jueves, 31 de enero de 2013

CAFÉ CONFUCIO


Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer Carne de perro de Pedro Juan Gutiérrez y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
Para mí, la puntualidad es algo primordial por una simple razón: soy incapaz de calcular el tiempo en cuanto a la distancia. Así que siempre llego temprano a todas partes. Llego temprano porque salgo temprano, si mi destino está a veinte minutos reales, yo salgo cuarenta minutos antes, por si acaso, y, si he quedado con alguien que llega tarde, debo esperar los veinte minutos que me he dado de margen más el tiempo que tarde en llegar el otro. Este defecto tiene una ventaja: llegar temprano me hace conocer bares, conozco un sinfín de bares en todas partes; como siempre llego temprano, siempre me meto en algún lugar a tomar un café o una cerveza, depende del horario. El día de mi entierro llegaré temprano: “Ah, ¿aún no estoy embalsamado? Bueno, vengo luego, estoy en el bar”.

De un tiempo a esta parte, vengo escuchando una serie de frases que no consigo entender. “Es que se los han quedado los chinos”. Resulta que hay una innumerable cantidad de bares regentados por familias chinas y, al parecer, a cierto grupo de la sociedad eso le molesta. A mí no, a mí me da exactamente igual quién esté detrás de la barra, ¿tiene cerveza? Pues perfecto, me es indistinto que tenga los ojos rasgados, turbante o barba hasta el ombligo, que me la sirva bien fría y seremos eternamente amigos.
Justo debajo de mi oficina hay un bar gobernado por una familia china. El camarero principal es el hijo, al que llamaremos Marc. Al principio creí que era un nombre adoptado para sentirse más integrado, pero resultó que el muchacho se llamaba Marc, había nacido aquí y habla catalán y castellano a la perfección. La madre se hace llamar Carmen, más tarde descubrí que su nombre real es Akame, pero le resulta más fácil hacerse llamar Carmen.
Un día llegué al bar con un tremendo ataque de tortícolis, parecía que alguien me había metido un palo por el culo y lo había dejado ahí, me senté en la barra y pedí un café. Marc me lo sirvió, raudo como siempre, y me preguntó por mi pintoresca postura, le conté que me había levantado agarrotado y que apenas podía mover el cuello. Entonces metió la cabeza por la ventana que comunica la barra con la cocina y gritó algo en su idioma materno, obviamente no entendí ni una sola palabra. Como tenemos confianza, le pregunté qué había gritado y, riendo, me lo tradujo sin cortarse un pelo: “Mamá, el gordito tiene tortícolis, dale una toalla, que parece una estaca.” Sonreí con una mueca de dolor, entonces Carmen, o Akame, salió de la cocina con una especie de papel pegajoso, como las toallitas para bebés pero con una parte adhesiva, me sonrió, se colocó tras de mí y con un fuerte golpe me pegó la cataplasma en la nuca. No me extenderé con los detalles, pero diré que a la media hora mi cuello estaba como nuevo. ¡Un café más que decente y medicina ancestral china! ¿Qué más quieres?
Entre las muchas leyendas urbanas que recorren nuestra sociedad, hay una que me resulta muy curiosa. Hay gente que asegura que en China existen escuelas de cocina española. Pero no las mismas que podemos encontrar aquí, sino escuelas donde preparan a la gente para atender al comensal español. Y resulta que les enseñan a cocinar callos a la madrileña, boquerones en vinagre, ensaladilla rusa y otros manjares autóctonos. Los imagino en una gran sala, todos vestidos de blanco, con un cocinero indígena llamado Antonio en una mesa al frente de todos. “Palillos para comer, mal, palillos para hurgar en los dientes, bien. Salsa de soja, mal, vinagre, bien. Fideos de arroz, mal, macarrones con tomate, bien.” Y todos atendiendo, metódicos, tomando notas. Parece ser que en estas escuelas los preparan para que cuando lleguen aquí lo único que tengan que hacer es comprar un bar en traspaso. No suelo darles mucha credibilidad a las leyendas urbanas, pero, por si acaso esto es real, se deben tomar medidas al respecto.
He conseguido el correo electrónico del consulado chino y me voy a poner en contacto con ellos urgentemente. Empecé a pensar, pues creía que sus clases de cocina cojeaban por algún sitio y por fin logré averiguar qué era. Históricamente hay varios oficios donde se debe tener una verborrea especial. Ojo, es importante saber callar a tiempo e incluso no hablar, eso depende del cliente, pero hay muchos clientes que necesitan una buena charla. Esos oficios, entre otros, son: peluquero, conserje o portero y, por supuesto, camarero. Este último es el más importante, es preciso que un buen camarero, además de saber abrir una cerveza y preparar bocadillos de jamón con la cantidad justa de embutido, tenga una amplia cultura general y, aún más importante, tenga opiniones para todos los gustos.
Propondré al gobierno chino que se empiecen a realizar clases magistrales de chascarrillo, conversación banal y refranero español.
El profesor debería enseñar al alumno una serie de técnicas con las que el futuro camarero pudiese dar conversación a cualquier tipo de cliente. A saber: la crítica al semejante, a poder ser políticos y famosos; comentarios insustanciales que se puedan colocar en cualquier parte de una conversación sobre el deporte rey; amplia información sobre meteorología, y un profundo conocimiento del refranero español. Así pues, una conversación tipo entre un cliente habitual y el nuevo camarero de origen chino sería: "¡Buenos días, Juanito!" La posibilidad de cambiar el nombre es opcional, de todos modos lo más probable es que los parroquianos terminen por cambiar el nombre a su antojo. "Buenos días, Manolo", muy importante conocer a todos los clientes asiduos por el nombre de pila. "Macho, cada día abres más temprano", "A quien madruga, no le mires el dentado", son comprensibles los errores en cuanto al refranero, es amplio y cuesta memorizarlo, "¿Cómo va la cosa?", la conversación banal empezaría casi siempre de esta forma, el alumno debe responder: "Pues ya ves, no me quejo", "Eso, eso, ¿pa' qué quejarse?", "Lo que te digo, si nos roban igualmente".
Ese ha sido un estupendo comienzo, la conversación está servida, cordial, tratando temas importantes como el no quejarse y el robo de los políticos, etc.
En definitiva, ¿qué mas da de qué forma tenga los ojos el camarero?, ¿no es más importante un buen café y un cruasán caliente?, ¿no es de agradecer que tenga respuestas a todas aquellas preguntas que se hace el hombre de a pie? Sin dudarlo, seguiré llegando temprano a los sitios y ampliando mi colección de Marcs y Akames o Carmenes.


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