno de los extremos del almanaque y con un movimiento seco
y rápido arranca la hoja del mes de diciembre.
―… deben recordar que les protegen sin que se den cuenta… ¿Han
comprendido?
Y suena un sí unísono.
El almanaque apenas se ha movido, en la parte superior,
justo en el centro, en números romanos de color negro reza el año. MMXIV.
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