lunes, 17 de febrero de 2014

ASUNTOS PROPIOS VII: Adiós

Levon me miraba desde el quicio de la puerta, sujetando la escoba como si se tratase de una escopeta. Receloso me observaba montar el árbol navideño que había comprado en la feria.
—Yo no soy tan simpático como parece —Le comenté a la tendera intentando excusarme.
Había sorteado a cientos de personas que parecían llevar anteojeras y se llevaban a todos sus semejantes por delante, y lo hice con una sonrisa, no me pude ver reflejado en ningún escaparate, pero la notaba en la cara y mi bigote, tan poco acostumbrado no sabía que hacer ante esa mueca, estaba tan descolocado como yo.

—¿Qué le pasa en la cara? —Dijo señalándome con el palo de la escoba.
—Podría ayudarme, ¿no?
Se acercó lentamente y miró el árbol y las bolas de colores y de pronto su cara cambió, al principio era sorpresa y desconfianza, ahora era miedo.
—¿Se ha vuelto loco, verdad?
—¿Cómo dice?
—Ha enloquecido. O está tramando algo. ¿Qué sucede? ¿Por qué sonríe tanto? Usted no puede engañar a Levon.
Enrollé una guirnalda en una rama y miré al portero.
—Levon, nadie quiere engañarle, es navidad y estoy montando el árbol, y sonrío por qué es bonito y me gustaría que usted compartiese conmigo este momento.
Le faltaron cerrojos, si su casa hubiese tenido puente levadizo lo hubiese levantado, se encerró en su apartamento y me quedé solo en el rellano, con el árbol y las guirnaldas.
Me había sacado la gabardina y la americana y estaba en mangas de camisa, con los brazos en jarra, alejado del árbol para poder verlo en perspectiva, perfecto. Llamé a todos los vecinos, hice sonar los interfonos de sus casas y los hice bajar. Uno a uno aparecieron en el rellano, con una evidente desconfianza fueron rodeando el árbol, doña Encarnación, la anciana del séptimo me miraba como siempre, decepcionada, siempre esperaba descubrir que habría muerto y la desilusión de no encontrarme convertido en un montón de carbón en mi apartamento seguía patente en sus ojos.
—Aquí tienen el árbol que pidieron.
Murmuraron, tapándose la boca, acercándose a las orejas de los demás, mirándome con las cejas enarcadas y los brazos cruzados.
—¿Para esto nos ha hecho bajar?
—Ustedes me pidieron un árbol y aquí tienen su árbol.
—Menuda tontería, ¿A quién le importa el árbol de Navidad? Lo pedimos para molestarle.
Reconozco que tuve una sensación extraña, el primer impulso fue acercarme al vecino que había dicho eso y golpearle con los nudillos el tabique nasal o soltarle algún improperio que le hiciese alborotar el ano, pero mi nuevo yo, ese yo que podía aguantar las hordas de compradores navideños en la feria para comprar un árbol para su semejantes, se negaba a dejarse llevar por el odio.
—Comprenderá que un presidente se debe a sus vecinos, y que si los vecinos piden un árbol un árbol deben tener.
—Métase el árbol en el culo.
Esquivé con soltura el insulto y sonreí, ante esa sonrisa todos se sobresaltaron, tan poco acostumbrados como estaban a esa mueca como lo estaba mi bigote se recogieron en un rincón del portal.
—Señores por favor, vamos a comportarnos —dije— no creo que sean formas…
—¡Pero usted está loco! —dijo una vecina— Quiere ser simpático y no le sale.
—Vamos a ver, dejemos eso de lado por el momento, hoy además de comprar el árbol he tenido una reunión con el administrador. Ha sido una reunión interesante…
—¿Sí? ¿Y no le ha dicho que lo va a denunciar por incendiar su piso para cobrar el seguro?
—Sí algo me ha comentado, pero hemos llegado a un acuerdo y creo que no denunciará, además ha decidido, en realidad hemos decidido amistosamente que dejará de ser el administrador de la finca.
Los murmullos se convirtieron en alboroto, parecían un grupo de ratas rodeadas por un incendio sin saber exactamente que hacer.
—Eso es imposible, Schiaccianoci lleva con nosotros toda la vida —dijo un anciano.
—No nos dejará ir tan fácilmente, hubo un presidente, ¿Os acordáis de Soriano?, Usted terminará mal y nos meterá a todos en un buen lío.
—No se preocupen, ya me he encargado de Schiaccianoci.
Del alboroto al murmullo y del murmullo al silencio.
—¿Qué signica eso?
—¡Significa lo que significa!
Su voz sonó como la voz de una soprano ensayando en el gran teatro del Liceo, retumbó en todas las paredes, omnipotente, sonora y musical, hasta la puerta de Levon se abrió chirriando.
—¿Quién es usted? Esto es una reunión de comunidad y es privada —Dijo doña Encarnación.
—Es Lola —dije yo con una sonrisa que ya empezaba a dolerme.
—Soy Lola.
—¡Ah...! ¿Y quién es Lola?
—Soy Lola la nueva administradora, el señor Schiaccianoci se ha retirado, a decidido que ya estaba muy mayor para dedicarse a la administración de fincas y me ha dejado a cargo de todos sus clientes y eso les incluye.
—¿Usted sabía algo de esto Julius?
—¿Pero que significa esto? Esto es un ultraje, una confabulación, pretende hacernos creer que que Schiaccianoci ha dejado su cartera de clientes a un monstruo.
Creo que todos lo vieron, en realidad no lo creo, estoy seguro, Levon cerró la puerta y echó de nuevo el cerrojo, mi sonrisa, esa extraña mueca que había estado practicando la última parte del día se borró, y sonó como a cartón roto, mi mueca, mi rictus de asco perpetuo volvió a a parecer, lentamente me acerqué a mi chaqueta que colgaba de una silla, me la puso y sobre ella la gabardina.
—¿Saben lo que es el amor?
—¡Déjate de amor mamarracho! —Dijo doña Encarnación envalentonada.
—¡Cállese vieja infecta! Amargada y arrugada anciana, no sabrá lo que he hecho por ustedes por qué me iré, si, me voy, y les dejó con mi apartamento calcinado, con sus odios y con sus resquemores, con sus miedos, esos miedos que han logrado que un mafioso les inflase las facturas, esos miedos que han permitido que un presidente como yo convirtiese esta comunidad en una absurda dictadura y ahora que les abro mi corazón, que les libro de sus cadenas me tratan como a un perro...
—Julius por favor —dijo Lola.
—No Lola, déjame que les diga la verdad, la verdad sobre ellos, ahora, en pocos minutos abandonaré el edificio, y ustedes se quedarán solos, solos y me gustará ver como se las arreglan, veremos quien toma las riendas de esta cueva de ratas, este cascaron vacío lleno de almas putrefactas.
Me acerqué a Lola, la cogí del brazo y miré al sorprendido público.
—Pero antes de irme quiero que se queden con una imagen, con una imagen que espero les acompañe para el resto de sus vidas.
Tomé aire, inflé el pecho y sonreí, una sonrisa enorme, que alargó mi bigote de oreja a oreja, una sonrisa llena de dientes, llena de sinceridad.
—Que les vaya bonito.
De pronto la puerta de Levon se abrió de nuevo y esta vez salió el portero, vestido con sus mejores galas y con una maleta de cuero en la mano, corrió atravesando el vestíbulo y abrió la puerta apartándose y bajando la cabeza.
—¿Nos vamos pareja?

—Nos vamos Levon.

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