Me rompí un par
de dedos, golpeé con fuerza la pared y estoy seguro de que me rompí algún
hueso. Puse la mano en un balde con agua y hielo y me encendí un cigarrillo,
por fin pude llorar, no era el dolor, el dolor me traía sin cuidado, pero
supongo que ese pinchazo agudo que atraviesa la carne cuando se rompe un hueso
me sirvió de detonante y por fin desanudé el lazo que atravesaba mi garganta y
empecé a llorar. Lo hice en silencio, sin sollozos, sin ruidos, la boca
entreabierta, la respiración pausada y las lágrimas brotando de mis ojos y
deslizándose por las mejillas hasta la comisura de mi boca.
Finalmente,
moviendo los dedos en el agua helado comprendí que no había nada roto, abría y
cerraba el puño, dolorido, pero con cierta facilidad, hinchado con un
incipiente color morado pero para nada roto. Entonces ¿Qué había sido eso? ¿Qué
había sido esa punzada, ese aguijonazo que me había recorrido como un torrente
eléctrico desde el puño hasta el entrecejo? Sujeté el cigarrillo con la mano
chorreante, mojando el filtro que aspiraba con fuerza, llenando los pulmones de
humo negro y húmedo. Era la culpa, la culpa del egoísta, la culpa del
orgulloso, que llena el cuerpo y llena la mente y tarde o temprano rebosa, como
la leche en un cazo. Y uno empieza a llorar, nota como la culpa brota, y duele
y aprieta los dientes, intenta retenerla, no quiere ponerse en evidencia ante
él mismo, el único público de ese espectáculo que creyó jamás vería, el
hundimiento de una personalidad, la creación de grietas en una presa
sentimental que creía inexpugnable.
Y justo cuando ya
no queda nada dentro, cuando los ojos duelen por la sal de las lágrimas, cuando
el labio ya no puede temblar más, se empieza a pensar, duramente, y me juzgué
como el peor juez del mundo, implacable, intransigente e inhumano. Los
reproches, las preguntas que nadie me hacía y que no quería responder, las
respuestas que no quería oír, me aplico el peor castigo posible, me acorralo entre
una pared real y una espada imaginaria y no me dejo escapar, ¡responderás
maldito, responderás!
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