Me senté
con Frida retozando en mi regazo, a leer El
laberinto de las aceitunas de Eduardo Mendoza, y mientras lo ojeaba y
acariciaba a Frida pensé en lo que me sucedió recientemente…
Estaba yo repantigado
en un poyete cercano a la parada de autobús esperando a que llegase mi
transporte para dirigirme a casa de mi madre, donde sin duda recibiría una
regañina por haber aparentemente engordado. Cuando una mujer se me acercó. Al
parecer sin yo darme cuenta me había sentado cerca de una bolsa de plástico de
contenido desconocido para mí y desconocido también para la señora. La mujer
cercana a los setenta años era no muy alta, teñida de rubio y con aspecto
parlanchín, eso no tardaría en descubrirlo.
-¿Es tuya
esa bolsa?
Hace años,
equivocadamente no le hablaba a nadie de usted, mi impertinente juventud me
hacía pensar que para que alguien recibiese el tratamiento de usted debía
ganárselo, hoy lo utilizo frecuentemente, pues aún no merecerlo muchos de mis
interlocutores, el tono me otorga una distancia perfecta que aleja las
confianzas y las salidas de tono.
Miré la
bolsa, levantando la vista del periódico donde leía una entrevista a Curro
Savoy, el que silbó la banda sonora de “El bueno, el feo y el malo”, como decía
miré la bolsa y luego miré a la mujer, esbocé una sonrisa y respondí, un
educadísimo: “No”.
Curro
explicaba a Víctor Amela una anécdota sobre su esposa, que resulta que es
torera cuando la punzante voz de la mujer volvió a interrumpirme.
- A lo
mejor es una bomba o droga.
Marqué con
el índice la frase donde había sido interrumpido y de nuevo miré a la mujer y
luego posé mi ojos en la bolsa. Una bolsa verde de aspecto insípido, la misma
bolsa que en que mete mi frutero paquistaní las excelentes verduras con las que
de vez en cuando sostengo una semana o dos de dieta, para terminar nuevamente
con mis opíparos menús. Una bolsa en fin, de lo más común, nada me podía hacer
pensar que la bolsa guardase en su interior una bomba o quizás droga. La mujer
al ver mi evidente desinterés por el contenido de la bolsa lo cogió, rápida,
como temiendo que yo me arrepintiese y me deshiciese del rotativo y me lanzase
sobre la bolsa para apoderarme de ella.
La vi feliz
por fin e intenté reanudar mi lectura pero fue en vano, volvió hablar. Lo había
conseguido, había robado la atención que hasta ahora había pertenecido sólo al
señor Savoy y se la había quedado, ahora estaba dispuesto a vengarme.
-
Son
unos pantalones.
Excitante
pensé para mis adentros, cabía la posibilidad que la mujer callase al descubrir
por fin que alguien había abandonado o quizás extraviado una bolsa con sus o
unos pantalones. Pero por supuesto no fue así. Estaba dispuesta a regalarme una
extensa disertación sobre los pantalones.
-
Son
de pana. La pana es suave, parecida al terciopelo, con fibras entrecruzadas que
formas las acanaladuras.
Podrán ir
comprobando que es habitual en mí pasar del hastío a la euforia y eso es lo que
pasó en ese momento, creí descubrir una personaje digna de ser escuchada. Así,
que definitivamente doble bien doblado a Curro Savoy sobre Víctor Amela, cruce
las piernas y me dispuse a escuchar.
-
Así
que de pana, ¿Eh?
A veces
hace falta una pequeña frase para desencadenar la verborrea del dialogador y sí
para mi desgracia fue así.
- La pana
es muy calentita. Mi padre siempre llevaba trajes de pana, cuando vivíamos en
Segovia y yo era pequeñita. En la época de Franco. Entonces sí que vivíamos
bien. Mi padre tenía más de un traje de pana.
Un
retortijón me atravesó el estómago y supe que mi más mordaz y desagradable
personalidad afloraría en breve, pero me di un poco de tiempo. Quise darle un voto de confianza a la entendida en pana, quizá se refería a que eran buenos
tiempos en Segovia porque su padre tenía más de un traje y no porque vivían con
Franco.
-
Había
paz y no había tanto inmigrante.
Ahí el
retortijón se hizo bilis. A lo largo de los años he descubierto como una sola
palabra puede cortar de cuajo la charlatanería de la gente. Mi padre por
ejemplo, suelo contestar al “¿Cómo estás?” Con un acartonado “Mal”, y casi siempre
deja al interrogador en su sitio, sin saber que responder, la gente no espera
que los demás estén mal o por lo menos no espera que se lo cuenten, se dice por
cumplir. Pero esta vez, prefería ser un poco mas extenso no mucho no quería dar
opción a réplica, quería que mi venganza fuese dura, seca, vil y sobretodo
cruel. Los motivos eran claros, principalmente esa mujer tenía que ser juzgada
por sacarme de una placentera lectura y en segundo lugar, en fin…
Vi a lo
lejos como mi autobús se acercaba y no quería perder el tiempo.
-
¿Qué
autobús espera?
-
El
diez.
-
Lástima
debemos separarnos. Pero no quería despedirme de usted sin plantearle una reflexión.
-
¿Cómo
dices?
-
De
usted por favor, tráteme de usted. ¿Sabe cuál es la diferencia entre la vida y
la muerte?
-
¿Perdón?
Levanté la
mano para que el conductor me viese y parase, después de lo que iba a decir, no
pretendía que el autobús se escapase y tuviese que quedarme con la anciana.
-
La
vida y la muerte, ¿Sabe cuál es la diferencia?
-
Mmm,
no…
-
Cinco
años. Cinco años es lo que le separa de la muerte. Yo estaré en mi plenitud
sexual y usted será devorada por una horda de gusanos.
Por fin
llegó el autobús y dejé a la mujer totalmente turulata con una bolsa verde en
una mano y en la otra unos pantalones de pana.
¿Bien por dónde
íbamos Curro?
jajajaja, tú en tu linea, eh?, por cierto,¿
ResponderEliminarboto no va co n "v"?. El texto genial, como tú.
cierto! corregido! gracias anónimo!
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