El enjuto abogado me dijo que representaba a
un difunto miembro de mi familia, tan difunto que el contrato que tenían
firmado era de setiembre de 1903. Tenía en su poder un documento que bajo
petición expresa de mi antepasado y bajo firma de un contrato que así lo
atestiguaba debía ser entregado a su descendiente más directo el año 2014. El
antecesor en cuestión era un tal Fulgencio Anodines, yo podía ser una especie
de tátara chozno del señor, o algo.
Me entregaron un sobre amarillento, cerrado
con un sello de lacre rojo con sus iniciales en letra gótica, me hicieron
firmar un recibí y me despacharon sin cobrarme nada, cosa que me tranquilizó
bastante.
Según pude leer en la carta, que me dejó
sentado de la impresión durante un par de días, el tal Fulgencio había acudido
a la firma de abogados para que custodiase ese documento por la importancia del
mismo, un documento que podríamos denominar el primer panfleto de prensa rosa
del mundo. ¿Por qué? Procedo a su transcripción, en primer lugar leeré la
versión oficial de la prensa de la época y posteriormente añadiré las
anotaciones de mi familiar.
9 de
agosto de 1903: Se celebra en la basílica del Vaticano la ceremonia de
coronación del papa XXX (eliminó voluntariamente el
nombre del pontífice por motivos legales, tengo que hacer ciertas averiguaciones
antes de dar por cierta la información) A
las 9 de la mañana aparece el nuevo papa en la puerta de la basílica, donde es
aclamado por una multitud. Poco
después, entra en el templo el cortejo formado por: los comandantes de las guardias
noble y suiza, los alumnos del seminario romano, el auditor de la Rota, los
prelados de las órdenes religiosas, los obispos y arzobispos asistentes al
trono pontifical y el sacro colegio cardenalicio, con sotanas rojas de gala.
Cierra
la comitiva el papa XXX, sentado en la silla gestatoria, llevada por ocho
portadores del servicio papal que visten uniformes carmesíes y flanqueada por
cuatro guardias suizos. El pontífice luce mitra de oro. El cortejo marcha
después hacia el altar de la Cátedra de San Pedro. El papa ocupa un trono de 2
metros de altura cubierto con un palio de terciopelo rojo y recibe el homenaje de
los cardenales; poco después comienza la misa, concelebrada por el pontífice y
el colegio cardenalicio. Desde la silla gestatoria el pontífice saluda y
bendice a los presentes, acto con el que a las 13.15 h concluye la ceremonia.
Hasta ahí no es más que una crónica anodina de
la coronación de un papa, pero la chicha, la sustancia, el intríngulis de la
cuestión está escrito a mano en los márgenes de las páginas, una serie de
anotaciones que si bien no cambiarían o cambiaran el curso de la historia le
harán el culo gaseosa a los amantes de la historia y de los cotilleos a partes
iguales.
Por lo que puedo deducir el tal Fulgencio era
un miembro de la guardia una especie de asistente y guardaespaldas de papas,
así que le habían encargado la custodia del futuro papa para que llegase sano y
salvo a la basílica a la hora acordada. Pues parece ser que se las vio y se las
deseó para lograr su cometido.
La noche anterior, el papable haciendo gala de
su austeridad decidió cenar sólo, para meditar y dedicar sus oraciones a los
más desfavorecidos como solía hacer todas las noches. La cuestión es que parece
ser que el ínclito no era tan austero como aparentaba, cenó una sopa vignarola, codornices rellenas de
cebolla confitada, una pata de cordero asada, varias salsas de frutas, regado
con vino tinto y medio quilo de tiramisú,
viandas que se hizo traer del mítico restaurante Alla Campana de Roma. Cenó solo eso sí, pero cuando a mi tátara chozno
se le ocurrió entrar en los aposentos del futuro papa se lo encontró con la
cabeza pegada a la mesa y aspirando un extraño polvo blanco. Mi antecesor se
quedó quieto y sorprendido, según cuenta, y el religioso lo miró con pupilas
destellantes y le alargó una cánula dorada. En este punto la información es
confusa, parece ser que Fulgencio quiere obviar si probó o no del polvo blanco.
En un estado, descrito en las anotaciones
como: histérico, santo y elocuente, el
místico ordenó preparar su carruaje quería dar una vuelta nocturna por su amada
Roma. Ya en el carruaje le entregó un papel al cochero con una dirección. Se
adentraron en el barrio del Trastevere.
Dónde pararon en el local de una vieja amiga del patrón, y dice Fulgencio que
era vieja por los achuchones que le daba al entrar por la puerta, pero no sólo
la dueña una tal Ángela, sino todas las muchachas que en el establecimiento se
encontraban. De más está decir que no era un noviciado, era un lupanar, una
mancebía, un burdel, un prostíbulo, una casa de lenocinio, una casa de putas
vamos. Fueron cuatro o cinco los golpes de garrote que Fulgencio Anodines recibió al intentar convencer al cura de
volver a sus aposentos para reposar y prepararse para el día tan importante que
le esperaba mañana.
Dos docenas de chicas, una docena de muchachos
jóvenes, dos gallinas, una cabra, cuatro ancianas, dos mujeres obesas, un
tabernero y un contorsionista fueron las personas que entraban y salían de la
habitación que al parecer el futuro papa tenía reservada en la casa de Ángela in eternum. Entraron y salieron a lo
largo de toda la noche portando infinitas botellas de vino y licores, frutas y
manjares que el pobre Fulgencio jamás había visto ni probado.
A las ocho de la mañana, ni un minuto antes,
el sacerdote salió. Vestido elegantemente y con la mitra de oro un poco
torcida, así le gustaba a él comenta
Anodines. Sacó de debajo las vestiduras una cajita metálica la abrió y aspiró
nuevamente y miró a Fulgencio que seguía sin poder creer lo que estaba viendo,
le volvió a alargar la cánula y mi tátara chozno vuelve a obviar información.
—Va
bene, ma se si vuole servire imparare a divertirsi. Ragazze indietro stasera,
si deve celebrare. Andiamo presto subito.—Que viene a decir que si quería
estar con él tenía que aprender a divertirse, además advertía a las muchachas
que esa noche volvería pues tenía mucho que celebrar.
Y lo demás, en fin, ya saben, cortejo, guardia suiza, etc. Con este
documento que tengo en mi poder, puede decir y estoy orgulloso de decirlo que
mi tátara chozno, Fulgencio Anodines es el primer periodista del corazón de la
historia. Tengo mucho que hacer, llamar a las televisiones y a las revistas,
tomaré el testigo de una herencia familiar y me dispongo a recoger lo que
Anodines sembró, ¡la fama!
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