Me senté con Frida retozando en
mi regazo a leer Cómo acabar de una vez por todas con la cultura de Woody
Allen y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
No es que eche de menos al
españolito de la boina que llegaba del pueblo a la ciudad, ese mal llamado
cateto de las películas españolas de antaño. El que llamaba a las muchachas “mozas”
y a los muchachos “zagales”. Era un tópico que nos ha perseguido durante años.
¿Los españoles? Vagos, borrachines y vividores. Y dentro de España cada comunidad
con su tópico en forma de cruz: los andaluces, los más vagos; los aragoneses,
unos brutos; los catalanes, tacaños, por supuesto.
Pero, por suerte, con el
paso de los años, quizá gracias a la apertura de España al mundo, los tópicos
se han ido disipando, nos hemos ido globalizando. Y ahora puedes ver por la
calle a chicas de pelo largo y lacio con una boina de cachemira al más puro
estilo francés, y fumando. Mi abuela decía que las mujeres que fumaban eran
putas, una opinión, supongo… Puedes ver a hombres trajeados, con americanas de
las tiendas más caras, camisas bien planchadas, corbatas delgadas y gafas de
sol de marca; caminan con la mano en el bolsillo, un vaso de papel con café
americano, aguado, y hablando por el manos libres a gritos, sonriendo; son
triunfadores, son hombres de negocios, como el personaje de Tom Cruise en Jerry Maguire.
Conozco a gente que, en lugar de
merendar un bocadillo de jamón, comen tortas de arroz, una suerte de círculo de
Porexpan insaboro e inodoro. Son modernos, no comen la grasa del jamón, beben
café americano, no les gustan películas como Los santos inocentes de Alfredo Landa y Francisco Raval, no
soportan que su madre no tenga watshapp
y que su padre aún lea el periódico en papel en lugar de en una tablet.
Algunos olvidan poco a poco su
idioma, palabras sueltas, no dicen fin de semana, dicen weekend; no hacen un descanso, hacen un break; no almuerzan, hacen un brunch,
y luego un lunch; cuando mandan un
correo electrónico, por supuesto lo que mandan es un mail; para informar a alguien de algo en el asunto del mismo, hacen
constar tres letras: FYI, que
significa for you information.
Los pequeños cargos intermedios
de las multinacionales viajan en avión o en trenes de alta velocidad para ir a
sucursales de su empresa en capitales de provincia, con sus trajes de marca,
sus barbas de dos días, que son la moda, y sus maletas de medidas exactas para
ser equipaje de mano, café americano, manos libres y a hablar a gritos. Son
grandes hombres, quizás cobran lo mismo que tú, pero ellos… ellos pueden
tomarse un café y pasarle la factura a la empresa, gente importante. Tienen un
master, quizá dos, de la Universidad de Columbia o de Washington DC, nunca de
la Universidad de Salamanca o de la Autónoma de Barcelona.
Creo que sería algo así: entran
en la oficina, aún hablando por el manos libres, aún mejor por el inalámbrico bluetooth, pasan de largo de la
recepcionista, bueno, quizá le guiñan un ojo, son triunfadores, ellas
comprenderán. Saludan alzando la taza de papel al director que está en su
despacho de cristal, le hacen entender que están atendiendo una llamada
importante y que en un instante estarán con él. El populacho, los trabajadores
en sus cubículos, lo miran: “¿Y este quién es?”, se preguntan. Él lo sabe, se
pavonea: “Soy importante, soy una pieza indispensable de la empresa, de la
multinacional, vengo de la sede de Birmingham, he recibido un curso de
motivación y de corporativismo, sé todo lo que hay que saber para que queráis y
améis el tinglado que hemos montado”. Por fin se saludan con el director,
parecen dos escorpiones en un círculo de fuego, a ambos les han sacado el
veneno, pero siguen luchando, son amigos y no lo son, la plebe los mira.
Se mete en un despacho, tarda en
salir, monta su paradita con papeles, carteles para escribir los nombres, su
ordenador portátil, su móvil de última generación, y todo lo paga la empresa.
Mira a través de la ventana, pero no mira el mar que hay al otro de los
edificios, mira su reflejo, se acomoda la corbata y el flequillo que cae sobre
su frente, casual.
“Me llamo fulanito, acabo de
llegar de Birmingham…”. El vulgo lo mira, están cansados, han entrado temprano,
las llamadas no han dejado de entrar en sus pantallas, trámites, muchos trámites,
aguantan con enemas de cafeína, se desquitarían en sus descansos hablando por
los pasillos si la oficina no fuese un espacio diáfano de amplias cristaleras,
lo miran y no acaban de entender, no podrán terminar su trabajo, no llegarán a
los objetivos que les marca su amado líder, el director, si los entretienen con
charlas. El trajeado muchacho saca una camiseta de fútbol de la liga inglesa,
no de primera división, de segunda, la mayoría no lo conocen, alguno de los más
jóvenes ha leído algo sobre el equipo en cuestión en un periódico gratuito, pero
nada más. En el pecho, la camiseta lleva el emblema de la empresa. “Estoy
orgulloso de mi empresa de pertenecer a esta gran familia”. “¿Cómo será la
familia de este señor?”, se pregunta una administrativa cincuentona.
Les hará escribir propósitos,
frases hechas, cosas que les gusten de su empresa, “de nuestra empresa, de
nuestro hogar”. Y a cada palabra, ellos (quizá no todos) se irán aburriendo y
adormilando.
Él, cuando vuelva a la matriz de
la multinacional, hará un informe: “Ha sido todo un éxito, se les veía
motivados”. El curso que recibió en Inglaterra lo impartía un americano de New York, ¡cómo sabe esta gente!, ellos
sí que saben motivar a los demás, saben cómo hacer que la gente sienta unos
colores, los corporativos. Repartió unas pegatinas para que todos pegasen en
sus mesas: “If you’re happy in your work, you will be happy in your life”. “El smile de la pegatina sonríe, vosotros
tenéis que sonreír, somos grandes y estamos creciendo”. Sonrió como la carita
sonriente de la pegatina y comenzó a aplaudir: “Gracias, sois geniales”. La
cincuentona aplaude, sin ganas, desconcertada, ahora tiene informes acumulados…
y nadie ha hablado de la motivación, del sueldo, piensa ella.
Cuando salga de la oficina se
encenderá un cigarrillo, sabe que no debería fumar, pero ¿qué más da?, se irá a
comer a casa, ayer hizo estofado, está mucho más rico de un día para otro.
¿Habrá llegado su hija? Tendrá que lavarle la boina, la ha llevado todo el
invierno y no la ha lavado, la muy… pero no comerá con ella, tendrá que estudiar
con la tablet, quizá comerá unas tortitas
de arroz. Bueno, hará un brunch. Seguro
que le gustará su pegatina, se la llevará.
Yo también me senté, hace ya algunos años, con mi gata en el regazo para leer "Como Acabar De una Vez Por Todas Con La Cultura", lectura que ciertamente me reportó grandes satisfacciones.
ResponderEliminarCuando era más joven, bastante más joven, más incorfomista, más rebelde y más sincera, pero no tan cínica como ahora, no tenía más elección que ir a cierto pueblo de vacaciones, digamos a un pueblo de la España profunda, muy profunda; Un día me dijo una pariente cercana, una Sra. por otra parte encantadora: "te han visto en el bar de fulanito fumando y bebiendo ...", a lo que yo le contesté: "¿y qué estaban haciendo en el bar todos aquellos que me han visto allí ...?".
Creo, salvo alguna excepción que como nos enseñaban en el colegio, parece ser que confirma la regla..., en la frase que ha hecho recientemente famosa un personaje de una de serie de televisión: "la genética es una fuerza muy poderosa".
Globalización ... entre otras cosas ... estamos derivando y delirando ... ah!! y por cierto ... ¿que tienes en contra de las tortitas de arroz ...?