viernes, 1 de febrero de 2013

MININOS ASESINOS


Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer Llamadas telefónicas de Roberto Bolaño y, mientas lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar...
Recientemente el economista Gareth Morgan ha dicho que se debería acabar con todos los gatos domésticos de Nueva Zelanda. El artículo en cuestión decía que: "Deben ser drásticamente reducidos por ser asesinos natos". Cuando lo leí, me quedé en silencio, me levanté poco a poco, fui al comedor y ahí estaba Frida, tumbada en el sofá, lamiéndose la entrepierna. Ya no supe que pensar, ¿estaba disfrutando de un placentero baño o estaba maquinando algo?

El tal Morgan decía que los mininos amenazaban las aves autóctonas de su país y que por eso hay que erradicarlos a todos. Miré durante un instante más a Frida y retrocedí sin perderla de vista; antes de tomar ninguna decisión tenía que investigar a fondo el tema, pero, por si acaso, cerré la puerta del despacho y también la ventana por donde se cuela normalmente.
Nuestra amada Wikipedia indica que son tres los principales pájaros autóctonos de Nueva Zelanda: el kiwi, el kazako y el takahe. Pensé en si Frida podía matar a este tipo de pájaros y, a pesar de sus picos y demás armas, concluí que era posible que, con insistencia y maña, mi gata pudiese terminar fácilmente con la vida de estas aves. Se me ocurrió que quizás en las plazas de Wellington, la capital de Nueva Zelanda, los abuelos daban de comer a kiwis en lugar de a palomas como hacemos en este hemisferio.
Además de estos pequeños seres alados, en Nueva Zelanda hay más fauna, entre ella se encuentran animales como un reptil llamado el fósil viviente tuátara, el insecto weta (que puede alcanzar los diez centímetros), dos tipos distintos de murciélagos, el Opossum o Zarigüeya, y otros muchos. Toda esta información, aunque detallada, la conseguí en diez minutos navegando por la red. Si yo había conseguido esta información, imagino que Morgan también la podría conseguir fácilmente, aún así este buen hombre, sabiendo que en su país existen dinosaurios como el tuátara, dos tipos distintos de murciélagos, insectos gigantes como el weta y zarigüeyas, ha decidido que a los kiwis se los comen los gatos. ¡Brillante trabajo, señor Morgan!
En un país donde existe un insecto que puede medir hasta diez malditos centímetros, el culpable de la muerte de los pájaros es el gato. Lo siento, pero me ha impresionado mucho que existan este tipo de insectos. Pienso en el escándalo que arma Gal·la cuando entra un moscardón verde por la ventana, gritando y corriendo por toda la casa. Si entrase un weta, tendría que internarla en un frenopático. Se dice que este tipo de insectos puede ser violento, que el macho si se siente amenazado ataca con sus patas delanteras plagadas de espinas. Un insecto gigante con espinas en las patas que resulta que es violento, y yo tengo que temer a mi gato. ¡Vamos hombre, no me jodas!
Abrí ventana y puerta y me quedé tranquilo; mi gata no era una asesina, quizá tiene el instinto de caza, pero, al fin y al cabo, es un felino.
Ya he comentado en otra ocasión que durante un tiempo trabajé de conserje en la zona alta de Barcelona, entre algunas de mis tareas estaba la de patrullar el edificio comprobando, tres veces cada noche, que todo estuviese en orden. Dentro del recorrido de inspección se encontraba la azotea, donde había dos piscinas con sus tumbonas y su césped. Una mañana, a punto de terminar mi jornada, subí a la terraza y pude ver una escena repugnante. Había ahí dos enormes, y cuando digo enormes me refiero a inmensas, gaviotas; los animalitos estaban comiendo y yo les interrumpí. ¡Se estaban comiendo cuatro palomas! Las tenían ahí, muertas en el suelo y les comían las tripas y, con turbulentos movimientos de cuello, arrancaban carne y plumas. Se quedaron inmóviles, levantaron la cabeza y por un momento pensé en una película de zombis, cuando un par de muertos vivientes devoran un cadáver y son sorprendidos en el festín. Al verse descubiertas, lejos de alzar el vuelo y huir, defendieron su botín, abrieron las alas y graznaron como locas. Obviamente, a mí las palomas me traen sin cuidado y no defendí sus cuerpos inertes, cerré la puerta cortafuegos y esperé tranquilamente a que las gaviotas terminasen el piscolabis. Cuando volví a abrir la puerta, las gaviotas ya no estaban, en su lugar habían dejado los cuerpos de las palomas, y pude observar como sólo se habían comido las pechugas. ¡Exquisitas, las gaviotas!
Así que, una vez más, observé a Frida y, sinceramente, me costó muchísimo imaginármela acechando a una gaviota indefensa. De todas formas, las gaviotas, por ahora, con su plumaje blanco y pico naranja, lucen sanas, es decir, que podrían parecer comestibles para un gato, pero no imagino a mi gata cazando palomas. Según qué marca de comida ni la prueba, imposible pensar que se comiera una paloma, una suerte de roedor sarnoso con plumas sucias y pinta de enfermo; ni se acercaría, mi gata aristocrática no se junta con según qué animales.
Dicho esto, no me queda más que decirle a Gareth Morgan, aunque dudo que frecuente mi blog, que no creo que un gatito pueda hacerle nada a él o a sus pájaros, pero si yo estuviese en su pellejo y viviese en un pueblecito de Nueva Zelanda miraría constantemente debajo de la cama, debajo del coche, y me aseguraría mirando por la ventana antes de salir de casa. Señor Morgan, no se asuste, no le estoy amenazando, no tengo ninguna intención de viajar a Nueva Zelanda para atentar contra su vida, de eso, sin duda, se encargará tarde o temprano el gigantesco insecto weta.

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