jueves, 3 de abril de 2014

LA VENUS DE WILLENDORF

Decir que era flaco es quedarse corto. Era como la sombra alargada de una farola, brazos de alambre, hombros curvos, pecho hundido, pómulos que se le marcaban como pequeños montículos puntiagudos y los ojos se le hundían en el cráneo cubiertos por una finísima capa de piel.

Nuestro héroe además de su extrema flacura tenía otra característica, era virgen. Era la quinta esencia de la virginidad, no había besado, tocado, acariciado, ni siquiera rozado a una mujer en toda su vida. El cuerpo de una mujer era una auténtica incógnita para él, desconocía, por ejemplo, el tacto, el color y la forma de un pezón femenino, ni siquiera su madre le había dado el pecho, ni ese pezón había visto el protagonista.
La escualidez no le resultaba un problema, tenía una dieta equilibrada, pero su organismo o su metabolismo sea lo que sea lo que se ocupe de esos menesteres decidía que esa constitución era la adecuada, así que no le suponía un contratiempo. Pero en cuanto a la Virginidad, bien, la virginidad puede ser romántica para una adolescente del siglo XII pero no para un hombre de cuarenta años, administrativo y con apartamento propio. La virginidad se convierte en una llaga humeante, en una losa, en un cartel luminoso que uno arrastra a todas partes. Alguien pensará en la masturbación, lo habrá pensado aquel que evidentemente no es virgen y que tiene una activa vida sexual, señores la masturbación, nunca y no es que lo diga exclusivamente yo, también lo piensa nuestro personaje, la masturbación nunca es sustitutivo del sexo. Del mismo modo que un vegano debe tomar un suplemento vitamínico un masturbador profesional debe tener su dosis de sexo, de lo contrario terminará, no sé exactamente cómo terminará, la cuestión es que no terminará bien y punto.
El detonante de lo que a continuación voy a relatar no es un detonante de película, no explotó nada, nadie mató a nadie y ningún ladrón robo una preciada joya, simplemente ocurrió una noche, cuando el flaco masturbador sostenía el cartón cilíndrico de un rollo de papel higiénico extinto. Sentado en su sofá de soltero onanista, sujetando el cilindro y viendo los títulos de crédito de la última película pornográfica que había alquilado se puso a llorar. Esas cosas suceden, un fornido leñador puede llorar, un boxeador campeón de los pesos pesados puede llorar, hasta Charles Bronson puede hacerlo, ¿Por qué no iba a poder  nuestro querido pajillero? Él tenía muchos motivos para hacerlo, tenía dos latas de sardinas en la nevera, un cesto lleno de calzoncillos sucios, un cilindro vacío y un montón de papel higiénico acartonado en una papelera. Así que lloró, lloró a moco tendido, haciendo pucheros y soltando lagrimones como cabezas de muchacho. En fin dejémosle llorar…
Bien, tras llorar tres horas, cincuenta minutos y unas docenas de segundos se cortó el grifo. Se levantó, se puso los pantalones, abrió el cajón de los calcetines y sacó un fajo de billetes.
—Putas, esa es la solución —pensó— por el amor de dios putas.
Sé que es repentino, pero hay gente que actúa de esa forma, tienen que pasar cuarenta años de calvario virginal para darse cuenta de algo tan sencillo como eso. Se le podrían haber ocurrido otras ideas, una página web de citas, ir a un bar a conocer una desconocida, todas válidas y probablemente también efectivas, pero tengan en cuenta que a ese hombre le daba vergüenza rozar a una anciana en el autobús y cuando digo vergüenza digo, auténtico bochorno, hasta ronchas en el pecho le salían del sofoco, así que pueden imaginarse el papelón de verlo sentado en la barra de un bar invitando a un zumo de melocotón a un desconocida, definitivamente usar el amplio abanico de cenicientas de saldo y esquina que había en la ciudad era la mejor opción.
Incluso para un gran masturbador como él, incluso para un tipo que jamás había visto una vagina al natural, con gafas o sin ellas, encontrar un burdel era una tarea sencilla, simplemente tubo que girar la esquina de su casa y entrar en ese bar donde sólo entraban hombres con gafas de sol y sin mirar alrededor, era el club Caracas.
Y ahora, déjenme darle al tema una aureola artística, o simplemente una aureola, que no areola que casualmente es el círculo rojizo algo moreno que rodea el pezón, aunque también vendría al caso. La llamaremos La Venus de Willendorf, ¿Qué por qué? Para demostrar al lector que hasta este humilde contador de historias puede rebuscar en sus viejos libros de historia del arte y encontrar la estatuilla antropomorfa, un antiguo ídolo de fertilidad. Y dios sabe que esa mujer, esa tetona extravagante era un auténtico ídolo de la fertilidad. Veamos para que puedan hacerse una idea del tamaño de esa cortesana les daré una referencia, y no será una referencia obscena, será… El diámetro de una papelera, ¿Pueden hacerse a la idea del diámetro de una papelera? Pues bien, más o menos de ese diámetro eran los tobillos de la señora, más o menos digo, pero háganse a la idea, un portento, el Bud Spencer de las prostitutas, el Coloso de Rodas de la fornicación. Enorme boca, enormes manos, enormes pechos, no creo que a la venus en cuestión le molestase que la definiese como una GRAN PUTA.
Sí, le invitó a un ron con coca-cola, ella insistió, él tomó un zumo de piña, no había melocotón, eso le molestó, lo mínimo que podía tener un burdel además de un buen surtido en prostitutas era un buen surtido en zumos, los puteros no saben que beber alcohol no propicia las relaciones sexuales, eso pensaba él mientras miraba su zumo, en cambio los zumos son muy buenos acompañantes del sexo, tienen vitaminas, azúcares. Fíjense, un señor que no ha tenido relaciones sexuales, no sólo eso sino que ni siquiera había utilizado la mano izquierda para masturbarse, estaba convencido que el zumo propiciaba el acto. Por suerte nuestra experta Venus de Willendorf, interrumpió su pensamiento agarrando su miembro firmemente, como una cría de gorila hambrienta agarraría una banana. Él se retorció en el taburete, se le prendieron las orejas como las cabezas incandescentes de dos cerillas, el labio inferior le temblaba como un flan y el ano se le encogió hasta convertirse en un punto.
—¿Follamos o qué? —Dijo romántica y pragmática la mujer.
El no pudo articular palabra, la lengua no respondía a las órdenes de su cerebro, simplemente miró a la prostituta, la miró sin poder creer lo que estaba sucediendo, bizqueando, con los ojos muy abiertos. Abrió la boca y en lugar de palabras salieron un par de gemidos, más parecidos a un estertor que una frase con sujeto y demás.
—Lo tomaré como un sí —Sin soltar el falo de nuestro héroe lo arrastró escaleras arriba, se detuvo ante una pequeña repisa en un rellano y cogió unas sábanas, acto seguido se metieron en una habitación.
Detendremos ahí la imagen, por su bien, por el mío propio y por preservar la poca intimidad del protagonista. Quedémonos pues ante la puerta pintada de verde, una luz roja en su parte superior indicaba que dentro había empezado la acción. Pueden imaginarse lo que quieran, a la Venus deshaciéndose de su sujetador, dejando al aire sus ubres sobre su estómago cervecero, pueden imaginarse al hombre despojándose casi en estado catatónico de sus calzoncillos dejando al aire su matorral descuidado por años de cautiverio. Y si ustedes son atrevidos, pueden imaginar el grotesco kamasutra que estalló en ese cuarto durante siete minutos. Siete minutos de lujuria, siete minutos de éxtasis, de liberación. Casi se pudo ver el vapor que salía al abrir la puerta la meretriz. Salió ella primero, seguida por el héroe, les aseguro que jamás han visto una sonrisa como esa, pueden estar convencidos, que la cara de ese hombre, era la felicidad, la bonanza, la alegría personificada.
Le soltó los billetes y por supuesto, hombre agradecido, le dejó una buena propina, la Venus haciendo gala de su oficio se metió el dinero en el escote y palmeó el culo del cliente.

¿Qué sentido tiene esta historia? ¿Qué moraleja? Señores, ustedes no son niños, yo tampoco y por supuesto nuestro héroe tampoco, o por lo menos ya no, no necesitan que alguien les explique la moraleja, créenla ustedes mismos. Prostitución, masturbación… son temas manidos y sobados, aquí, para el que quiera entenderlo hemos hablado de arte, arte abstracto, cubismo… sea lo que fuere, sólo nuestro héroe y nuestra Venus de Willendorf saben que esculpieron en esa habitación. ¡Usen su imaginación maldita sea! O simplemente mastúrbense  o dejen de hacerlo, según cual sea su caso. 

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