viernes, 8 de marzo de 2013

¿ASÍ VAS A SALIR A LA CALLE?


Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer El loto azul de Hergé y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
¿Eres Keith Richards? No, ¿Joe Ramone? Tampoco. Muchacho, ¿por qué te empeñas en usar pantalones pitillo?
Nunca he sufrido demasiado el tema de las modas; a pesar de vivir en una sociedad donde la moda lo es todo o prácticamente todo, he sabido salir indemne.
Mis camisas son clásicas, mis pantalones, tejanos de nueve euros comprados en un centro comercial, no están gastados, ni rotos, no son demasiado anchos y, por supuesto, no enseño los calzoncillos. Digamos que mi moda es una moda cómoda y económica.

Normalmente no me preocupa cómo vayan los demás, no me preocupa en cuanto no me molesta, pero sí que me ocupo de criticar, de forma constructiva y destructiva. Puedo entender que haya gente que use gafas de pasta porque están de moda, a pesar de que las gafas de pasta, según mi opinión, sólo deben llevarlas los niños y los ancianos. Se puede comprender que la gente lleve jerséis atemporales, no hay problema, son prendas útiles que siempre han funcionado. Pantalones anchos tipo hip-hop, bueno… debe ser incomodísimo ir recogiendo los pantalones del suelo constantemente, pero…
Pero hay algo, algo que me turba. Lo diré alto (tan alto como vosotros lo leáis) y claro: los hombres no deberían llevar pantalones pitillo. Sólo hay un hombre sobre la faz de la Tierra que se ha ganado el mérito de llevar pantalones pitillo, Keith Richards, y nadie más.
¿Qué clase de pantalón es ese? Un pantalón ajustado, difícil de sacar, difícil de poner… Si tienes las piernas flacas, da lástima verte; si tienes las piernas gordas, das risa. Si tienes poco paquete, te hace bolsa; si tienes mucho, la gente cree que usas relleno. Pero lo peor de este tema no es que existan los pantalones pitillo, sino que haya gente que los lleve. Que se lo pongan las mujeres; en fin, todos sabemos que hay cierta clase de mujeres que tienen atributos que merecen ser apretados y, si quieren ponerse pantalones de pitillo apretados, ¿quiénes somos los hombres para impedírselo? Pero, chicos, chicos, por favor, no os hagáis esto, no sigáis esta pérfida moda. Mario Vaquerizo no es un ejemplo a seguir y mucho menos por su forma de vestir.
Cuando eres un adolescente es normal que vistas como un anormal. Yo lo he hecho, y mi madre se santiguaba cada vez que me veía salir de casa, parecía un macarra tipo Vaquilla recién salido del presidio. Hoy, por supuesto, no me avergüenzo, pero os aseguro que no me volvería a vestir como lo hacía. Pero es que constantemente veo a gente mayor, no digo ancianos, digo gente de más de cuarenta y menos de sesenta, vestidos como auténticos tarados. Mujeres, madres de familia, con pantalones cortos, y no digo unas bermudas, me refiero a lo que ahora se llaman shorts. Hay que ser hija de puta para ponerse esos minúsculos pantalones; las veo en el supermercado e intento no mirar fijamente. Yo no digo que se deje de hacer, que dejen de usar ese tipo de pantalones, pero, en fin, un poco de seriedad. No me gusta ver a una señora agachada en busca del atún más barato y que mis ojos terminen clavados en la raja de su culo que sobresale por encima del pantalón. Sé que el problema es mío por mirar. Muchos diréis que cada uno es libre de ir vestido como le venga en gana. ¡Por supuesto! ¡Faltaría más que yo tuviese que decir cómo tiene que ir vestida la gente! Pero también soy libre de criticar hasta que me sangren las encías.
El tema de los pantalones pitillos es realmente preocupante, pero hay otro asunto que me veo obligado a mentar. Yo lo he visto, no estoy loco; paseando por la calle he visto lo que os voy a contar. Al principio creí que era un descuido, como llevar la bragueta abierta, aunque al paso que vamos terminará por convertirse en una moda. ¿Qué significa llevar una gorra a medio poner? Espero no ser el único que se ha dado cuenta de este fenómeno, he visto a muchachos que llevaban gorras como si alguien se las hubiese tirado desde el quinto piso. La gorra no está encajada en la cabeza, digamos que está levemente apoyada sobre el pelo. He pensado que se coloca así para evitar que sus intrincados peinados se destruyan, pero en ese caso, ¡no os pongáis gorra, carajo!
Lo sé, es una lucha perdida; en realidad, no creo ni que sea una lucha, no tengo intención de crear una plataforma antipantalones pitillo, ni gorras mal puestas, simplemente es un resquemor, una especie de flato que tengo en mi interior.
Supongo que tendrá que ver con sentirse bien con uno mismo, y si uno decide que apretar sus testículos con un tejano ajustado le hace feliz... qué le vamos a hacer. Pero me he dado cuenta de que el paso del tiempo es inevitable, que el viento de los años nos esculpe como las rocas de las montañas. Un día vimos en fotografías antiguas cómo nuestras madres llevaban cardados imposibles, los ojos pintados como Nefertiti, a tu padre con pantalones de pata de elefante y pelo a lo afro; vimos todo eso y nos envalentonamos y nos vestimos como nosotros quisimos y, cuando metíamos la lleve en la cerradura, salió nuestro padre de hacer la siesta en calzoncillos, nos miró y dijo: “¿Así vas a salir a la calle?”.

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