Me dijo que durante tres semanas había convivido con una
tropa de élite del ejército israelí y que durante ese periodo había sido
adiestrado por auténticos maestros en un arte marcial llamado kravmagá. Lo comentaba mientras con la
mano derecha retorcía mi muñeca derecha, con la rodilla izquierda presionaba mi
nuca contra el suelo y con la restante mano zurda había acertado con índice y
anular y tiraba hacía atrás de mis orificios nasales. Así es como el único acto
de valentía tras toda una vida de cobardía fue frustrado por un televisivo
héroe navarro, Paternain me tenía inmovilizado contra el suelo.
Resumiré para conducirles a lo que nos lleva al núcleo de mi
desafortunada aventura en el sótano de un multimillonario excéntrico. Una vez
la elocuencia ―y por supuesto una firme
promesa de machacarme la caja torácica a pisotones― de Paternain me hizo
recapacitar, Rocagrossa nos reunió alrededor de la mesa y nos explicó las bases
de esa suerte de concurso, a saber:
En primer lugar nadie podría abandonar el recinto hasta
pasados los siete días, y aún que ese fuera nuestro deseo nos sería imposible,
pues Alesky tenía la orden, y la cumpliría, de no abrir hasta que la semana
concluyese. En segundo lugar nos despojaríamos de nuestras ropas y vestiríamos
con la ropa que podríamos encontrar bajo las almohadas de nuestras camas, más
tarde comprobé que se trataba de un pantalón beis, una camiseta blanca y un
fino suéter también blanco. En tercer y último lugar, deberíamos escribir un
diario de lo que nos pasara por la cabeza, y nos hizo entrega de libretas y
bolígrafos.
Ciertas dudas nos fueron resueltas a medida que pasaban las
horas, el tema del retrete, pues yo sufría por mi intimidad, se solucionó de
inmediato, no teníamos intimidad, así de sencillo. Dormimos como se debería
dormir en el servicio militar, servicio que no presté gracias a un tremendo
caso de pies planos y a una columna retorcida como la mente de un político,
pero imagino que se debía dormir como nosotros lo hicimos, uno al lado del otro
escuchando la respiración de nuestros compañeros.
La primera noche me desperté con el sobresalto de
encontrarme una sombra a mi lado, era Paternain, “Deja de roncar o te retorceré
el pescuezo como a un ganso”, y una vez más me convenció pues dormí del tirón y
por lo que pude saber, ya que no fui despertado en más ocasiones, sin un solo
ronquido.
A la mañana del siguiente día, todos teníamos curiosidad por
saber que sucedería con la comida, pues no había alacena, ni frigorífico a la
vista. Sucedió que tras una roca, que resultó ser falsa había una portezuela
que escondía un diminuto ascensor, un montacargas como el de los restaurantes.
Puntual, Alesky nos haría bajar el desayuno, la comida y la cena, y así fue,
apareció un canasto, con fruta, queso fresco, un termo con café, otro con
leche, varias botellas de agua, vasos y cubiertos.
Desayunamos en silencio, salvo algún comentario de Paternain
o alguna pregunta en danés de Michele, que parecía que se había adaptado a la
perfección, había perdido a mi aliada ante el estupor de la situación.
―Hora de escribir ―dijo Rocagrossa, recogiendo la mesa y
sacándome la taza de café que aún no había terminado.
Colocaron sus libretas sobre la mesa y todos, obedientes,
comenzaron a dar rienda suelta a sus sentimientos. Tenía delito que él único
que no escribía nada fuese yo, el único que aparentemente tenía que escribir,
el que pretendía dedicar su vida a las letras y ahí me tenían, con una libreta,
un bolígrafo y el eterno enemigo del escritor, la página en blanco. Así que
como mis sentimientos estaban totalmente bloqueados, no sentía absolutamente
nada, me puse a escribir sobre lo primero que se me vino a la cabeza, es decir,
los humedales. Hoy puedo decir, ya que conservo la libreta, que el cuento es
bastante decente o por lo menos no es de lo peor que he escrito.
Los días pasaron con cierta normalidad, Claudia estaba
irreconocible, al igual que Rocagrossa no paraba de observarnos y tomar nota, y
una vez más parecía que yo era el único que se sentía incómodo. Le pregunté a
Claudia que opinaba de esa situación y me respondió con una palabra,
“Fascinante”, esa fue una de las pocas palabras que intercambié con ella
durante esos días, aparentemente la había perdido para siempre, o por lo menos
hasta que viniese llorando a mis brazos como solía suceder. En cuanto a Michele
se dedicaba a cantar canciones típicas danesas que todos escuchaban con
entusiasmo, cada día nos sorprendía con alguna nueva y esa era una de nuestras
mayores distracciones, esa y ver como Mario y Ricardo practicaban capoeira, espectáculo que a me
desagradaba hasta límites insospechados pero que, obviamente, a las muchachas
les encantaba.
Llegó el quinto día y con él un hecho que cambió nuestra
rutina para algunos apasionante, para otros ―es decir, sólo yo― una larga y
lenta agonía. La comida no llegó, habíamos desayunado puntualmente, fruta,
queso, etc. Pero llegada la hora de comer, el montacargas apareció vacío. Mario
interpretó que debía tratarse del típico error que comenten los mayordomos cada
treinta años, así que devolvió el montacargas para que este apareciese
nuevamente vacío.
―¿Pero qué coño…? ―Dije
―¡Silencio! ―Ordenó Mario Rocagrossa― Debe tratarse de… de…
un error obviamente ―introdujo la cabeza en el montacargas y gritó― ¡Aleksy!,
¿Aleksy estás ahí?
―Debe tratarse de una broma ―dijo el Navarro.
Yo lo miré con media sonrisa y dije:
―¿Tú has visto bien a ese ser? Ese hombre no tiene ningún
tipo de sentido del humor, ni bueno ni malo, simplemente no lo tiene.
―Tiene razón ―dijo regalándome por primera vez algo parecido
a un alago el dueño de la casa― Aleksy no sabe gastar bromas.
―Pues para no saber nos está gastando una y de muy mal
gusto, por cierto.
Sucedió, como era de esperar que la cena tampoco apareció, así
como el desayuno de la mañana siguiente y evidentemente ninguno de las
restantes comidas. Y ahí fue donde yo tuve algo a favor que los demás no
tenían, podía pasar días sin comer, era una extraña práctica que tienen ciertos
escritores compulsivos, cuando se enfrascan en un torbellino literario suelen
olvidarse de comer. Ocupé el tiempo en
escribir, fui puliendo frases de mi relato de los humedales, dándole vueltas a
ideas que me venían a la cabeza y así se durmieron mis compañeros y yo seguí
escribiendo. Debían de ser las tres de la mañana, más o menos cuando en la
oscuridad de la bodega escuche un ruido, y no fue la respiración de los
durmientes, era un ruido extraño, como el de una uña arañando una pared, un
serruchar muy débil, dejé de escribir y presté atención. En la sala sólo estaba encendida una pequeña
lámpara sobre la mesa, la que yo utilizaba para alumbrarme mientras escribía,
me levanté muy lentamente y el ruido desapareció, me mantuve en silencio y
quieto durante unos minutos y el ruido reapareció, procedía de las camas.
―¡Ahí hay algo! ―grité como un loco.
El revuelto fue notorio, se encendió la luz de pronto y
todos me observaron, se miraron los unos
a los otros y yo seguía de pie, frente a la mesa señalando hacia… hacia
Mario Rocagrossa.
―¿Qué era ese ruido? ―pregunté.
―¿Qué ruido? ―dijo Claudia.
Me acerqué hacía las camas y miré detenidamente.
―¿No lo escuchabais? Era como… como… ―Me detuve en seco,
miré a Rocagrossa y él me miró a mí.
Me humedecí los labios y me acerqué a él.
―¿Tú no has oído nada Mario?
―Oye, ¿por qué no nos dejas dormir en paz?
―¿Qué es eso?, ¿Qué escondes debajo de las sábanas?
En efecto tenía las manos metidas bajo las sábanas y sólo
asomaba la cabeza, fue entonces cuando los demás comenzaron a prestarme
atención. Mario comenzó a ponerse nervioso, la frente se le perló de sudor. De
pronto Paternain se levantó como empujado por un resorte.
―Mario, como eso que escondas sea lo que yo creo que es te
daré una paliza de órdago.
―¿Pero qué coño estás diciendo Ricardo? Tú mamarracho, ¿por
qué malmetes? ―me dijo.
―Yo no malmeto, sólo quiero saber qué es lo que escondes
bajo las sábanas.
El impetuoso Ricardo se lanzó sobre Mario que respondió a la
envestida alzando una pierna, Paternain cayó sobre él como un toro de lidia,
con la cabeza por delante y ambos rodaron hasta el suelo. Paternain, Rocagrossa
y la sábana, todos hechos un ovillo sobre el suelo. El silencio se apoderó de
la bodega, bajo las sábanas había, como por algún motivo, quizá todos, quizá
sólo yo, esperábamos, chocolatinas y papeles de chocolatinas esparcidos por el
colchón.
―¡Será hijo puta! ¿De dónde coño has sacado eso? ―Paternain
le propinó un sonoro puñetazo y la trifulca comenzó de nuevo.
Las muchachas se levantaron y se colocaron tras de mí, nunca
jamás ninguna mujer había interpretado que colocarse a mis espaldas podía
suponer ni siquiera una piza de seguridad, así que me sentí alagado. Mientras,
los machos cabríos seguían golpeándose de lo lindo.
―Tu no lo entiendes ―decía Mario―forma parte del
experimento.
―Forma parte de mis cojones ―le respondía elocuentemente
Partenain.
Y vuelta al ruedo, puñetazos y patadas, zancadillas y agarrones,
arañazos y mordiscos. Partenain aprovechó un descuido para sujetar desde la
retaguardia a Mario, lo asió por la cintura y lo levantó del suelo, esa misma
llave la había visto hacer cientos de veces, era un súplex, toda una infancia viendo Pressing Catch había servido para algo. Había servido para
identificar una llave de lucha, en una pelea sin reglas entre un gigoló y un
aventurero televisivo en un sótano de una mansión… mi madre estaría orgullosa.
Paternain alzó al Mario y dejándose caer de espaldas hizo que su cabeza
golpease contra la mesa, sonó como deben sonar estas cosas, jodidas, tan
jodidas que no pude hacer otra cosa que intentar vomitar, acción que fue
frustrada por no tener nada en el estómago.
Rocagrossa convulsionaba en el suelo, como un conejo herido
de muerte. Primero movía los brazos de forma enloquecida, estos dejaron paso a
la pelvis y por último un par de movimientos de pierna y…
El luchador Navarro se acercó al catre de Rocagrossa y cogió
una chocolatina, le arrancó el envoltorio de un mordisco y comenzó a comer
mientras nos miraba. Masticaba lentamente, saboreando el premio y señaló el
cuerpo de Mario con la mano extendida sujetando el chocolate y dijo:
―Me lo he cargado.
Continuará…
No hay comentarios:
Publicar un comentario