Si algo he aprendido en esta vida, y es una
máxima que sigo hasta el fin de las consecuencias, es que hay que ser rencoroso
y vengativo. Lo aprendí a temprana edad y he seguido ese principio a pies
juntillas. No dejes que te pisoteen o que te tomen el pelo, toma cartas en el
asunto y véngate y sé todo lo cruel que puedas.
La primera vez que hablé con el tal Gerardo fue
por teléfono, llamé a mi seguro, se me había roto una cañería en el cuarto de
baño y evidentemente decidí que fuese el seguro del hogar el que se hiciese
cargo de la reparación. Me tuvo diez minutos esperando, con una música tediosa
y horripilante, cuando por fin me atendió, con voz robotizada y de una
chirriante monotonía me comenzó a interrogar sobre mis datos, sin dejarme
hablar del tema que realmente me interesaba.
Terminó el interrogatorio personal y me
preguntó por el siniestro, le conté exactamente lo que había sucedido, una
tubería rota en la pared del cuarto de baño, el agua caía directamente en el
plato de ducha y por suerte no causaba ningún daño, ni propio ni a ningún
vecino, ¿Una suerte, no? Parece ser que no.
—Gracias por la espera —dijo tras tenerme
otros diez minutos esperando con la melodía violándome el cerebro— Le informo
que en este caso la avería no está cubierta por la póliza.
¿Los motivos? Clausulas, letra pequeña,
exclusiones, garantías, nada que a uno le sirva realmente.
—Gerardo, ¿verdad?
—Sí señor.
—Voy a ir a por ti Gerardito.
—¿Cómo dice señor? —Se hizo el loco.
—Ya me has escuchado Gerardo, iré a por ti, estés
donde estés te encontraré —Y corté la llamada.
Por regla general, este tipo de llamadas
quedan grabadas, caí en la cuenta cuando ya había colgado y ante la premura de
que el tal Gerardo se chivase de mi amenaza me puse manos a la obra. Lo primero
era localizar las oficinas desde donde me llamaba el tal Gerardo, esa tarea no fue
complicada, Internet es una herramienta utilísima para estas tascas, psicópatas
y fanáticos deben estar encantados con las facilidades que ofrece la red para
localizar a personas, un par de clics, dos o tres referencias bien anotadas y voilà la dirección de las oficinas de la
empresa subcontratada por mi seguro para atender el teléfono.
Antes de continuar, quiero que sepa el
respetable no espero su comprensión, no quiero que aplaudan mi actitud, me trae
sin cuidado su opinión al respecto, mi actitud es y será la misma la aplaudan
ustedes o no. La tomé con Gerardo, ¿Por qué? Porque puedo, porque es el blanco
fácil y yo soy así, pragmático, cruel y egoísta.
La primera parte había sido sencilla, pero la
segunda parte se antojaba un poco más complicada, localizar a Gerardo y
aplicarle la ley. Gerardo, ese desconocido, ¿cómo encontrar la aguja en el
maldito pajar? Por suerte soy un psicópata con recursos, un poco burdos en
ocasiones, pero efectivos al fin y al cabo.
—¡Gerardo! —Grité —¿Quién es Gerardo? —Volví a
gritar situado frente a un sinfín de hileras de mesas con telefonistas —Gerardo
no te escondas.
Por fin, como un conejo asomando las orejas de
su madriguera mostró su cabecita un homúnculo con auriculares. Lo señalé con el
índice y sonreí. Ahora él ya sabía que lo había encontrado, sólo tenía que
esperar a que terminase su jornada laboral e interceptarlo en la calle.
Saldría, tarde o temprano saldría. El joven psicópata que esté leyendo esto,
pensará que por qué no corrí hacia Gerardo en el mismo instante cuando lo vi.
Mi inexperto amigo, los tipos como nosotros tenemos que ser pacientes, un lugar
lleno de gente, de compañeros de Gerardo que por hacerse los valientes son
capaces de impedir tus acciones, comprende que la venganza es un plato que se
sirve frío.
En ese caso, demasiado frío, pasaron dos
semanas hasta que pude discernir que la entrada principal del edificio no era
la única entrada, me había apostado en esa puerta en las horas punta y ni un
solo día vi al abrazafarolas rechaza siniestros de Gerardo. Así que distribuí
mi tiempo, mañanas y mediodías puerta principal, tardes y noches puerta
trasera, luego amplié horarios y lugares, mañanas y tardes puerta principal, mediodías
y noches puerta trasera. Sin éxito. Mañanas de los días pares puerta principal,
tardes días impares puerta trasera y por fin, caí, tenía que existir otra
puerta, la del parking. Nunca es tarde si la dicha es buena, y ahí lo vi, con
su montón de chatarra sobre ruedas, con su cara de boniato hervido y me vio,
pensaría que había pasado mucho tiempo y que yo me habría olvidado. Error
muchacho, error.
Corrí hacía él mientas veía su coche acelerar
y me lancé como un ave rapaz sobre su presa, contra el capó del coche de
Gerardo. Dios bendito, su hubiesen podido ver la cara del pobre conejo, tenía
los ojos que se le salían de las órbitas y gritaba como un condenado a muerte.
Aceleró, pero no era la primera vez que me agarraba a un capó y logré superar
las primeras embestidas y afianzarme sobre el vehículo. Recorrimos varias
calles, yo gritando, el gritando, el coche rugiendo, los demás vehículos
pitando, ¿Los semáforos? Ignorados, hasta que el muy tarugo, el muy bebecharcos
chocó contra una farola. Y señores, nos hicimos puré, él se abrió la cabeza
contra el volante, pero abrírsela de verdad, parecía un huevo roto contra el
suelo, en cuanto a mí, me partí la espalda contra la farola y quedé doblado
como una “L” contra el hierro.
—¿Cómo te encuentras? —Me dice cada mañana en
la cama del hospital.
—Mi pronóstico es mejor que el tuyo, tarde o
temprano me levantaré.
Compañeros en la desgracia, así le llaman
algunos, compañeros de habitación en el hospital. Compañeros en contra de mi
voluntad, sólo de la mía, pues parece que encima el tal Gerardo no es un mal
tipo, y se preocupa por mí, hasta su madre me trae fiambreras con comida, la
mía no ha venido a verme, nunca terminó de aceptar que matase a su canario como
venganza de no dejarme dormir.
—¿Qué traerá tu madre hoy?
—Marmitako de atún.
—No me gusta el pescado.
—Pues es lo que hay.
—Ten cuidado cabestro, ten mucho AYYY
—¿Te duele?
—Anda ponme un poco de música y calla la boca,
rico.
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