Me senté con Frida retozando en mi regazo, a
leer El oficinista de Guillermo Soccomanno, y
mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida me puse a pensar…
Gal·la me
miró con miedo, sabía lo que se gestaba en mi mente. Presentía lo que estaba
apunto de suceder. Y como ella lo sabía y yo también lo sabía la miré antes de
que la acción que estaba sucediendo tuviese su natural reacción.
Íbamos
sentados ella junto a la ventanilla del vagón y yo a su lado, ambos leyendo y
frente a nosotros una mujer. Debía rondar los cincuenta, gorda, de ese tipo de
gordas de piernas y brazos cortos, sin cuello pero con papada, una enorme
papada. Los ojos eran saltones, tanto que parecía que en cualquier momento
explotarían, tenía boquita de piñón flanqueada por dos rollizos mofletes,
como un hámster que guarda las pipas en su boca. Lo que sucedió, es que la
mujer desde el mismo instante en que yo abrí mi libro comenzó a trastear su
teléfono móvil.
Voy en
metro y compruebo que un rosario de anormales va pegado al teléfono, bien sea
hablando o escribiendo. ¿Qué escribirán? ¿Tantas cosas tienen que contarse?
Cuando mi abuelo vivía, yo le mandaba una carta al mes, ¡una carta al mes! Así
nos poníamos al día y estos deficientes se pasan el día mandándose whatsapp.
La gorda…
quiero que entiendan que lo de gorda no es una simple definición, intenta ser
algo despectivo, odié a esa mujer y la odiaré siempre, no quiero que crean que
uso la palabra gorda para describirla solamente, como digo intenta ser una
ofensa. La gorda comenzó a trastear su teléfono móvil, pero no lo hizo en
silencio, mientras toqueteaba el aparato mascullaba cosas, hablaba entre
dientes y si por si fuera poco hacía ruido, no ella, eso hubiese sido aún más
desagradable, el móvil hacia ruido, cada vez que pulsaba una tecla un pip, y cada vez que ejecutaba una acción
un piripip. Pip, pip, pip, pirirpip, pip, pip piripip, pirirpip, pip. Yo me
estaba volviendo loco, loco por momentos, no es que tenga una gran facilidad
para desconcentrarme pero esa mujer lo consiguió, logró que leyese diez veces
el mismo renglón. Como decía, antes de que la acción de la gorda tuviese su
reacción en mí, miré a Gal·la que por
supuesto reprobaba cualquier acción que se me pasara por la cabeza.
“Piensa que
es algo gracioso” me dijo, “algo para escribir” la miré e hinche el pecho, ella
apretó los labios y entornó los ojos, como el que enciende un petardo y sabe
que va a explotar. “¿El qué?” dije “¿El puto móvil que no deja de sonar?” Ella
enrojeció sabía que la mujer lo había escuchado, yo lo sabía, la gorda lo
sabía, todos lo sabíamos, pero muy a su pesar, aún no había terminado. “No me
molesta… lo que me molesta es la peste, ¿De dónde viene?” Entonces Gal·la me
miró, como sólo me mira ella, con la cara de sorpresa a la sorpresa. Es la cara
que se pone cuando uno cree que nada le puede sorprender, una doble sorpresa.
Nuestra
redonda protagonista, me refiero por supuesto a la gorda infecta del móvil, se
dio por aludida. Ahora me queda la duda, si fue por lo del móvil o por su
supuesto hedor. Me supo mal, pues me hubiese gustado hacer más hincapié en lo
molesto que resultaba el puto sonido del móvil, pero cuando uno improvisa no
puede retroceder.
El tema de
los teléfonos móviles, es algo preocupante, imagino que en sus inicios el
teléfono móvil surgió para salvar algunas dificultades, como todos lo inventos
para facilitarnos la vida, pero claro también la morfina fue algo maravilloso y
novedoso hasta que alguien la convirtió en heroína y ahí cagamos fuego.
Yo, podría
vivir perfectamente sin teléfono móvil de hecho le propuse a Gal·la deshacerme
de mi aparato (me refiero al móvil), especifico pues su reacción me condujo a
pensar que ella creía que hablaba de deshacerme de mi aparato (me refiero al
pene), me miró desconcertada y dijo: “¿Pero y si lo necesito?” (Se refería al
móvil) Cuando me dijo eso, pensé en que podía necesitar de mí mi mujer, ¿Saber
donde estoy? Sinceramente no sería un quebradero de cabeza para un detective
privado, me despierto temprano, le pongo comida a Frida, despido con un beso a Gal·la,
me hago un mate y prendo el ordenador, leo, escribo, respondo correos,
actualizo el blog, más tarde al mediodía, almuerzo y me voy a trabajar, salgo
del trabajo, y vuelvo a casa. Si me quieres localizar llama al fijo de casa ahí
estaré y sino estoy en casa estoy en el trabajo. ¿Saber qué hago quizás? La
respuesta es casi la misma, hago lo que hago cuando estoy donde estoy, no
reviso informes en casa y escribo historias en la oficina, nunca me llamarás en
mí día a día y estaré haciendo algo extraordinario. “Cariño, ahora te llamo, me
estoy descolgando por la fachada estaba tendiendo la ropa y se me han caído
unos calzoncillos, te corto que salió la vecina del tercero, quiere que le suba
un sujetador que se la cayó la semana pasada”.
El teléfono
fijo de casa y el ordenador, no necesito más. Si no quiero responder un correo
no lo respondo, “¿Un correo?, pues no me ha llegado eh”, y listo ya insistirán
y yo ya tendré ganas. El tema del teléfono fijo es harina de otro costal, no
tengo un teléfono de estos modernos con identificador de llamadas, el mío suena
y comienza la incógnita, siempre que suena, sea la hora que sea, me pregunto
“¿Quién coño será?”, tengo una técnica que he ido depurando con el tiempo. Lo
aprendí de la película El secreto de sus
ojos, descuelgo el teléfono y respondo algo que sorprenda a la persona que
se encuentra al otro lado. “¿Banco de esperma dígame?”, “¿Funeraria Adiós muy buenas, en qué puedo
ayudarle?”, “¿Zapatería el rengo López,
dígame?”, con este ejercicio desconcierto a mi interlocutor y hago una
estupenda criba, si es un vendedor queda noqueado en el minuto cero y puedo
volver a mis quehaceres, si es un familiar o amigo después del desconcierto
reconoce mi voz y ríe. La última adquisición a mis respuestas telefónicas y que
he puesto en práctica recientemente es responder como si fuese yo el que llama,
descuelgo el teléfono y digo: “¿Hola, está Juan?”, ha dado muy buenos
resultados, han llegado a responderme que me equivocaba y me han colgado.
Me hubiese
gustado sentarme junto a la gorda y hablar, eso lo digo ahora, a toro pasado.
Sentarme y charlar con ella y hacerle entender, que nuestro tiempo libre, hay
ocasiones en que debe ser justamente eso nuestro tiempo. Que sus amigas de la
peluquería pueden vivir sin saber que hace o adonde va. No es preciso
que le escriba whatsapp a todo el
mundo, ellos quizás también necesitan su tiempo.
A todos los
gordos con móvil, bueno estoy siendo injusto, a todos los seres humanos (donde
estamos incluidos los gordos) que utilizan en móvil constantemente, apaguen el
sonido, activen la vibración métanselo en el culo y utilicen su tiempo libre. Y
si no se les ocurre nada que hacer, por favor lean mi blog.
muy buena la conclusion final! :)
ResponderEliminarAixxx si un dia tú te actualizas a tal nivel de llevar un móvil moderno, entonces y solo entonces, lo entenderás.Aunque hay q reconocer q el sonido de las teclas cuando las pulsas crispan a cualquiera.
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