jueves, 6 de marzo de 2014

A CADA UNO LO SUYO

Llega el sobrecito, como cada mes, hay que reconocer que son puntuales, y eso le quita la sorpresa, pero uno ya no está para sorpresas. Aparece la doña con un fajo de sobres y los reparte, de mesa en mesa, de persona en persona, con una sonrisa metálica, con dientes blancos de cera. No lo suelta en la mesa, espera que uno lo coja, para que uno sepa que es ella quien lo entrega, espera una mirada directa, una mirada a los ojos, y asiente y con ello quiere decirte que los has hecho bien, que te da lo tuyo porque lo has hecho, bien, si pudiese, si se lo permitiesen te alborotaría el pelo como a un perro juguetón.

Lo abres, pura rutina, como todo, desdoblas el folio y lees, todo correcto, los impuestos, los pluses, la nómina, todo correcto, el sueldo, todo en orden, doblas el papel lo introduces de nuevo en el sobre y vuelves a lo tuyo. Esperas la hora de salir, para sacar dinero de la cuenta bancaria, pagar el alquiler del piso, pagar la compra, el alquiler del garaje, la ayudita a tu madre pensionista, sacar cuentas, esperando un imprevisto, pides por favor que no reviente ningún electrodoméstico, que no te inviten a ninguna boda, que no se te rompa el abrigo, que no te jodan con ninguna sorpresa.
Bueno es viernes, has cobrado, tendrás que salir, pero ten cuidado que ya no eres un chaval y ya sabes a ciencia cierta que lo que malgastes los primeros día lo echarás de menos los últimos, nada de taxis que los carga el diablo, que la comodidad se paga, ¿cenar fuera? De acuerdo, ¿pero dónde? ¿Aquel lugar junto a la playa? No ahí no, ahí sólo cuando cobres incentivos, que con las gambas y el vino te sangran el bolsillo, ¿el italiano? Es una opción, pero si vamos al italiano, tu hijo que no es para nada tonto ya sabrá que has cobrado, son acciones que son sinónimos de dinero, si hay italiano hay dinero, no por ser caro, sino porque sólo se va a principios de mes. Cobras e italiano, y por consiguiente tu hijo ya sabrá que has cobrado. Tampoco pide tanto el muchacho, un par de billetes para ir al cine, a lo mejor para comerse una hamburguesa con una chavalita.
Bueno italiano, si ya sabe que has cobrado, si él ya ha trabajado y ya sabe de qué va el paño, cobras y te lo gastas, pero él no paga alquiler no tiene gastos, un par de zapatillas nuevas, ropa se compró, y un reloj digital. Y dio dinero en casa, y él no le dijo nada, pero seguro que su madre si, “tendrías que dar un poco de dinero para colaborar, a tu padre le hará ilusión” le habrá dicho, y claro que le hizo ilusión, estas cosas a un padre le gustan, un hijo responsable, se levanta temprano, trabaja duro en un almacén, y luego por la tarde a clase, no ha querido ir a la universidad, pero es un chico inteligente, sabrá ganarse el pan.
Y piensa en su jefa, en la que reparte los sobres con esa sonrisa que parece un cuadro al óleo, una sonrisa que no se mueve. Que se presentó el primer día con un currículo que no se lo cree nadie, que no puede ser por los años que dice que tiene, ha trabajado en mil empresas, tiene dos carreras, no le da el cuero y no se lo cree nadie. Trepadora como esas plantas que asfixian los viejos edificios de piedra, máster en no sé qué, postgrado en no sé cuántos, imposible, y en esa empresa no puede trabajar, si yo no le he visto un solo traje chaqueta, es imposible, parece un pordiosera, ahí no la aceptan ni aunque el entrevistador tenga un mal día o haya bebido, no pasaría ni de la recepcionista, le consta, él hizo una entrevista en esa empresa, hace años, miente, miente hasta cuando sonríe, y sin embargo le devuelve la sonrisa. En ese breve instante, que él está sentado en su escritorio, se gira y la ve de pie junto a él, sosteniendo el sobre esperando a que lo coja y quedan escasos dos segundos agarrando el sobre uno por cada extremo, sonriendo, ella asiente y suelta el sobre.
Espaguetis, un par de pizzas, vino de la casa con gaseosa y un tiramisú para compartir, no sale cara la cosa. El camarero es nuevo, ha saludado al dueño al entrar, eso le gusta, que el dueño le salude, importante ante el resto de clientes, “A mí me saluda el dueño y dice que me da su mejor mesa”, el nuevo mozo los lleva hasta la mejor mesa, es atento, joven, un poco inexperto pero atento, no hay ningún dedo dentro de los platos y le gusta que no haya vertido esa maldita gota que mancha el mantel al servir el vino.
—La cuenta por favor.
—Papá, pago yo.
La madre se ruboriza, lloraría, en realidad suelta un par de lágrimas y acaricia la mano de su marido, su hijo, su niño, su querubín, pagará la cena, que orgullosa está, que orgullosísima está.  Saca una tarjeta, su primera tarjeta, ¿Cuánto tendrá ahorrado? ¿Habrá hecho caso de lo que se le dijo?, que no malgaste, si puede pagar una cena, nada extraordinario, pero una cena al fin y al cabo, algo tendrá ahorrado.
Llega el camarero, el hijo, con su camisa planchada por su madre, le entrega la tarjeta, dos segundos, son dos segundos los que hacen falta para tener un corte de digestión, el hijo no suelta la tarjeta, no la suelta, dedo pulgar e índice la sostienen con fuerza hasta que el mozo lo mira y el hijo sonríe y asiente. El camarero se va, es joven pero mayor que su hijo, la madre abrazando el brazo de su hijo posa la cabeza sobre su hombro.
—Lo ha hecho bien el muchacho, le daremos propina. —Dice el hijo.
—Sí, déjale unas monedas, voy fuera a fumar.
El aire de la noche le acaricia la cara, si no fuma rápido, sino traga saliva con velocidad vomitará los espaguetis sobre la acera.  Su mujer y su hijo salen del restaurante.
—¿Vamos a tomar un helado? —Dice la madre.
—No, vámonos a casa, mañana quiero levantarme temprano, tengo que hacer las cuentas de la casa, tenemos facturas por pagar, hay que darle a cada uno lo suyo.

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