jueves, 7 de marzo de 2013

CONSOLADOR Y ALAMBRE DE ESPINO



Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer Residencia en la tierra de Pablo Neruda y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
Internet tiene un sinfín de posibilidades, unas buenas y otras no tanto. Puedes encontrar en un santiamén la información que quieras prácticamente sobre cualquier tema y eso puede ser bueno o malo, depende de cómo lo utilices. Por ejemplo, cuando Frida cogió su primer y último celo, al principio, como dueños de mascotas primerizos, no sabíamos exactamente qué sucedía; digo al principio porque con los días el comportamiento era más que evidente. Cuando una hembra pone el culo en pompa, aparta la cola para abrir camino y te mira con ojos de deseo sólo puede significar una cosa. Pero al principio dudábamos, así que Gal·la se metió en Internet y buscó; cientos de foros y páginas le dieron una respuesta rápida y útil.

En el caso que acabo de explicar, Internet nos fue bastante útil. ¿Pero qué sucede cuando el que busca respuestas en Internet es un hipocondríaco? Igual que alambre de espino y consolador, exnovia y fiesta sorpresa, Faustino I y Coca-Cola, hipocondríaco e Internet son combinaciones que nunca pueden terminar bien.
Da la casualidad que sé perfectamente de qué hablo, vivo con una hipocondríaca. Históricamente, los hombres de mi familia hemos desconfiado de los médicos, siempre que hemos ido por una u otra dolencia nos han encontrado algo más, como un buen mecánico: “¿La junta de la trócola? Por supuesto, pero también se le ha acumulado carbonilla en el turbocompresor y por supuesto habrá que cambiar los colectores de admisión”. Así que lo que hacemos es ir lo menos posible al médico, aguantamos el dolor, nos automedicamos, utilizamos remedios caseros, cualquier artimaña será usada con tal de no acudir a la consulta del matasanos. Para que os hagáis una idea: estaba un día comiendo con mi padre, y cuando como con mi padre no se trata de un ligero piscolabis, se trata de imaginar que mañana se acaba el mundo; pues bien, terminamos de comer y yo veía que mi padre hacía cosas raras, movimientos extraños, pero no más de lo normal, así que cuando terminamos de comer y de apurar la botella de tinto, se limpió cuidadosamente los labios con la servilleta y, como si se tratase de un duque inglés cargado de flema, dijo: “¿Me acompañas a urgencias? Creo que estoy teniendo un infarto”. Así somos en casa. Pero tranquilizaos, papá está bien, simplemente comimos demasiado.
El hipocondríaco es aquella persona que de forma infundada cree que sufre una enfermedad grave. Y es habitual que llegue a casa y vea a Gal·la envuelta en una manta y aferrada al termómetro como si este fuese la fuente de la vida. “Estoy enferma”, dice, “Tengo fiebre y temblores”. Yo la miro aún con la chaqueta puesta y ella continúa: “Puede ser triquinosis”. ¡Triquinosis, nada menos! Ni un catarro, ni gripe, triquinosis. Por supuesto cree eso porque lo ha leído en Internet, es necesario que pongas dos síntomas en cualquier buscador y este encontrará cientos de enfermedades que comienzan igual, pero ella siempre elije o bien enfermedades tropicales o pandemias que se extinguieron en el siglo xviii. Un día espero llegar a casa y que me pregunte: “¿Sabes dónde puedo comprar sanguijuelas? He leído que la inflamación de la rodilla me bajará si me hago una sangría”.
Por suerte, Gal·la es una hipocondríaca con una memoria selectiva, es decir, puedo llegar a casa y encontrarme con que ella está convencida de que tiene el ébola. Entonces le propongo que hablemos del tema y abramos una botella de vino, eso ya la hace mejorar sensiblemente, con los primeros sorbos una sonrisa se le dibuja en la cara y a la primera copa la manta ya está olvidada. “¿Quieres que para cenar pidamos chino?”. El ébola ha desaparecido y da saltos por el pasillo bailando con Frida, soy un médico extraordinario. Hay varios métodos que el que vive con un hipocondríaco debe seguir: principalmente, nunca se le debe preguntar cómo se encuentra, es un error gravísimo, el paciente recordará automáticamente que estaba gravemente enfermo y el drama volverá a empezar. Otro paso importante es no compartir los momentos de delirio y no buscar con él o ella en Internet: cuatro ojos ven más que dos y uno se mete tanto en el papel que incluso encontrará enfermedades más jodidas que las que encuentra el propio enfermo imaginario.
Pero hay algo que uno nunca debe olvidar, un hecho importantísimo del tratamiento contra la hipocondría, un error que suele cometer el novato. Nunca, bajo ningún concepto, se debe permitir que el “enfermo” se comunique con su madre. La sal es un potenciador de los sabores, la madre es un potenciador de enfermedades. Es una enciclopedia mucho más nutrida que Internet, tiene un registro de enfermedades que van desde las paperas hasta la solitaria. Según el tipo de fiebre, el color de los mocos y el tiempo entre estornudos puede determinar la enfermedad y, partiendo de la base que la mayoría de veces el hipocondríaco no tiene ni fiebre, ni estornudos, ni mocos y debe inventar los síntomas, el diagnóstico será erróneo. Así que te verás obligado, si no quieres una dura reprimenda de tu suegra, a preparar cataplasmas con miel, aceite de oliva y romero, infusiones de tomillo y cáscara de limón y arroz hervido con zanahoria. Sustancias que deberás obligar al enfermo a tomarse, pues, además de poseer una gran imaginación para las enfermedades, tiene una aversión para los remedios que supuestamente le ayudarán a mejorar su estado de salud. Por supuesto esto te lleva a una simple conclusión, no están enfermos, pero desistid, nunca podréis convencerlos, sólo hay una solución: vino y comida china.

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