jueves, 28 de marzo de 2013

ENEMA CORPORATIVO


Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer Cómo acabar de una vez por todas con la cultura de Woody Allen y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
No es que eche de menos al españolito de la boina que llegaba del pueblo a la ciudad, ese mal llamado cateto de las películas españolas de antaño. El que llamaba a las muchachas “mozas” y a los muchachos “zagales”. Era un tópico que nos ha perseguido durante años. ¿Los españoles? Vagos, borrachines y vividores. Y dentro de España cada comunidad con su tópico en forma de cruz: los andaluces, los más vagos; los aragoneses, unos brutos; los catalanes, tacaños, por supuesto.

Pero, por suerte, con el paso de los años, quizá gracias a la apertura de España al mundo, los tópicos se han ido disipando, nos hemos ido globalizando. Y ahora puedes ver por la calle a chicas de pelo largo y lacio con una boina de cachemira al más puro estilo francés, y fumando. Mi abuela decía que las mujeres que fumaban eran putas, una opinión, supongo… Puedes ver a hombres trajeados, con americanas de las tiendas más caras, camisas bien planchadas, corbatas delgadas y gafas de sol de marca; caminan con la mano en el bolsillo, un vaso de papel con café americano, aguado, y hablando por el manos libres a gritos, sonriendo; son triunfadores, son hombres de negocios, como el personaje de Tom Cruise en Jerry Maguire.
Conozco a gente que, en lugar de merendar un bocadillo de jamón, comen tortas de arroz, una suerte de círculo de Porexpan insaboro e inodoro. Son modernos, no comen la grasa del jamón, beben café americano, no les gustan películas como Los santos inocentes de Alfredo Landa y Francisco Raval, no soportan que su madre no tenga watshapp y que su padre aún lea el periódico en papel en lugar de en una tablet.
Algunos olvidan poco a poco su idioma, palabras sueltas, no dicen fin de semana, dicen weekend; no hacen un descanso, hacen un break; no almuerzan, hacen un brunch, y luego un lunch; cuando mandan un correo electrónico, por supuesto lo que mandan es un mail; para informar a alguien de algo en el asunto del mismo, hacen constar tres letras: FYI, que significa for you information.
Los pequeños cargos intermedios de las multinacionales viajan en avión o en trenes de alta velocidad para ir a sucursales de su empresa en capitales de provincia, con sus trajes de marca, sus barbas de dos días, que son la moda, y sus maletas de medidas exactas para ser equipaje de mano, café americano, manos libres y a hablar a gritos. Son grandes hombres, quizás cobran lo mismo que tú, pero ellos… ellos pueden tomarse un café y pasarle la factura a la empresa, gente importante. Tienen un master, quizá dos, de la Universidad de Columbia o de Washington DC, nunca de la Universidad de Salamanca o de la Autónoma de Barcelona.
Creo que sería algo así: entran en la oficina, aún hablando por el manos libres, aún mejor por el inalámbrico bluetooth, pasan de largo de la recepcionista, bueno, quizá le guiñan un ojo, son triunfadores, ellas comprenderán. Saludan alzando la taza de papel al director que está en su despacho de cristal, le hacen entender que están atendiendo una llamada importante y que en un instante estarán con él. El populacho, los trabajadores en sus cubículos, lo miran: “¿Y este quién es?”, se preguntan. Él lo sabe, se pavonea: “Soy importante, soy una pieza indispensable de la empresa, de la multinacional, vengo de la sede de Birmingham, he recibido un curso de motivación y de corporativismo, sé todo lo que hay que saber para que queráis y améis el tinglado que hemos montado”. Por fin se saludan con el director, parecen dos escorpiones en un círculo de fuego, a ambos les han sacado el veneno, pero siguen luchando, son amigos y no lo son, la plebe los mira.
Se mete en un despacho, tarda en salir, monta su paradita con papeles, carteles para escribir los nombres, su ordenador portátil, su móvil de última generación, y todo lo paga la empresa. Mira a través de la ventana, pero no mira el mar que hay al otro de los edificios, mira su reflejo, se acomoda la corbata y el flequillo que cae sobre su frente, casual.
“Me llamo fulanito, acabo de llegar de Birmingham…”. El vulgo lo mira, están cansados, han entrado temprano, las llamadas no han dejado de entrar en sus pantallas, trámites, muchos trámites, aguantan con enemas de cafeína, se desquitarían en sus descansos hablando por los pasillos si la oficina no fuese un espacio diáfano de amplias cristaleras, lo miran y no acaban de entender, no podrán terminar su trabajo, no llegarán a los objetivos que les marca su amado líder, el director, si los entretienen con charlas. El trajeado muchacho saca una camiseta de fútbol de la liga inglesa, no de primera división, de segunda, la mayoría no lo conocen, alguno de los más jóvenes ha leído algo sobre el equipo en cuestión en un periódico gratuito, pero nada más. En el pecho, la camiseta lleva el emblema de la empresa. “Estoy orgulloso de mi empresa de pertenecer a esta gran familia”. “¿Cómo será la familia de este señor?”, se pregunta una administrativa cincuentona.
Les hará escribir propósitos, frases hechas, cosas que les gusten de su empresa, “de nuestra empresa, de nuestro hogar”. Y a cada palabra, ellos (quizá no todos) se irán aburriendo y adormilando.
Él, cuando vuelva a la matriz de la multinacional, hará un informe: “Ha sido todo un éxito, se les veía motivados”. El curso que recibió en Inglaterra lo impartía un americano de New York, ¡cómo sabe esta gente!, ellos sí que saben motivar a los demás, saben cómo hacer que la gente sienta unos colores, los corporativos. Repartió unas pegatinas para que todos pegasen en sus mesas: “If you’re happy in your work, you will be happy in your life”. “El smile de la pegatina sonríe, vosotros tenéis que sonreír, somos grandes y estamos creciendo”. Sonrió como la carita sonriente de la pegatina y comenzó a aplaudir: “Gracias, sois geniales”. La cincuentona aplaude, sin ganas, desconcertada, ahora tiene informes acumulados… y nadie ha hablado de la motivación, del sueldo, piensa ella.
Cuando salga de la oficina se encenderá un cigarrillo, sabe que no debería fumar, pero ¿qué más da?, se irá a comer a casa, ayer hizo estofado, está mucho más rico de un día para otro. ¿Habrá llegado su hija? Tendrá que lavarle la boina, la ha llevado todo el invierno y no la ha lavado, la muy… pero no comerá con ella, tendrá que estudiar con la tablet, quizá comerá unas tortitas de arroz. Bueno, hará un brunch. Seguro que le gustará su pegatina, se la llevará.

1 comentario:

  1. Yo también me senté, hace ya algunos años, con mi gata en el regazo para leer "Como Acabar De una Vez Por Todas Con La Cultura", lectura que ciertamente me reportó grandes satisfacciones.
    Cuando era más joven, bastante más joven, más incorfomista, más rebelde y más sincera, pero no tan cínica como ahora, no tenía más elección que ir a cierto pueblo de vacaciones, digamos a un pueblo de la España profunda, muy profunda; Un día me dijo una pariente cercana, una Sra. por otra parte encantadora: "te han visto en el bar de fulanito fumando y bebiendo ...", a lo que yo le contesté: "¿y qué estaban haciendo en el bar todos aquellos que me han visto allí ...?".
    Creo, salvo alguna excepción que como nos enseñaban en el colegio, parece ser que confirma la regla..., en la frase que ha hecho recientemente famosa un personaje de una de serie de televisión: "la genética es una fuerza muy poderosa".
    Globalización ... entre otras cosas ... estamos derivando y delirando ... ah!! y por cierto ... ¿que tienes en contra de las tortitas de arroz ...?

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