jueves, 14 de noviembre de 2013

DEBER DE CIUDADANO

Me desperté por la mañana con un solo pensamiento, con el mismo pensamiento de cada día, tomar mi dosis de cafeína acompañada de mi dosis de nicotina. Salí a la terraza con el cigarrillo entre los dientes y una taza de café negro en la mano, me senté junto a un ficus que gracias a mis escasas, más bien inexistentes, dotes como jardinero se debatía entre la vida y la muerte.

Frente a mí una torre de colores apagada, antes se encendía por las noches, pero ahora, permanece fundida las veinticuatro horas, se alza ante mi como recuerdo de un pasado que se nos antojó glorioso, así quisieron hacérnoslo creer. Un camión quemado, aún humeante yace como un cadáver en la carretera, en realidad junto a un cadáver, parece una chica joven, tumbada en una ridícula posición, envuelta en hojas secas y en sangre, aparto la vista. No es el primero que veo, cuando logré reunir fuerzas para bajar a la calle a comprar suministros tuve que sortear el cadáver de una anciana tirada sobre un carro de la compra, vacío evidentemente. La policía ya no recoge sus cadáveres, ya no recogen lo que siembran.
Me enciendo otro cigarrillo, compré cuatro cartones, y dos latas de tabaco de liar antes de comenzase la escases, antes del racionamiento, antes de que las nubes se instalaran definitivamente sobre nosotros. Sorbo el café y me siento en el sofá, prendo el televisor y por costumbre, comienza el ir y venir por los canales, antes llenos de entretenimiento fatuo  hoy vacíos hasta de circo, la neblina de canales pasa hasta llegar al canal oficial, un desfile, quizá una comparecencia de prensa, si a una pantalla de plasma con un dictado se le puede llamar comparecencia. Anuncian la repetición de un partido de fútbol, uno antiguo, están intentando restaurar la liga, después de los incidentes de hace dos meses que paralizaron el torneo, pero por ahora deben repetir partidos de los que ya sabemos los resultados.
Suena el timbre, oigo pasos en el rellano, un grito y un par de golpes, me acerco a la mirilla y ya empezamos de nuevo, a alguien buscarán. Abro la puerta, rebusco en la chaqueta que cuelga de la pared mi documentación. Se la entrego y me mira como miran a todo el mundo, con asco y con odio. Terroristas, anarco – terroristas, insurgentes, antes los llamaban parados. Retiraron las prestaciones, los subsidios, las pagas y los coches comenzaron a arder, ardían coches, camiones, contenedores y locales, le llaman terrorismo. Me mira fijo a la cara y revisa mi documentación. Me apoya la mano en el pecho y me mete dentro de casa, él mismo cierra la puerta, sin separar la otra mano de la culata de su pistola.

El café ya está frío, salgo a la terraza, oigo otro grito, un mujer grita, un chaval corre junto al esqueleto humeante y junto al cadáver, suena un trueno, el muchacho cae desplomado, naturaleza muerta, cae cerca del ya existente, un charco de sangre y comienza la cantinela de cada día, los altavoces empienzan a sonar: “Todo aquel que esconda en su casa a algún terrorista será tratado como un terrorista, si conoce el paradero de cualquier insurgente su deber como ciudadano es informar a las autoridades”. Insurgentes dicen,  antes eran sólo seis millones, ahora y antes… ¿quién no tiene un insurgente en su casa?

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