Me desperté por la mañana con un solo pensamiento, con el
mismo pensamiento de cada día, tomar mi dosis de cafeína acompañada de mi dosis
de nicotina. Salí a la terraza con el cigarrillo entre los dientes y una taza
de café negro en la mano, me senté junto a un ficus que gracias a mis escasas,
más bien inexistentes, dotes como jardinero se debatía entre la vida y la
muerte.
Frente a mí una torre de colores apagada, antes se encendía
por las noches, pero ahora, permanece fundida las veinticuatro horas, se alza
ante mi como recuerdo de un pasado que se nos antojó glorioso, así quisieron
hacérnoslo creer. Un camión quemado, aún humeante yace como un cadáver en la
carretera, en realidad junto a un cadáver, parece una chica joven, tumbada en
una ridícula posición, envuelta en hojas secas y en sangre, aparto la vista. No
es el primero que veo, cuando logré reunir fuerzas para bajar a la calle a
comprar suministros tuve que sortear el cadáver de una anciana tirada sobre un
carro de la compra, vacío evidentemente. La policía ya no recoge sus cadáveres,
ya no recogen lo que siembran.
Me enciendo otro cigarrillo, compré cuatro cartones, y dos
latas de tabaco de liar antes de comenzase la escases, antes del racionamiento,
antes de que las nubes se instalaran definitivamente sobre nosotros. Sorbo el
café y me siento en el sofá, prendo el televisor y por costumbre, comienza el
ir y venir por los canales, antes llenos de entretenimiento fatuo hoy vacíos hasta de circo, la neblina de
canales pasa hasta llegar al canal oficial, un desfile, quizá una comparecencia
de prensa, si a una pantalla de plasma con un dictado se le puede llamar
comparecencia. Anuncian la repetición de un partido de fútbol, uno antiguo,
están intentando restaurar la liga, después de los incidentes de hace dos meses
que paralizaron el torneo, pero por ahora deben repetir partidos de los que ya
sabemos los resultados.
Suena el timbre, oigo pasos en el rellano, un grito y un par
de golpes, me acerco a la mirilla y ya empezamos de nuevo, a alguien buscarán.
Abro la puerta, rebusco en la chaqueta que cuelga de la pared mi documentación.
Se la entrego y me mira como miran a todo el mundo, con asco y con odio.
Terroristas, anarco – terroristas, insurgentes, antes los llamaban parados.
Retiraron las prestaciones, los subsidios, las pagas y los coches comenzaron a
arder, ardían coches, camiones, contenedores y locales, le llaman terrorismo.
Me mira fijo a la cara y revisa mi documentación. Me apoya la mano en el pecho
y me mete dentro de casa, él mismo cierra la puerta, sin separar la otra mano
de la culata de su pistola.
El café ya está frío, salgo a la terraza, oigo otro grito,
un mujer grita, un chaval corre junto al esqueleto humeante y junto al cadáver,
suena un trueno, el muchacho cae desplomado, naturaleza muerta, cae cerca del
ya existente, un charco de sangre y comienza la cantinela de cada día, los
altavoces empienzan a sonar: “Todo aquel que esconda en su casa a algún
terrorista será tratado como un terrorista, si conoce el paradero de cualquier
insurgente su deber como ciudadano es informar a las autoridades”. Insurgentes
dicen, antes eran sólo seis millones,
ahora y antes… ¿quién no tiene un insurgente en su casa?
No hay comentarios:
Publicar un comentario