martes, 8 de abril de 2014

LA VENGANZA

Si algo he aprendido en esta vida, y es una máxima que sigo hasta el fin de las consecuencias, es que hay que ser rencoroso y vengativo. Lo aprendí a temprana edad y he seguido ese principio a pies juntillas. No dejes que te pisoteen o que te tomen el pelo, toma cartas en el asunto y véngate y sé todo lo cruel que puedas.

La primera vez que hablé con el tal Gerardo fue por teléfono, llamé a mi seguro, se me había roto una cañería en el cuarto de baño y evidentemente decidí que fuese el seguro del hogar el que se hiciese cargo de la reparación. Me tuvo diez minutos esperando, con una música tediosa y horripilante, cuando por fin me atendió, con voz robotizada y de una chirriante monotonía me comenzó a interrogar sobre mis datos, sin dejarme hablar del tema que realmente me interesaba.
Terminó el interrogatorio personal y me preguntó por el siniestro, le conté exactamente lo que había sucedido, una tubería rota en la pared del cuarto de baño, el agua caía directamente en el plato de ducha y por suerte no causaba ningún daño, ni propio ni a ningún vecino, ¿Una suerte, no? Parece ser que no.
—Gracias por la espera —dijo tras tenerme otros diez minutos esperando con la melodía violándome el cerebro— Le informo que en este caso la avería no está cubierta por la póliza.
¿Los motivos? Clausulas, letra pequeña, exclusiones, garantías, nada que a uno le sirva realmente.
—Gerardo, ¿verdad?
—Sí señor.
—Voy a ir a por ti Gerardito.
—¿Cómo dice señor? —Se hizo el loco.
—Ya me has escuchado Gerardo, iré a por ti, estés donde estés te encontraré —Y corté la llamada.
Por regla general, este tipo de llamadas quedan grabadas, caí en la cuenta cuando ya había colgado y ante la premura de que el tal Gerardo se chivase de mi amenaza me puse manos a la obra. Lo primero era localizar las oficinas desde donde me llamaba el tal Gerardo, esa tarea no fue complicada, Internet es una herramienta utilísima para estas tascas, psicópatas y fanáticos deben estar encantados con las facilidades que ofrece la red para localizar a personas, un par de clics, dos o tres referencias bien anotadas y voilà la dirección de las oficinas de la empresa subcontratada por mi seguro para atender el teléfono.
Antes de continuar, quiero que sepa el respetable no espero su comprensión, no quiero que aplaudan mi actitud, me trae sin cuidado su opinión al respecto, mi actitud es y será la misma la aplaudan ustedes o no. La tomé con Gerardo, ¿Por qué? Porque puedo, porque es el blanco fácil y yo soy así, pragmático, cruel y egoísta.
La primera parte había sido sencilla, pero la segunda parte se antojaba un poco más complicada, localizar a Gerardo y aplicarle la ley. Gerardo, ese desconocido, ¿cómo encontrar la aguja en el maldito pajar? Por suerte soy un psicópata con recursos, un poco burdos en ocasiones, pero efectivos al fin y al cabo.
—¡Gerardo! —Grité —¿Quién es Gerardo? —Volví a gritar situado frente a un sinfín de hileras de mesas con telefonistas —Gerardo no te escondas.
Por fin, como un conejo asomando las orejas de su madriguera mostró su cabecita un homúnculo con auriculares. Lo señalé con el índice y sonreí. Ahora él ya sabía que lo había encontrado, sólo tenía que esperar a que terminase su jornada laboral e interceptarlo en la calle. Saldría, tarde o temprano saldría. El joven psicópata que esté leyendo esto, pensará que por qué no corrí hacia Gerardo en el mismo instante cuando lo vi. Mi inexperto amigo, los tipos como nosotros tenemos que ser pacientes, un lugar lleno de gente, de compañeros de Gerardo que por hacerse los valientes son capaces de impedir tus acciones, comprende que la venganza es un plato que se sirve frío.
En ese caso, demasiado frío, pasaron dos semanas hasta que pude discernir que la entrada principal del edificio no era la única entrada, me había apostado en esa puerta en las horas punta y ni un solo día vi al abrazafarolas rechaza siniestros de Gerardo. Así que distribuí mi tiempo, mañanas y mediodías puerta principal, tardes y noches puerta trasera, luego amplié horarios y lugares, mañanas y tardes puerta principal, mediodías y noches puerta trasera. Sin éxito. Mañanas de los días pares puerta principal, tardes días impares puerta trasera y por fin, caí, tenía que existir otra puerta, la del parking. Nunca es tarde si la dicha es buena, y ahí lo vi, con su montón de chatarra sobre ruedas, con su cara de boniato hervido y me vio, pensaría que había pasado mucho tiempo y que yo me habría olvidado. Error muchacho, error.
Corrí hacía él mientas veía su coche acelerar y me lancé como un ave rapaz sobre su presa, contra el capó del coche de Gerardo. Dios bendito, su hubiesen podido ver la cara del pobre conejo, tenía los ojos que se le salían de las órbitas y gritaba como un condenado a muerte. Aceleró, pero no era la primera vez que me agarraba a un capó y logré superar las primeras embestidas y afianzarme sobre el vehículo. Recorrimos varias calles, yo gritando, el gritando, el coche rugiendo, los demás vehículos pitando, ¿Los semáforos? Ignorados, hasta que el muy tarugo, el muy bebecharcos chocó contra una farola. Y señores, nos hicimos puré, él se abrió la cabeza contra el volante, pero abrírsela de verdad, parecía un huevo roto contra el suelo, en cuanto a mí, me partí la espalda contra la farola y quedé doblado como una “L” contra el hierro.
—¿Cómo te encuentras? —Me dice cada mañana en la cama del hospital.
—Mi pronóstico es mejor que el tuyo, tarde o temprano me levantaré.
Compañeros en la desgracia, así le llaman algunos, compañeros de habitación en el hospital. Compañeros en contra de mi voluntad, sólo de la mía, pues parece que encima el tal Gerardo no es un mal tipo, y se preocupa por mí, hasta su madre me trae fiambreras con comida, la mía no ha venido a verme, nunca terminó de aceptar que matase a su canario como venganza de no dejarme dormir.
—¿Qué traerá tu madre hoy?
—Marmitako de atún.
—No me gusta el pescado.
—Pues es lo que hay.
—Ten cuidado cabestro, ten mucho AYYY
—¿Te duele?

—Anda ponme un poco de música y calla la boca, rico. 

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