viernes, 21 de marzo de 2014

LA HERENCIA DE FULGENCIO ANODINES

El enjuto abogado me dijo que representaba a un difunto miembro de mi familia, tan difunto que el contrato que tenían firmado era de setiembre de 1903. Tenía en su poder un documento que bajo petición expresa de mi antepasado y bajo firma de un contrato que así lo atestiguaba debía ser entregado a su descendiente más directo el año 2014. El antecesor en cuestión era un tal Fulgencio Anodines, yo podía ser una especie de tátara chozno del señor, o algo.

Me entregaron un sobre amarillento, cerrado con un sello de lacre rojo con sus iniciales en letra gótica, me hicieron firmar un recibí y me despacharon sin cobrarme nada, cosa que me tranquilizó bastante.
Según pude leer en la carta, que me dejó sentado de la impresión durante un par de días, el tal Fulgencio había acudido a la firma de abogados para que custodiase ese documento por la importancia del mismo, un documento que podríamos denominar el primer panfleto de prensa rosa del mundo. ¿Por qué? Procedo a su transcripción, en primer lugar leeré la versión oficial de la prensa de la época y posteriormente añadiré las anotaciones de mi familiar.
9 de agosto de 1903: Se celebra en la basílica del Vaticano la ceremonia de coronación del papa XXX (eliminó voluntariamente el nombre del pontífice por motivos legales, tengo que hacer ciertas averiguaciones antes de dar por cierta la información) A las 9 de la mañana aparece el nuevo papa en la puerta de la basílica, donde es aclamado por una multitud. Poco después, entra en el templo el cortejo formado por: los comandantes de las guardias noble y suiza, los alumnos del seminario romano, el auditor de la Rota, los prelados de las órdenes religiosas, los obispos y arzobispos asistentes al trono pontifical y el sacro colegio cardenalicio, con sotanas rojas de gala.
Cierra la comitiva el papa XXX, sentado en la silla gestatoria, llevada por ocho portadores del servicio papal que visten uniformes carmesíes y flanqueada por cuatro guardias suizos. El pontífice luce mitra de oro. El cortejo marcha después hacia el altar de la Cátedra de San Pedro. El papa ocupa un trono de 2 metros de altura cubierto con un palio de terciopelo rojo y recibe el homenaje de los cardenales; poco después comienza la misa, concelebrada por el pontífice y el colegio cardenalicio. Desde la silla gestatoria el pontífice saluda y bendice a los presentes, acto con el que a las 13.15 h concluye la ceremonia.
Hasta ahí no es más que una crónica anodina de la coronación de un papa, pero la chicha, la sustancia, el intríngulis de la cuestión está escrito a mano en los márgenes de las páginas, una serie de anotaciones que si bien no cambiarían o cambiaran el curso de la historia le harán el culo gaseosa a los amantes de la historia y de los cotilleos a partes iguales.
Por lo que puedo deducir el tal Fulgencio era un miembro de la guardia una especie de asistente y guardaespaldas de papas, así que le habían encargado la custodia del futuro papa para que llegase sano y salvo a la basílica a la hora acordada. Pues parece ser que se las vio y se las deseó para lograr su cometido.
La noche anterior, el papable haciendo gala de su austeridad decidió cenar sólo, para meditar y dedicar sus oraciones a los más desfavorecidos como solía hacer todas las noches. La cuestión es que parece ser que el ínclito no era tan austero como aparentaba, cenó una sopa vignarola, codornices rellenas de cebolla confitada, una pata de cordero asada, varias salsas de frutas, regado con vino tinto y medio quilo de tiramisú, viandas que se hizo traer del mítico restaurante Alla Campana de Roma. Cenó solo eso sí, pero cuando a mi tátara chozno se le ocurrió entrar en los aposentos del futuro papa se lo encontró con la cabeza pegada a la mesa y aspirando un extraño polvo blanco. Mi antecesor se quedó quieto y sorprendido, según cuenta, y el religioso lo miró con pupilas destellantes y le alargó una cánula dorada. En este punto la información es confusa, parece ser que Fulgencio quiere obviar si probó o no del polvo blanco.
En un estado, descrito en las anotaciones como: histérico, santo y elocuente,  el místico ordenó preparar su carruaje quería dar una vuelta nocturna por su amada Roma. Ya en el carruaje le entregó un papel al cochero con una dirección. Se adentraron en el barrio del Trastevere. Dónde pararon en el local de una vieja amiga del patrón, y dice Fulgencio que era vieja por los achuchones que le daba al entrar por la puerta, pero no sólo la dueña una tal Ángela, sino todas las muchachas que en el establecimiento se encontraban. De más está decir que no era un noviciado, era un lupanar, una mancebía, un burdel, un prostíbulo, una casa de lenocinio, una casa de putas vamos. Fueron cuatro o cinco los golpes de garrote que Fulgencio Anodines  recibió al intentar convencer al cura de volver a sus aposentos para reposar y prepararse para el día tan importante que le esperaba mañana.
Dos docenas de chicas, una docena de muchachos jóvenes, dos gallinas, una cabra, cuatro ancianas, dos mujeres obesas, un tabernero y un contorsionista fueron las personas que entraban y salían de la habitación que al parecer el futuro papa tenía reservada en la casa de Ángela in eternum. Entraron y salieron a lo largo de toda la noche portando infinitas botellas de vino y licores, frutas y manjares que el pobre Fulgencio jamás había visto ni probado.
A las ocho de la mañana, ni un minuto antes, el sacerdote salió. Vestido elegantemente y con la mitra de oro un poco torcida, así le gustaba  a él comenta Anodines. Sacó de debajo las vestiduras una cajita metálica la abrió y aspiró nuevamente y miró a Fulgencio que seguía sin poder creer lo que estaba viendo, le volvió a alargar la cánula y mi tátara chozno vuelve a obviar información.
Va bene, ma se si vuole servire imparare a divertirsi. Ragazze indietro stasera, si deve celebrare. Andiamo presto subito.—Que viene a decir que si quería estar con él tenía que aprender a divertirse, además advertía a las muchachas que esa noche volvería pues tenía mucho que celebrar.

Y lo demás, en fin, ya saben,  cortejo, guardia suiza, etc. Con este documento que tengo en mi poder, puede decir y estoy orgulloso de decirlo que mi tátara chozno, Fulgencio Anodines es el primer periodista del corazón de la historia. Tengo mucho que hacer, llamar a las televisiones y a las revistas, tomaré el testigo de una herencia familiar y me dispongo a recoger lo que Anodines sembró, ¡la fama!

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