martes, 2 de abril de 2013

LAS VÍAS TAMBIÉN MUEREN


Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer Biriuk de I. G. Turguenev y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
Después de lograr sacar el filtro de la lavadora y de reparar el desagüe de la fregadera, el tío de Gal·la se sentó conmigo en el sofá a tomar un café. “¿Tú no has hecho el servicio militar, no?”, “No lo permita Dios”, le contesté. “Yo pasé mis mejores años en la mili”. Un escalofrío me recorrió la espalda, me imaginé vestido de verde aceituna con un casco y una metralleta.
“Cuando formas te ordenan de más alto a más bajo”. ¿Me ordenan? Soy un accesorio. “Si no has hecho el servicio militar nunca sabrás barrer, ahí te enseñan todo lo que necesitas”. A tirar bombas también, no he logrado encontrar una situación cotidiana en la que precise lanzar una granada de mano. Por supuesto se me ocurren muchas, hay par de docenas de políticos que… pero en la vida real más allá de la imaginación vengativa no hay forma de encajar la acción de lanzar morteros en mi vida cotidiana. “Para sacarme unas perrillas limpiaba las botas de mis compañeros”.
De vez en cuando miraba una fotografía que tenemos colgada en el salón, en ella aparece Gal·la y una amiga suya caminando por una vía muerta en Bolivia. Luego volvía a mirar al tío de Gal·la, “Hice grandes amigos”.
Historias de la puta mili, pienso. “Historias de la puta mili”, dice. Condicionado o no por mi educación, en el servicio militar te adiestran para matar, te enseñan técnicas de chuchillo, a disparar armas cortas y largas, a conducir tanques… Otro escalofrío me recorre la espalda. Me encantan las películas bélicas, Doce del patíbulo, Apocalypse Now…, pero de ahí a vestirme de caqui y dispararle a sacos de arena, hay un trecho. A mi padre le pusieron un mono de trabajo con una inscripción bordada en el pecho: “INÚTIL”, decía el bordado. Yo también quiero ser inútil para todo servicio. A veces escucho a gente, incluso creo habérselo escuchado a algún político, diciendo que sería necesario restaurar el servicio militar obligatorio. ¿Se puede saber que le han hecho los jóvenes a esta gente? “Falta disciplina”, dicen. “Ahora todo es una falta de respeto”. ¿Y por eso tenemos que volver a vestirnos de camuflaje como nuestros padres y abuelos? Si hay jóvenes indisciplinados y maleducados no es culpa de esos jóvenes, o por lo menos no toda la culpa es suya. Digo yo que alguien no les habrá enseñado educación o disciplina, pero con esos padres no hay que hacer nada, los jóvenes tienen que ser rapados, vestidos todos igualitos y ordenados en filas.
Un tipo que no conoces te manda a matar a un lugar inhóspito a gente que tampoco conoces. Yo no quiero matar a nadie que no conozco, a veces tengo ganas de matar a gente que conozco, pero no lo hago, cosas de la moral y las leyes, por eso utilizo el sarcasmo. ¿Estamos seguros de que los tests para ingresar en el ejército están bien hechos? Un tío acepta que quiere matar a gente que no conoce en un país que probablemente no sabrá ubicar en el mapa y le dan un arma; esta sociedad es extraordinaria.
No es que no sea disciplinado, ni tampoco es que no me guste recibir órdenes, si tengo un superior (que lo tengo), me gusta que me diga por qué tengo que hacer lo que tengo que hacer. Una mínima explicación.
“Y nos daban cada día de comer”. Mi madre también lo hacía y no me obligaba a pelar cuatrocientos kilos de patatas. “Eso es un mito, hay máquinas que hacen eso”. Algo tendrá de cierto si tanta gente lo dice.
Cuando leí Territorio comanche de Arturo Pérez-Reverte me imaginé a mí mismo convertido en un francotirador, oculto en un edificio en ruinas, con un gorro de lana, barba rala y fumando cigarrillos del mercado negro, tapando la brasa para no descubrir mi escondrijo. “En la mili tienes un número de tiros que dar y un número de bombas que tirar, si no los haces no te puedes licenciar”. Seguro que ese francotirador estaba licenciado con honores.
Matar por matar, me refiero a que uno puede llegar a entender que por una venganza una persona mate a otra o en una pelea, es terrible, no lo apruebo, pero puedo llegar a comprender que suceda. Dos personas se odian, desde tiempos inmemoriales, un día se enganchan y uno de ellos mata al otro, en fin. Pero matar a alguien que no conoces… no sé, no creo que fuese capaz, sobretodo cuando la otra persona no me ha hecho nada.
Divago, lo siento. El tío de Gal·la se toma el café. “Podía haber hecho carrera en el ejército”, dice. “En esa época se podía”. Yo miro el cuadro, la fotografía. “Llegué a tener a seis hombres a mi cargo”. La vía se alarga al fondo de la imagen y se pierde en la inmensidad. “A uno de ellos le hacía limpiar el teatro y el comedor”. Las traviesas de madera están carcomidas y rotas e hinchadas por la lluvia y el sol. “A los demás los repartía por el cuartel, tiene que estar todo limpio he impoluto”.
Me encendí un cigarrillo, él miró la fotografía. “¿Y esa foto?”, “Es una vía muerta, en Bolivia”. Silencio. “¿Las vías también mueren en Bolivia?”.
Le miró y pienso: “Sí… pero la cuestión es quien las mata”.

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