Decir que era flaco es quedarse corto. Era
como la sombra alargada de una farola, brazos de alambre, hombros curvos, pecho
hundido, pómulos que se le marcaban como pequeños montículos puntiagudos y los
ojos se le hundían en el cráneo cubiertos por una finísima capa de piel.
Nuestro héroe además de su extrema flacura
tenía otra característica, era virgen. Era la quinta esencia de la virginidad,
no había besado, tocado, acariciado, ni siquiera rozado a una mujer en toda su
vida. El cuerpo de una mujer era una auténtica incógnita para él, desconocía,
por ejemplo, el tacto, el color y la forma de un pezón femenino, ni siquiera su
madre le había dado el pecho, ni ese pezón había visto el protagonista.
La escualidez no le resultaba un problema,
tenía una dieta equilibrada, pero su organismo o su metabolismo sea lo que sea
lo que se ocupe de esos menesteres decidía que esa constitución era la
adecuada, así que no le suponía un contratiempo. Pero en cuanto a la
Virginidad, bien, la virginidad puede ser romántica para una adolescente del
siglo XII pero no para un hombre de cuarenta años, administrativo y con
apartamento propio. La virginidad se convierte en una llaga humeante, en una
losa, en un cartel luminoso que uno arrastra a todas partes. Alguien pensará en
la masturbación, lo habrá pensado aquel que evidentemente no es virgen y que
tiene una activa vida sexual, señores la masturbación, nunca y no es que lo
diga exclusivamente yo, también lo piensa nuestro personaje, la masturbación
nunca es sustitutivo del sexo. Del mismo modo que un vegano debe tomar un
suplemento vitamínico un masturbador profesional debe tener su dosis de sexo,
de lo contrario terminará, no sé exactamente cómo terminará, la cuestión es que
no terminará bien y punto.
El detonante de lo que a continuación voy a
relatar no es un detonante de película, no explotó nada, nadie mató a nadie y
ningún ladrón robo una preciada joya, simplemente ocurrió una noche, cuando el
flaco masturbador sostenía el cartón cilíndrico de un rollo de papel higiénico
extinto. Sentado en su sofá de soltero onanista, sujetando el cilindro y viendo
los títulos de crédito de la última película pornográfica que había alquilado
se puso a llorar. Esas cosas suceden, un fornido leñador puede llorar, un
boxeador campeón de los pesos pesados puede llorar, hasta Charles Bronson puede
hacerlo, ¿Por qué no iba a poder nuestro
querido pajillero? Él tenía muchos motivos para hacerlo, tenía dos latas de
sardinas en la nevera, un cesto lleno de calzoncillos sucios, un cilindro vacío
y un montón de papel higiénico acartonado en una papelera. Así que lloró, lloró
a moco tendido, haciendo pucheros y soltando lagrimones como cabezas de
muchacho. En fin dejémosle llorar…
Bien, tras llorar tres horas, cincuenta
minutos y unas docenas de segundos se cortó el grifo. Se levantó, se puso los
pantalones, abrió el cajón de los calcetines y sacó un fajo de billetes.
—Putas, esa es la solución —pensó— por el amor
de dios putas.
Sé que es repentino, pero hay gente que actúa
de esa forma, tienen que pasar cuarenta años de calvario virginal para darse
cuenta de algo tan sencillo como eso. Se le podrían haber ocurrido otras ideas,
una página web de citas, ir a un bar a conocer una desconocida, todas válidas y
probablemente también efectivas, pero tengan en cuenta que a ese hombre le daba
vergüenza rozar a una anciana en el autobús y cuando digo vergüenza digo,
auténtico bochorno, hasta ronchas en el pecho le salían del sofoco, así que
pueden imaginarse el papelón de verlo sentado en la barra de un bar invitando a
un zumo de melocotón a un desconocida, definitivamente usar el amplio abanico
de cenicientas de saldo y esquina que había en la ciudad era la mejor opción.
Incluso para un gran masturbador como él,
incluso para un tipo que jamás había visto una vagina al natural, con gafas o
sin ellas, encontrar un burdel era una tarea sencilla, simplemente tubo que
girar la esquina de su casa y entrar en ese bar donde sólo entraban hombres con
gafas de sol y sin mirar alrededor, era el club Caracas.
Y ahora, déjenme darle al tema una aureola artística,
o simplemente una aureola, que no areola que casualmente es el círculo rojizo
algo moreno que rodea el pezón, aunque también vendría al caso. La llamaremos
La Venus de Willendorf, ¿Qué por qué? Para demostrar al lector que hasta este
humilde contador de historias puede rebuscar en sus viejos libros de historia
del arte y encontrar la estatuilla antropomorfa, un antiguo ídolo de
fertilidad. Y dios sabe que esa mujer, esa tetona extravagante era un auténtico
ídolo de la fertilidad. Veamos para que puedan hacerse una idea del tamaño de
esa cortesana les daré una referencia, y no será una referencia obscena, será…
El diámetro de una papelera, ¿Pueden hacerse a la idea del diámetro de una
papelera? Pues bien, más o menos de ese diámetro eran los tobillos de la
señora, más o menos digo, pero háganse a la idea, un portento, el Bud Spencer
de las prostitutas, el Coloso de Rodas de la fornicación. Enorme boca, enormes
manos, enormes pechos, no creo que a la venus en cuestión le molestase que la
definiese como una GRAN PUTA.
Sí, le invitó a un ron con coca-cola, ella insistió,
él tomó un zumo de piña, no había melocotón, eso le molestó, lo mínimo que
podía tener un burdel además de un buen surtido en prostitutas era un buen
surtido en zumos, los puteros no saben que beber alcohol no propicia las
relaciones sexuales, eso pensaba él mientras miraba su zumo, en cambio los
zumos son muy buenos acompañantes del sexo, tienen vitaminas, azúcares.
Fíjense, un señor que no ha tenido relaciones sexuales, no sólo eso sino que ni
siquiera había utilizado la mano izquierda para masturbarse, estaba convencido
que el zumo propiciaba el acto. Por suerte nuestra experta Venus de Willendorf,
interrumpió su pensamiento agarrando su miembro firmemente, como una cría de
gorila hambrienta agarraría una banana. Él se retorció en el taburete, se le
prendieron las orejas como las cabezas incandescentes de dos cerillas, el labio
inferior le temblaba como un flan y el ano se le encogió hasta convertirse en
un punto.
—¿Follamos o qué? —Dijo romántica y pragmática
la mujer.
El no pudo articular palabra, la lengua no respondía
a las órdenes de su cerebro, simplemente miró a la prostituta, la miró sin
poder creer lo que estaba sucediendo, bizqueando, con los ojos muy abiertos.
Abrió la boca y en lugar de palabras salieron un par de gemidos, más parecidos
a un estertor que una frase con sujeto y demás.
—Lo tomaré como un sí —Sin soltar el falo de
nuestro héroe lo arrastró escaleras arriba, se detuvo ante una pequeña repisa
en un rellano y cogió unas sábanas, acto seguido se metieron en una habitación.
Detendremos ahí la imagen, por su bien, por el
mío propio y por preservar la poca intimidad del protagonista. Quedémonos pues
ante la puerta pintada de verde, una luz roja en su parte superior indicaba que
dentro había empezado la acción. Pueden imaginarse lo que quieran, a la Venus
deshaciéndose de su sujetador, dejando al aire sus ubres sobre su estómago
cervecero, pueden imaginarse al hombre despojándose casi en estado catatónico
de sus calzoncillos dejando al aire su matorral descuidado por años de
cautiverio. Y si ustedes son atrevidos, pueden imaginar el grotesco kamasutra que estalló en ese cuarto
durante siete minutos. Siete minutos de lujuria, siete minutos de éxtasis, de
liberación. Casi se pudo ver el vapor que salía al abrir la puerta la meretriz.
Salió ella primero, seguida por el héroe, les aseguro que jamás han visto una
sonrisa como esa, pueden estar convencidos, que la cara de ese hombre, era la
felicidad, la bonanza, la alegría personificada.
Le soltó los billetes y por supuesto, hombre
agradecido, le dejó una buena propina, la Venus haciendo gala de su oficio se
metió el dinero en el escote y palmeó el culo del cliente.
¿Qué sentido tiene esta historia? ¿Qué
moraleja? Señores, ustedes no son niños, yo tampoco y por supuesto nuestro
héroe tampoco, o por lo menos ya no, no necesitan que alguien les explique la
moraleja, créenla ustedes mismos. Prostitución, masturbación… son temas manidos
y sobados, aquí, para el que quiera entenderlo hemos hablado de arte, arte
abstracto, cubismo… sea lo que fuere, sólo nuestro héroe y nuestra Venus de
Willendorf saben que esculpieron en esa habitación. ¡Usen su imaginación
maldita sea! O simplemente mastúrbense o
dejen de hacerlo, según cual sea su caso.
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