martes, 10 de diciembre de 2013

HAY UN BAR CERCA

“Cada uno vive la vida como quiere, oye” y lo dice con total convicción, con una cerveza en la mano y un cigarrillo en la otra, con el termostato averiado, que quedan dos semanas para navidad y él está en manga corta en una terracita. “Y si ha decidido quemarla con la coca, pues que así sea”.

Me tomo un agua con gas, nada de cerveza que donde hay una hay dos y el médico me ha puesto sobre aviso, que el páncreas me late como el corazón de rinoceronte con taquicardia.
―¿Y hoy no viene?
―Me consta que no ha dormido, que ha pasado el fin de semana con la misma ropa.
Le consta, como nos consta a todos, que salió de la oficina el mismo viernes ya medio ahumado, los orujos de la comida, los whiskies de media tarde, y con la moto, como un ángel del infierno con una cincuenta trucada, atravesó Barcelona como si el bar sólo le esperase a él, como si las paredes del local se desmoronasen si el no estuviese para sostenerlas.
―Ponme otro Vichy ―le digo al camarero.
Me ahorro el café, que la cafetera de ese bar la carga el diablo y un sorbito de ese brebaje es capaz de acerté reventar como una manguera, por ambos extremos. Y el tema no persiste, que la pena nos corroe cuando no hay otro tema. La pena, la culpa, el remordimiento, por eso hemos inventado eso de cada uno vive la vida como quiere. Para desentendernos. Dicen que a los ahogados no hay que darles la mano, que están tan desesperados que te arrastran con ellos, sin querer pero te arrastran, que hay que tirarles una toalla, un salvavidas o una cuerda, parece que a nosotros se nos han terminado. ¿Demasiado rápido, demasiado pronto? Ya nos juzgaremos cuando no haya nada que salvar.
Y ahí estamos todos, vestidos de negro, alguno se ha puesto el traje, el traje de bodas, bautizos y comuniones y de entierros claro. Y lloramos como energúmenos, lo único que nos queda las lágrimas, los llantos, algún que otro puñetazo en una puerta, alguien que coge a alguien, lo sostiene, la ira lo descontrola, la madre llora, el padre bebe (¿cómo no?) Un par de ex novias hacen acto de presencia, y alguno, incluido yo, piensa  que también se bebió esas relaciones, como el whisky con la boca bien abierta, engullendo, no bebiendo, no saboreando.

Salimos todos, ojos rojos, manos temblorosas, hay un bar cerca, nos metemos en peregrinación. A alguien se le ocurre pedir un café. Y todos saltamos como un resorte y miramos al camarero, que ni se le ocurra poner un café en nuestra mesa, ponga veinte chupitos, de su mejor whisky, que estamos de celebración que estamos de luto.  Una veintena de whiskies y es demasiado temprano, para él no lo era, sin sentarnos, alzamos nuestras copas y ni al más ingenioso se le ocurre nada, ni al pesado de los discursitos se le ocurre nada, está demasiado ocupado en no aguar el chupito con sus lágrimas, alzamos nuestras copas pues y brindamos, por él, por todos nosotros, por lo que fue, por lo que recordaremos, y cada uno se pregunta en su interior, sin decirlo, sin hablar en voz alta si de verdad cada uno elige vivir la vida como quiere y el whisky se derrama por nuestra garganta.

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