La Real Academia dice:
pringado,
da.
(Del part. de pringar).
Me senté con Frida retozando
en mi regazo (Frida es mi gata, una mil padres adoptada en la perrera), a ojear
el libro de EL ROTO, Camarón que se duerme (se lo lleva la corriente de
opinión), y mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida pensé en lo que me dijo un
amigo recientemente…
Antes de proseguir con la
historia diré, y sólo lo haré en este texto pues sería cansino por mi parte
repetirlo en cada uno de los que espero vayan siguiendo, que los nombres de
personas que aparecerán en mis relatos son falsos, las personas no. Los nombres
los falsearé pues mi intimidad es mía y puedo hacer con ella lo que quiera, pero
la de los demás, hasta que no se demuestre lo contrario, es suya.
Así pues, sin más preámbulos
ni dilaciones, este amigo, al que llamaré Max, me comentó, sentados en el sofá
de su casa, y me lo dijo como con una convicción aterradora, que él creía que
era un “pringao”. En realidad lo que dijo fue: “Soy un ‘pringao’”. Lo dijo lacónico mientras miraba como Fry, su
inmenso gato, introducía la cabeza en la jarra de cerveza vacía intentando cazar
con la lengua una nube de espuma que reposaba en el fondo. Fry es el nombre
auténtico de su gato; la intimidad de los gatos por ahora me trae sin cuidado.
Yo lo miré y aspiré profundo el humo de mi cigarrillo. Cuando alguien se
sentencia de una forma tan directa es complicado decir algo que pueda
consolarlo, así que dejé que siguiera con su explicación.
Resulta que Max es cineasta,
aunque no se dedique a ello. Debo dejar claro que yo creo que el oficio de uno
no es necesariamente lo que le da de comer: yo soy contador de historias y os
aseguro que eso no me da de comer. En fin, Max es cineasta, y con un gran
talento por cierto y resulta que como otros muchos, no sólo cineastas, está en
paro. Consiguió una entrevista de trabajo en una productora, así que se dirigió
al centro de Barcelona, donde esta productora tiene las oficinas, y se presentó
a la entrevista. Parece ser que fue algo curiosa, pues en lugar de
hacerse en un despacho, como deberían hacerse las entrevistas, se hizo de pie en la sala donde se encontraban los demás trabajadores. Empezamos mal. Si eso
es una técnica norteamericana para crear tensión a los entrevistados, puede
funcionar pero es una puta americanada como todas las mierdas de cursos de
autoestima que hacen en las multinacionales. Bien, así fue la entrevista, pero
no me extenderé en detalles superfluos, la oferta que le hicieron fue la de
trabajar ocho horas en un proyecto de animación. Suculento, ¿verdad? Lo sería
si no hubiese una pequeña cláusula que pronto le sería revelada a Max: no
cobraría. Me imaginé a Max en ese momento, arqueando la ceja, apartándose de un
soplido un mechón de pelo y pensando: “Soy un pringao”. Max se planteó la
posibilidad de aceptar el trabajo, lo que dijo es que podía seguir buscando
pero entre tanto tendría eso para hacer currículum. Hacer currículum es algo
que las empresas utilizan para que los estudiantes, becarios y parados trabajen
sin cobrar, y casi lo consiguen. Max planteó la posibilidad de trabajar desde su
casa por varias razones: la primera, no tener que gastar dinero yendo y
viniendo cada día de su casa a la oficina y viceversa, y la segunda, que él tiene
todo lo necesario en su casa (tecnológicamente hablando) para poder realizar la
tarea que le sería encomendada. Huelga decir que rechazaron la proposición y también
huelga decir que, a su vez, Max rechazó la suculenta oferta de la productora.
Y ahí nos encontrábamos Max,
Fry y yo, sentados en corro en el sofá intentando convencernos de que Max no
era un “pringao”. Decidimos tomar otra cerveza y entonces, y sólo entonces, decidimos que él no era el único “pringao”: SOMOS UNA GENERACIÓN DE “PRINGAOS”.
Existe la generación perdida, la del 98 y la del 27, la del 50 y la del 14, y
nosotros somos la generación de los “pringaos”, cientos de miles de jóvenes en
edad de merecer (algo mejor) que son mascados y escupidos a un mundo que no los
quiere. La cerveza nos engrasaba los tornillos del cerebro. Una generación ni
siquiera perdida, una generación perdida guarda algo romántico, pero nosotros... Nosotros procedíamos de una clase de progenitores trabajadores que se habían dejado la
piel para darnos unos estudios que quizás ellos no habían podido recibir y
nosotros nos vemos obligados a desperdiciarlos.
Siendo los dos muchachos
jóvenes y lozanos no desesperamos, pero no desesperamos porque tenemos sentido
del humor. Y eso hace que no perdamos la esperanza; por lo menos formamos parte
de algo, de una generación, que dentro de cientos de años se escribirá en los
libros de texto y quizá con un poco de suerte será ejemplificada con una
ilustración de EL ROTO. Mientras, seguiremos trabajando por nuestra cuenta, ya que
puestos a tener un jefe que no te paga, mejor ser uno mismo ese jefe.
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