viernes, 18 de enero de 2013

EL PANTALÓN DE PANA


Me senté con Frida retozando en mi regazo, a leer El laberinto de las aceitunas de Eduardo Mendoza, y mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida pensé en lo que me sucedió recientemente…
Estaba yo repantigado en un poyete cercano a la parada de autobús esperando a que llegase mi transporte para dirigirme a casa de mi madre, donde sin duda recibiría una regañina por haber aparentemente engordado. Cuando una mujer se me acercó. Al parecer sin yo darme cuenta me había sentado cerca de una bolsa de plástico de contenido desconocido para mí y desconocido también para la señora. La mujer cercana a los setenta años era no muy alta, teñida de rubio y con aspecto parlanchín, eso no tardaría en descubrirlo.


-¿Es tuya esa bolsa?
Hace años, equivocadamente no le hablaba a nadie de usted, mi impertinente juventud me hacía pensar que para que alguien recibiese el tratamiento de usted debía ganárselo, hoy lo utilizo frecuentemente, pues aún no merecerlo muchos de mis interlocutores, el tono me otorga una distancia perfecta que aleja las confianzas y las salidas de tono.
Miré la bolsa, levantando la vista del periódico donde leía una entrevista a Curro Savoy, el que silbó la banda sonora de “El bueno, el feo y el malo”, como decía miré la bolsa y luego miré a la mujer, esbocé una sonrisa y respondí, un educadísimo: “No”.
Curro explicaba a Víctor Amela una anécdota sobre su esposa, que resulta que es torera cuando la punzante voz de la mujer volvió a interrumpirme.
- A lo mejor es una bomba o droga.
Marqué con el índice la frase donde había sido interrumpido y de nuevo miré a la mujer y luego posé mi ojos en la bolsa. Una bolsa verde de aspecto insípido, la misma bolsa que en que mete mi frutero paquistaní las excelentes verduras con las que de vez en cuando sostengo una semana o dos de dieta, para terminar nuevamente con mis opíparos menús. Una bolsa en fin, de lo más común, nada me podía hacer pensar que la bolsa guardase en su interior una bomba o quizás droga. La mujer al ver mi evidente desinterés por el contenido de la bolsa lo cogió, rápida, como temiendo que yo me arrepintiese y me deshiciese del rotativo y me lanzase sobre la bolsa para apoderarme de ella.
La vi feliz por fin e intenté reanudar mi lectura pero fue en vano, volvió hablar. Lo había conseguido, había robado la atención que hasta ahora había pertenecido sólo al señor Savoy y se la había quedado, ahora estaba dispuesto a vengarme.
-         Son unos pantalones.
Excitante pensé para mis adentros, cabía la posibilidad que la mujer callase al descubrir por fin que alguien había abandonado o quizás extraviado una bolsa con sus o unos pantalones. Pero por supuesto no fue así. Estaba dispuesta a regalarme una extensa disertación sobre los pantalones.
-         Son de pana. La pana es suave, parecida al terciopelo, con fibras entrecruzadas que formas las acanaladuras.
Podrán ir comprobando que es habitual en mí pasar del hastío a la euforia y eso es lo que pasó en ese momento, creí descubrir una personaje digna de ser escuchada. Así, que definitivamente doble bien doblado a Curro Savoy sobre Víctor Amela, cruce las piernas y me dispuse a escuchar.
-         Así que de pana, ¿Eh?
A veces hace falta una pequeña frase para desencadenar la verborrea del dialogador y sí para mi desgracia fue así.
- La pana es muy calentita. Mi padre siempre llevaba trajes de pana, cuando vivíamos en Segovia y yo era pequeñita. En la época de Franco. Entonces sí que vivíamos bien. Mi padre tenía más de un traje de pana.
Un retortijón me atravesó el estómago y supe que mi más mordaz y desagradable personalidad afloraría en breve, pero me di un poco de tiempo. Quise darle un voto de confianza a la entendida en pana, quizá se refería a que eran buenos tiempos en Segovia porque su padre tenía más de un traje y no porque vivían con Franco.
-         Había paz y no había tanto inmigrante.
Ahí el retortijón se hizo bilis. A lo largo de los años he descubierto como una sola palabra puede cortar de cuajo la charlatanería de la gente. Mi padre por ejemplo, suelo contestar al “¿Cómo estás?” Con un acartonado “Mal”, y casi siempre deja al interrogador en su sitio, sin saber que responder, la gente no espera que los demás estén mal o por lo menos no espera que se lo cuenten, se dice por cumplir. Pero esta vez, prefería ser un poco mas extenso no mucho no quería dar opción a réplica, quería que mi venganza fuese dura, seca, vil y sobretodo cruel. Los motivos eran claros, principalmente esa mujer tenía que ser juzgada por sacarme de una placentera lectura y en segundo lugar, en fin…
Vi a lo lejos como mi autobús se acercaba y no quería perder el tiempo.
-         ¿Qué autobús espera?
-         El diez.
-         Lástima debemos separarnos. Pero no quería despedirme de usted sin plantearle una reflexión.
-         ¿Cómo dices?
-         De usted por favor, tráteme de usted. ¿Sabe cuál es la diferencia entre la vida y la muerte?
-         ¿Perdón?
Levanté la mano para que el conductor me viese y parase, después de lo que iba a decir, no pretendía que el autobús se escapase y tuviese que quedarme con la anciana.
-         La vida y la muerte, ¿Sabe cuál es la diferencia?
-         Mmm, no…
-         Cinco años. Cinco años es lo que le separa de la muerte. Yo estaré en mi plenitud sexual y usted será devorada por una horda de gusanos.
Por fin llegó el autobús y dejé a la mujer totalmente turulata con una bolsa verde en una mano y en la otra unos pantalones de pana.
¿Bien por dónde íbamos Curro?

2 comentarios:

  1. jajajaja, tú en tu linea, eh?, por cierto,¿
    boto no va co n "v"?. El texto genial, como tú.

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