Me senté con Frida retozando en
mi regazo a leer Residencia en la tierra de Pablo Neruda y, mientras lo
ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
Internet tiene un sinfín de
posibilidades, unas buenas y otras no tanto. Puedes encontrar en un santiamén
la información que quieras prácticamente sobre cualquier tema y eso puede ser
bueno o malo, depende de cómo lo utilices. Por ejemplo, cuando Frida cogió su
primer y último celo, al principio, como dueños de mascotas primerizos, no
sabíamos exactamente qué sucedía; digo al principio porque con los días el
comportamiento era más que evidente. Cuando una hembra pone el culo en pompa,
aparta la cola para abrir camino y te mira con ojos de deseo sólo puede
significar una cosa. Pero al principio dudábamos, así que Gal·la se metió en
Internet y buscó; cientos de foros y páginas le dieron una respuesta rápida y
útil.
En el caso que acabo de explicar,
Internet nos fue bastante útil. ¿Pero qué sucede cuando el que busca respuestas
en Internet es un hipocondríaco? Igual que alambre de espino y consolador,
exnovia y fiesta sorpresa, Faustino I y Coca-Cola, hipocondríaco e Internet son
combinaciones que nunca pueden terminar bien.
Da la casualidad que sé
perfectamente de qué hablo, vivo con una hipocondríaca. Históricamente, los
hombres de mi familia hemos desconfiado de los médicos, siempre que hemos ido
por una u otra dolencia nos han encontrado algo más, como un buen mecánico:
“¿La junta de la trócola? Por supuesto, pero también se le ha acumulado
carbonilla en el turbocompresor y por supuesto habrá que cambiar los colectores
de admisión”. Así que lo que hacemos es ir lo menos posible al médico,
aguantamos el dolor, nos automedicamos, utilizamos remedios caseros, cualquier
artimaña será usada con tal de no acudir a la consulta del matasanos. Para que
os hagáis una idea: estaba un día comiendo con mi padre, y cuando como con mi
padre no se trata de un ligero piscolabis, se trata de imaginar que mañana se
acaba el mundo; pues bien, terminamos de comer y yo veía que mi padre hacía
cosas raras, movimientos extraños, pero no más de lo normal, así que cuando
terminamos de comer y de apurar la botella de tinto, se limpió cuidadosamente
los labios con la servilleta y, como si se tratase de un duque inglés cargado
de flema, dijo: “¿Me acompañas a urgencias? Creo que estoy teniendo un
infarto”. Así somos en casa. Pero tranquilizaos, papá está bien, simplemente
comimos demasiado.
El hipocondríaco es aquella
persona que de forma infundada cree que sufre una enfermedad grave. Y es
habitual que llegue a casa y vea a Gal·la envuelta en una manta y aferrada al
termómetro como si este fuese la fuente de la vida. “Estoy enferma”, dice,
“Tengo fiebre y temblores”. Yo la miro aún con la chaqueta puesta y ella
continúa: “Puede ser triquinosis”. ¡Triquinosis, nada menos! Ni un catarro, ni
gripe, triquinosis. Por supuesto cree eso porque lo ha leído en Internet, es
necesario que pongas dos síntomas en cualquier buscador y este encontrará
cientos de enfermedades que comienzan igual, pero ella siempre elije o bien
enfermedades tropicales o pandemias que se extinguieron en el siglo xviii. Un día espero llegar a casa y que
me pregunte: “¿Sabes dónde puedo comprar sanguijuelas? He leído que la
inflamación de la rodilla me bajará si me hago una sangría”.
Por suerte, Gal·la es una
hipocondríaca con una memoria selectiva, es decir, puedo llegar a casa y encontrarme
con que ella está convencida de que tiene el ébola. Entonces le propongo que hablemos
del tema y abramos una botella de vino, eso ya la hace mejorar sensiblemente,
con los primeros sorbos una sonrisa se le dibuja en la cara y a la primera copa
la manta ya está olvidada. “¿Quieres que para cenar pidamos chino?”. El ébola
ha desaparecido y da saltos por el pasillo bailando con Frida, soy un médico
extraordinario. Hay varios métodos que el que vive con un hipocondríaco debe
seguir: principalmente, nunca se le debe preguntar cómo se encuentra, es un
error gravísimo, el paciente recordará automáticamente que estaba gravemente
enfermo y el drama volverá a empezar. Otro paso importante es no compartir los
momentos de delirio y no buscar con él o ella en Internet: cuatro ojos ven más
que dos y uno se mete tanto en el papel que incluso encontrará enfermedades más
jodidas que las que encuentra el propio enfermo imaginario.
Pero hay algo que uno nunca debe
olvidar, un hecho importantísimo del tratamiento contra la hipocondría, un
error que suele cometer el novato. Nunca, bajo ningún concepto, se debe
permitir que el “enfermo” se comunique con su madre. La sal es un potenciador
de los sabores, la madre es un potenciador de enfermedades. Es una enciclopedia
mucho más nutrida que Internet, tiene un registro de enfermedades que van desde
las paperas hasta la solitaria. Según el tipo de fiebre, el color de los mocos
y el tiempo entre estornudos puede determinar la enfermedad y, partiendo de la
base que la mayoría de veces el hipocondríaco no tiene ni fiebre, ni estornudos,
ni mocos y debe inventar los síntomas, el diagnóstico será erróneo. Así que te
verás obligado, si no quieres una dura reprimenda de tu suegra, a preparar
cataplasmas con miel, aceite de oliva y romero, infusiones de tomillo y cáscara
de limón y arroz hervido con zanahoria. Sustancias que deberás obligar al
enfermo a tomarse, pues, además de poseer una gran imaginación para las
enfermedades, tiene una aversión para los remedios que supuestamente le
ayudarán a mejorar su estado de salud. Por supuesto esto te lleva a una simple
conclusión, no están enfermos, pero desistid, nunca podréis convencerlos, sólo
hay una solución: vino y comida china.
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