martes, 22 de enero de 2013

¿TIENE USTED CARNÉ?



Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer La conga de las bananas de Hugo Pratt y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
Siempre me ha fascinado el inmenso mundo de las anécdotas. Me encantan, sean divertidas, trágicas, con moraleja o sin ella; si consiguen captar mi atención me basta.
Pero hay otras que odio, son esas que no tienen ningún sentido y que parecen inconclusas. “El otro día, cuando fui a comprar el pan, vi a un perro meando en una farola”. Ahí termina. Esta me la contaron no hace mucho y yo me quedé con cara de imbécil, esperando la continuación, pero no la había, esa era la anécdota.

A lo largo del tiempo mi padre y yo hemos ido haciendo una lista de los carnés que serían necesarios para circular por la vida. Algunos de ellos son los siguientes: el carné de identidad y el carné de conducir los damos por supuestos. El carné para votar, parece algo extremista pero si lo pensamos con detenimiento, ¿quién no ha escuchado eso de “Yo voto lo que me dice mi marido” o “Yo lo que me diga mi padre”? A esa persona automáticamente se le debería retirar el carné de voto y debería ser obligada a ir un curso de reinserción, como a los conductores borrachos.
Por supuesto, el carné para ser padre. “Tuvimos el niño por las ayudas que da el gobierno”, “Tuvimos a Juanito para reparar nuestro matrimonio”, sin dudarlo retirada de carné de padre; no hay que quitarle al hijo, por supuesto, pero sí hacer un seguimiento de estos padres de mente enferma y verificar que no sigan trayendo al mundo niños que no han sido engendrados por el simple y mero hecho de ser cuidados, queridos y educados.
El carné para hablar con desconocidos; este sería muy útil, nos aseguraríamos de que la persona que viene a hablarnos ha pasado una serie de exámenes de cultura general, de respeto al prójimo y de saber escuchar. Estaría uno tan tranquilo en la parada del autobús, se acercaría una mujer parlanchina y uno tendría el derecho constitucional de pedirle el carné de conversar con extraños, “Pues no lo tengo, repetí primero de respeto al prójimo”, en ese caso uno debe contestar: “Si es tan amable, colóquese a cinco metros de mí”.
En relación con el principio del texto, no hace mucho decidimos añadir otro carné a la lista, el carné de anécdotas. El examen sería el siguiente: uno debería presentarse en el Ministerio de Cultura con cinco anécdotas distintas escritas en cinco folios a doble espacio y por duplicado, el carné de identidad y, por supuesto, el carné de conversar con desconocidos. Ante un jurado popular debería explicar las cinco anécdotas, que serían valoradas según varios parámetros que determinarían si la persona es válida o no para contar anécdotas. Una vez pasada la prueba, le sería expendido un carné, el cual debería renovar anualmente, aportando al menos dos anécdotas divertidas y dos con moraleja, todas nuevas, por supuesto. Las anécdotas deberían ser propias o de un familiar o amigo cercano y se debería entregar un escrito del protagonista autorizando al tercero a contar dicha anécdota. Si la persona en cuestión no aporta esta documentación, automáticamente le sería retirado el carné y sólo podría recuperarlo al año siguiente aportando la misma documentación que al principio. Toda esta burocracia que parece exagerada ahorraría a miles de ciudadanos decentes tener que escuchar anécdotas sin sentido o anécdotas desagradables; no estaríamos obligados nunca más a escuchar como de asquerosa fue la operación de hernia de una cuñada, a excepción de que la anécdota haya sido aprobada por el ministerio. Si es así, uno podría estar tranquilo y escucharía plácidamente y con interés las anécdotas de los demás. También hemos pensado que debería existir un anexo a este carné, digamos una especialización. Todo el mundo no está obligado a tener anécdotas de todas clases y uno podría especializarse. Si uno quisiera una buena historia del pueblo, descolgaría el teléfono y llamaría a la tía Lourdes, sabiendo que ella consiguió hace cinco años el apéndice de anécdotas rurales, y contaría la vez que el tío Tomás, borracho como una cuba, intentó convencer al párroco del pueblo de que había cultivado zanahorias con la cara de Santa Benilde de Córdoba. No es necesario decir que este apéndice también tiene sus normas: la persona que decidiese especializarse en fútbol, por ejemplo, debería entregar, también por escrito a doble espacio y por duplicado, un listado de por lo menos cincuenta anécdotas; el que algo quiere, algo le cuesta. Serían estudiadas y contrastadas y, una vez aprobadas, la persona, entre otros deberes, adquiriría el compromiso de no contar más de dos veces la misma anécdota a una persona, a no ser, claro está, que fuese el receptor quien solicitase nuevamente la anécdota al emisor, en tal caso, debería presentar al especialista un documento firmado autorizándolo a contar nuevamente la anécdota.
Mi padre ya ha elegido las cinco anécdotas que presentará en el ministerio cuando se haga efectiva esta ley, que no dudamos tarde o temprano se llevará a cabo. Las hemos elegido cuidadosamente, sería vergonzoso que nosotros, promulgadores del carné, no lo aprobásemos a la primera.
Cuanta mi padre que al tiempo de llegar a Barcelona desde Buenos Aires decidió que durante toda una jornada hablaría o intentaría hablar catalán. Así que salió de casa dispuesto a una total integración, entró en un bar para tomarse el café de la mañana y se acercó a la barra, una mujer ya entrada en años lo miró y esperó el pedido. “Bon dia, em posaria un cafè, si us plau?”, la mujer lo miró como si en lugar de un ser humano hubiese entrado un oso panda vestido con frac, se giró y gritó: “¡Niña, ven pacá que ha venío un francés y no entiendo !”.

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