jueves, 24 de enero de 2013

¿CÓMO QUE TOFU?



Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer El chef de Kubrick de Javier Cortijo y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
Los chinos han aportado a la humanidad grandes cosas: el papel, la imprenta, la pólvora, la brújula, el maneki-neko (ese gatito que mueve el brazo incansablemente), etc.; inventos que, de una forma u otra, han cambiado el transcurso de la historia. Pero me gustaría lanzar una pregunta al aire, un grito de desesperación, un alarido de socorro: ¿alguien me puede decir para qué carajo sirve el tofu?

Veamos, empecemos por el principio: etimológicamente, la palabra tofu deriva del chino tou-fu, que significa cuajado. Bueno, de cuajada nada, la cuajada ya sabemos lo que es y viene en tarro de barro y se puede comer con miel o como Dios la trajo al mundo, blanca y cuajada.
Ya sabemos que no es cuajada, pero ¿qué es? Sigamos, los ingredientes principales son la semilla de la soja y el agua; es una coagulación de la leche de soja. Otro terrible error, la leche la dan las vacas, las cabras, las ovejas, mi vecina del tercero que tiene dos recién nacidos, las elefantas, las ratas… pero, queridos amigos asiáticos, la soja nunca ha dado ni dará leche.
Yo lo he visto en los restaurantes de bufé libre que hay en mi barrio. Está ahí, solo, triste, con un color enfermizo, tambaleándose como un flan a medio cocer, un tambaleo feo. Y nadie lo come, nadie que vaya a un bufé oriental comerá tofu, lo que queremos los que vamos a esos lugares es comer de forma indiscriminada sin que nadie nos mire raro, y lo último que comeremos es eso.
De todas formas, alguien tiene que decir la verdad, alguien debe alzarse como portavoz, y yo me presto voluntario. El tofu es blanco, blando, feo, soso, insípido y frío, y para eso, queridos amigos, ya se inventó el queso de Burgos.
No hace mucho me invitaron a una cena en casa de una amiga de Gal·la. Era un quépongo, esas cenas modernas donde alguien te invita a cenar y cada uno de los comensales debe traer algo, un “te invito y yo pongo el vino de oferta del supermercado”. Llegamos a la cena con dos tortillas, una de patatas y otra de calabacín, sencillo, resultón y, algo aún más importante, un alimento que sacia. Entre las diversas (demasiadas) ensaladas, las botellas de vino y demás vi algo que no pude distinguir a simple vista. Me acerqué, me puse las gafas y lo miré detenidamente; nada, no puede averiguar qué era, tenía forma de ave, pero el color, el olor, algo no encajaba. “Es pato de tofu”, me dijo Brian, el novio de una amiga de Gal·la, un americano afincado en Barcelona. Mi cara fue la misma que puso mi amigo Roberto cuando le dije que su novia no era exactamente lo que parecía, “¿Cómo que un hombre?”, dijo él, extrañado. “¿Cómo que tofu?”. Soy un hombre sencillo, de gustos sencillos, y me gusta llamar a las cosas por su nombre: al pato hay que llamarle pato y al tofu… al tofu no hay que llamarle. Pero decir pato de tofu es una incongruencia, el pato está hecho, maldita sea, de pato. Es una extraña afición de los vegetarianos: hacer comidas que no pueden comer con alimentos que sí pueden comer. Pato de tofu, hamburguesa de tofu, milanesas de seitán, mayonesa de tofu, albóndigas de seitán… Por favor, muchachos, si no podéis drogaros, no esniféis tiza; no os engañéis, todos esos platos que coméis esperando recordar ese tiempo feliz, ese tiempo en que comíais chuletas asadas, bacalao al pilpil, solomillo al oporto, esos platos no pueden reproducirse con tofu, esa suerte de gelatina blanquecina, sosa e insípida.
Cuando conozco a un vegetariano le estrecho la mano, fuerte, la agarro entre las mías y lo miro fijo a los ojos. Quiero que sepa que en mí encontrará un amigo, un confesor, un compinche. El típico amigo que le ofrece un cigarrillo al exfumador, “Venga, un día es un día, fúmate uno, estamos entre amigos”. Y él sabe qué significa mi mirada, la siente y flaquea dentro de él; en un rincón olvidado de su mente un pequeño diablillo le dice: “Vete con él, déjate guiar, conoce un estupendo restaurante gallego de raciones obscenas”. Le sonrío, asiento con la cabeza y nuestro alrededor se oscurece, ya no puede ver más allá, sólo a mí, está totalmente hipnotizado, puede ver a través de mis ojos, de mi mirada carnívora, “chuletón al Cabrales”, le digo sin mover los labios. Pero entonces, como en un sueño, despertamos repentinamente: ella ha aparecido, ella, la culpable de todo. La novia del vegetariano. Pues él, antes, no hace mucho tiempo, era de los míos, de los que disfrutan con el jugo de la carne que los más remilgados llaman sangre. Pero ella, con su lengua viperina, lo ha infectado, lo ha apartado del redil. Y puede que nunca vuelva, que lo pierda para siempre, y que para el resto de su vida sus pedos huelan a brócoli. Porque mi magia, mis hechizos, quedan bloqueados por el enorme poder del SEXO. Un mes sin sexo y el hombre comerá de la palma de la mano de la mujer, y comerá tofu y setián y leche de almendras.
Estéis donde estéis, queridos damnificados por la mentira del tofu, aquí me tenéis, siempre estaré con vosotros. No les creáis, no creáis a las malas lenguas que me critican y me vilipendian. Los míos y yo podemos cuidar de vosotros y devolver a vuestras mejillas amarillentas el sonrosado color del pasado.

1 comentario:

  1. Hehehe muy grande y no te falta razón en lo descrito, xo la verdad es que la sopa de miso con tofu está buena ;) 1 abrazo narwal

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