viernes, 18 de enero de 2013

SOY UN “PRINGAO”


La Real Academia dice:
pringado, da.
(Del part. de pringar).
1.    m. y f. coloq. Persona que se deja engañar fácilmente.   
Me senté con Frida retozando en mi regazo (Frida es mi gata, una mil padres adoptada en la perrera), a ojear el libro de EL ROTO, Camarón que se duerme (se lo lleva la corriente de opinión), y mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida pensé en lo que me dijo un amigo recientemente…
Antes de proseguir con la historia diré, y sólo lo haré en este texto pues sería cansino por mi parte repetirlo en cada uno de los que espero vayan siguiendo, que los nombres de personas que aparecerán en mis relatos son falsos, las personas no. Los nombres los falsearé pues mi intimidad es mía y puedo hacer con ella lo que quiera, pero la de los demás, hasta que no se demuestre lo contrario, es suya.


Así pues, sin más preámbulos ni dilaciones, este amigo, al que llamaré Max, me comentó, sentados en el sofá de su casa, y me lo dijo como con una convicción aterradora, que él creía que era un “pringao”. En realidad lo que dijo fue: “Soy un pringao”.  Lo dijo lacónico mientras miraba como Fry, su inmenso gato, introducía la cabeza en la jarra de cerveza vacía intentando cazar con la lengua una nube de espuma que reposaba en el fondo. Fry es el nombre auténtico de su gato; la intimidad de los gatos por ahora me trae sin cuidado. Yo lo miré y aspiré profundo el humo de mi cigarrillo. Cuando alguien se sentencia de una forma tan directa es complicado decir algo que pueda consolarlo, así que dejé que siguiera con su explicación.
Resulta que Max es cineasta, aunque no se dedique a ello. Debo dejar claro que yo creo que el oficio de uno no es necesariamente lo que le da de comer: yo soy contador de historias y os aseguro que eso no me da de comer. En fin, Max es cineasta, y con un gran talento por cierto y resulta que como otros muchos, no sólo cineastas, está en paro. Consiguió una entrevista de trabajo en una productora, así que se dirigió al centro de Barcelona, donde esta productora tiene las oficinas, y se presentó a la entrevista. Parece ser que fue algo curiosa, pues en lugar de hacerse en un despacho, como deberían hacerse las entrevistas, se hizo de pie en la sala donde se encontraban los demás trabajadores. Empezamos mal. Si eso es una técnica norteamericana para crear tensión a los entrevistados, puede funcionar pero es una puta americanada como todas las mierdas de cursos de autoestima que hacen en las multinacionales. Bien, así fue la entrevista, pero no me extenderé en detalles superfluos, la oferta que le hicieron fue la de trabajar ocho horas en un proyecto de animación. Suculento, ¿verdad? Lo sería si no hubiese una pequeña cláusula que pronto le sería revelada a Max: no cobraría. Me imaginé a Max en ese momento, arqueando la ceja, apartándose de un soplido un mechón de pelo y pensando: “Soy un pringao”. Max se planteó la posibilidad de aceptar el trabajo, lo que dijo es que podía seguir buscando pero entre tanto tendría eso para hacer currículum. Hacer currículum es algo que las empresas utilizan para que los estudiantes, becarios y parados trabajen sin cobrar, y casi lo consiguen. Max planteó la posibilidad de trabajar desde su casa por varias razones: la primera, no tener que gastar dinero yendo y viniendo cada día de su casa a la oficina y viceversa, y la segunda, que él tiene todo lo necesario en su casa (tecnológicamente hablando) para poder realizar la tarea que le sería encomendada. Huelga decir que rechazaron la proposición y también huelga decir que, a su vez, Max rechazó la suculenta oferta de la productora.
Y ahí nos encontrábamos Max, Fry y yo, sentados en corro en el sofá intentando convencernos de que Max no era un “pringao”. Decidimos tomar otra cerveza y entonces, y sólo entonces, decidimos que él no era el único “pringao”: SOMOS UNA GENERACIÓN DE “PRINGAOS”. Existe la generación perdida, la del 98 y la del 27, la del 50 y la del 14, y nosotros somos la generación de los “pringaos”, cientos de miles de jóvenes en edad de merecer (algo mejor) que son mascados y escupidos a un mundo que no los quiere. La cerveza nos engrasaba los tornillos del cerebro. Una generación ni siquiera perdida, una generación perdida guarda algo romántico, pero nosotros... Nosotros procedíamos de una clase de progenitores trabajadores que se habían dejado la piel para darnos unos estudios que quizás ellos no habían podido recibir y nosotros nos vemos obligados a desperdiciarlos.
Siendo los dos muchachos jóvenes y lozanos no desesperamos, pero no desesperamos porque tenemos sentido del humor. Y eso hace que no perdamos la esperanza; por lo menos formamos parte de algo, de una generación, que dentro de cientos de años se escribirá en los libros de texto y quizá con un poco de suerte será ejemplificada con una ilustración de EL ROTO. Mientras, seguiremos trabajando por nuestra cuenta, ya que puestos a tener un jefe que no te paga, mejor ser uno mismo ese jefe.

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