lunes, 28 de enero de 2013

¡QUÉ JUGADOR NOS PERDIMOS!


Me senté con Frida retozando en mi regazo, a leer Mejor Manolo de Elvira LIndo, y mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida me puse a pensar…
“¿Y tú qué vas a ser de grande?” No sólo odiaba que me interrogasen, sino que odiaba que me hiciesen preguntas tan personales. ¿Qué voy a ser de grande? ¿Qué carajo le importará a la gente lo que será de grande un niño?

Cuando un desconocido le hace esa pregunta a un niño, los padres suelen hinchar el pecho y esperar la respuesta. "Doctor", dicen algunos niñitos y a los padres y madres se les hace el culo Pespsicola. Por lo contrario mi padre la tenía clara y no le hacía falta esperar la respuesta, él sabía lo que sería yo de mayor, sería argentino. Le daba exactamente igual estar en Barcelona, él sabía que su hijo sería argentino. De hecho, se conoce que cuando el doctor me entregó a los cansados brazos de mi madre le dijo: "Ha tenido usted un hermoso argentino".
Pero mi argentinidad, quedará para otro día. Sigamos con la terrible pregunta, “¿Y tú qué vas a ser de grande?” Esta cuestión esconde pérfidas lecturas. Principalmente el mayor que le pregunta al niño, lo que quiere oír es como el retoño dice su oficio, si el que pregunta es el tío Julián, este quiere escuchar “Tornero fresador, como el tío Julián” si pregunta la tía Marisa, “Prostituta, como la tía Marisa”, este es un claro ejemplo que deben tener en cuenta los padres, aunque ellos crean que los hijos no entienden nada, cuando un padre le dice a una madre, “Tu hermana es una prostituta”, el niño retiene, retiene señores, retiene y reproduce.
Recuerdo que en mi tierna infancia, en el colegio me hicieron un test, ese test intentaba determinar cual sería mi futuro laboral. Hecho que podría llegar a ser útil, digo podría pues resultó que no lo era, si una vez hecho el test y averiguado cual eran las cualidades, digamos vocacionales del niño en cuestión, la escuela podría emplear sus medios en enfocarlo hacía ese camino. Pura basura, mi test dijo sin lugar a dudas que mi futuro estaba en un taller, yo iba a ser mecánico. ¿Mecánico? Cuando mi tutora se reunió con mis padres y les dijo el resultado del test, a mi padre le agarró un ataque de risa que le duró un mes intermitentemente, durante siete u ocho horas la carcajada cesaba, pero al rato era retomada con nuevas fuerzas. ¿Mecánico? Sólo hacía falta verme para saber que cualquier mecanismo, por sencillo que pareciese, para mi era el artilugio más complicado. Hasta los catorce años esperaba a que mis compañeros de clase entrasen primero, era incapaz de descifrar el complejo funcionamiento de un picaporte. Una vez, mis padres me regalaron un meccano, ese juego con piezas metálicas, tuercas y motores para que el niño construya sus propias estructuras móviles. Yo sé, aunque ellos nunca lo reconocieron, que me lo regalaron para reírse, es como regalarle a un tartamudo un karaoke. Una crueldad que sólo tiene sentido si da diversión al otro y estoy seguro de que ese fue mi caso. Por entonces no lograba entender que les había hecho a mis padres para que me regalasen semejante mierda. Podía entender los calcetines y los calzoncillos, al fin y al cabo son regalos de madre que tarde o temprano resultan útiles, pero ¿Un meccano? Hay que tener una mente muy retorcida para regalarle eso a un niño inútil. Por supuesto no jugué ni un solo día con esa monstruosidad, lo aparqué debajo de la cama y ahí quedó hasta que fui mayor y pude decidir por mi mismo y tirar a la mierda la caja llena de tuercas.
Hay una segunda fase que como decía, hubiese sido útil si el test era eficaz. La explicaré brevemente, consiste en fomentar la vocación del infante, es decir, si el resultado del test indica que, como en mi caso, el niño debería ser mecánico, de acuerdo con el resultado, pues eso es lo que se debería fomentar, con clases que lo motivasen a seguir el “buen” camino. Pero claro, imaginaos que a mi me hubiesen fomentado mi inexistente faceta de mecánico. Me habría convertido irremediablemente en el peor mecánico de la historia.
Por suerte en mi casa se dieron cuenta de lo que me sucedía. Mis manos habían sido creadas para otra cosa muy distinta, para teclear en un ordenador o para escribir sobre un papel. Y lo fomentaron, hasta la saciedad. Por supuesto eso no me ha convertido en el mejor escritor de la historia, pero me ha convertido en alguien que disfruta haciendo lo que hace. Que lee y escribe con fruición, que cada cuento que escribe, aunque sea terriblemente soporífero lo ha disfrutado, más tarde lo leeré y descubriré quizá que es una auténtica basura, pero por lo menos he hecho lo que me gusta y no montar piezas y atornillas tuercas. Hecho que puede ser divertido para alguien, inspirador y motivador, pero no es mí caso.
No creo que muchos maestros se paseen por mi blog, si han llegado a leer El rabo de la madroño, o quizá si, por que son esa clase de docentes dignos, íntegros y vocacionales, si ese es el caso, por favor recuerden ustedes cuando eran niños y querían ser lo que hoy son, si hoy son buenos maestros imaginen si alguien les hubiese fomentado su vocación.
Parafraseando a uno de los mayores filósofos de la actualidad, Diego Armando Maradona, en el documental de Emir Kusturitca, les diré: “Emir, ¿Sabés qué jugador hubiese sido yo sino hubiese tomado cocaína? ¡Qué jugador nos perdimos!”. Deben tomar estas palabras como su máxima, deben obligarse a no desperdiciar a todos los pequeños Maradonas que se están olvidando en nuestras escuelas, Maradonas mecánicos, Maradonas cocineros, Maradonas carpinteros, Maradonas historiadores. Por todos esos todos Maradonas que crecen alrededor nuestro, deben, debemos fomentarlos y no cometer el error que se estuvo a punto de cometer conmigo y otros muchos, el crear un Ali Dia de la mecánica.

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