martes, 11 de marzo de 2014

EL TRATAMIENTO

Me pareció un detalle lo del papel desechable de la cabecera del diván, había pensado en ello, supongo que es algo en lo que piensa un futuro paciente de un psicoanalista, ¿Me sentaré o me tumbaré? Y si me tumbo, ¿Tendré que posar mi cabeza donde lo han hecho cientos de personas? Mi inquietud quedó despejada al ver ese papel poroso sobre la dura almohada del diván.

Después de una bronca monumental, le había prometido a mi mujer que me sometería a terapia para tratar una peculiaridad de mi carácter, que para ella no era peculiaridad sino un problema real, mi sentimiento de superioridad con respecto al resto de seres vivos. Esta peculiaridad, grave problema para ella, hacía que con mucha frecuencia humillase a mis semejantes por considerarlos seres inferiores, hecho que me había conducido a una situación de escasez en cuanto a amistades se refiere, pocos eran los que soportaban mi carácter altanero y abandonaban mi circulo que se reducía a pasos agigantados, por mi parte yo lo consideraba una página más de la selección natural de especies, pero por contra mi pareja consideraba que era el camino que me conduciría a la más absoluta soledad.
En resumidas cuentas, como uno de vez en cuando acepta las críticas y los consejos, decidí tomar una determinación y someterme a terapia. Y ahí estaba, observando el papel de la cabecera del diván y estrechando la mano del bigotudo doctor. Al que de ahora en adelante llamaremos Joselito, en referencia al personaje que me recordó con ese enorme y lustroso bigote Iosif Stalin. Joselito me señaló con la palma de la mano el diván y yo asegurándome con una rápida ojeada que no había restos de otro ser en el papel, me tumbé.
Supongo que una vez expuesto el motivo que me llevaba a la consulta del terapeuta está de más decir que no confiaba demasiado en la magia del doctor para curar algo que para mí no suponía ningún problema. Sea como fuere él se dio cuenta de mi escepticismo, se mantuvo en silencio unos segundos, se sentó en una butaca frente a mí, cruzó la pierna derecha sobre la izquierda y suspiró.
—Bien, cuénteme.
Con las manos cruzadas sobre el inicio del estómago, como un muerto en su ataúd observé a Joselito, que me miraba intensamente.
—Adelante insistió.
—Como le dije por teléfono, tengo un problema… en realidad mi mujer cree que mi carácter es un problema.
—¿Usted no lo cree?
Movió el bigote como lo hacen los conejos y cogió una libreta y un bolígrafo.
—En realidad no, no hay ningún problema, el problema lo tienen los demás.
—Cuénteme, ¿Qué es lo que le preocupa a su mujer?
Me pareció que podía explicarlo mejor con un ejemplo y le conté el desencadenante de la discusión que me había llevado a su consulta.  Hace un par de semanas mi mujer invitó a cenar una compañera de trabajo que vino acompañada de su marido. Todo iba bien, en realidad no bien pero si cordial, pero todo cambió cuando por los derroteros de la conversación me enteré, era inevitable, que él era policía, soy un hombre prejuicioso, no lo he negado nunca y nunca lo haré, no me gustan los policías, podríamos decir que no me molestan pero me siento más seguro cuando ellos no están.
—¿Ella le ocultó ese detalle?
Era evidente que ella, mi mujer, me había ocultado ese detalle a sabiendas que por supuesto supondría un impedimento y que no hubiese negado a la cena pero sí que hubiese estado a la defensiva desde el principio. En fin, como era de esperar y así me lo hizo notar mi santa con una certera patada en la espinilla, reconduje la conversación hacía un lugar común, un lugar donde me siento cómodo, el de humillar a aquel que está por debajo de mí y es evidente que si eso sucede con la mayoría de entes, un policía no iba a ser menos y fue víctima de mi verbo.
—Lo humilló.
Humillar… se siente humillado quien se deja, si el contrincante es digno puede responder con valentía y aceptar el envite, pero no fue el caso. Utilicé una frase muy trillada, ni siquiera tuve que ingeniármelas para ser original, él alardeo de su oficio y yo sorbiendo un poco de vino le dije que no era culpa mía que fuese policía, que debería haber estudiado.
—Y se ofendió.
Eso pareció, se levantó de la mesa me señaló con el dedo índice y abandonaron el edificio. Como Elvis en su último concierto.  Ladies and gentleman Elvis has left de building. Ladies and gentleman the police and his wife has left de building. Damas y caballeros el policía y su mujer han abandonado el edificio.
—Eso dije cuando los vi desde la ventana, él caminaba rápido y ella lo perseguía.
—¿Y por eso ha venido usted?
—Yo no quería venir, ha sido mi esposa la que ha insistido.
—Debo creer que usted no cree que en el sicoanálisis.
—Doctor, no me haga esto, no nos haga esto. Nosotros dos podemos tener una hermosa relación médico paciente, con todo lo que eso conlleva, no me haga decir lo que opinó de usted, de su oficio.

Ha pasado el tiempo, sigo viendo al doctor Joselito. Él y mi mujer son muy felices. Me visita todos los miércoles y jueves, en el hospital psiquiátrico aceptan médicos que no sean del centro para tratar ciertas patologías. Los fines de semana viene a visitarme con mi ex mujer, y me cuentan cómo va el embarazo. Él me revisa la medicación si es necesario y charla un poco con mi compañero de habitación, un ex guardia civil que se pasó de la raya con unos inmigrantes, lee a Quevedo, no es mal tipo, y hoy no me he orinado encima. 

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