Me senté con Frida retozando en
mi regazo a leer Biriuk de I. G. Turguenev y, mientras lo ojeaba y
acariciaba a Frida, me puse a pensar…
Después de lograr sacar el filtro
de la lavadora y de reparar el desagüe de la fregadera, el tío de Gal·la se
sentó conmigo en el sofá a tomar un café. “¿Tú no has hecho el servicio
militar, no?”, “No lo permita Dios”, le contesté. “Yo pasé mis mejores años en
la mili”. Un escalofrío me recorrió la espalda, me imaginé vestido de verde
aceituna con un casco y una metralleta.
“Cuando formas te ordenan de más alto a
más bajo”. ¿Me ordenan? Soy un accesorio. “Si no has hecho el servicio militar
nunca sabrás barrer, ahí te enseñan todo lo que necesitas”. A tirar bombas
también, no he logrado encontrar una situación cotidiana en la que precise
lanzar una granada de mano. Por supuesto se me ocurren muchas, hay par de
docenas de políticos que… pero en la vida real más allá de la imaginación
vengativa no hay forma de encajar la acción de lanzar morteros en mi vida
cotidiana. “Para sacarme unas perrillas limpiaba las botas de mis compañeros”.
De vez en cuando miraba una
fotografía que tenemos colgada en el salón, en ella aparece Gal·la y una amiga
suya caminando por una vía muerta en Bolivia. Luego volvía a mirar al tío de
Gal·la, “Hice grandes amigos”.
Historias de la puta mili,
pienso. “Historias de la puta mili”, dice. Condicionado o no por mi educación,
en el servicio militar te adiestran para matar, te enseñan técnicas de
chuchillo, a disparar armas cortas y largas, a conducir tanques… Otro
escalofrío me recorre la espalda. Me encantan las películas bélicas, Doce del patíbulo, Apocalypse Now…, pero de ahí a vestirme de caqui y dispararle a
sacos de arena, hay un trecho. A mi padre le pusieron un mono de trabajo con
una inscripción bordada en el pecho: “INÚTIL”, decía el bordado. Yo también
quiero ser inútil para todo servicio. A veces escucho a gente, incluso creo habérselo
escuchado a algún político, diciendo que sería necesario restaurar el servicio
militar obligatorio. ¿Se puede saber que le han hecho los jóvenes a esta gente?
“Falta disciplina”, dicen. “Ahora todo es una falta de respeto”. ¿Y por eso
tenemos que volver a vestirnos de camuflaje como nuestros padres y abuelos? Si
hay jóvenes indisciplinados y maleducados no es culpa de esos jóvenes, o por lo
menos no toda la culpa es suya. Digo yo que alguien no les habrá enseñado
educación o disciplina, pero con esos padres no hay que hacer nada, los jóvenes
tienen que ser rapados, vestidos todos igualitos y ordenados en filas.
Un tipo que no conoces te manda a
matar a un lugar inhóspito a gente que tampoco conoces. Yo no quiero matar a
nadie que no conozco, a veces tengo ganas de matar a gente que conozco, pero no
lo hago, cosas de la moral y las leyes, por eso utilizo el sarcasmo. ¿Estamos
seguros de que los tests para ingresar en el ejército están bien hechos? Un tío
acepta que quiere matar a gente que no conoce en un país que probablemente no
sabrá ubicar en el mapa y le dan un arma; esta sociedad es extraordinaria.
No es que no sea disciplinado, ni
tampoco es que no me guste recibir órdenes, si tengo un superior (que lo tengo),
me gusta que me diga por qué tengo que hacer lo que tengo que hacer. Una mínima
explicación.
“Y nos daban cada día de comer”.
Mi madre también lo hacía y no me obligaba a pelar cuatrocientos kilos de
patatas. “Eso es un mito, hay máquinas que hacen eso”. Algo tendrá de cierto si
tanta gente lo dice.
Cuando leí Territorio comanche de Arturo Pérez-Reverte me imaginé a mí mismo
convertido en un francotirador, oculto en un edificio en ruinas, con un gorro
de lana, barba rala y fumando cigarrillos del mercado negro, tapando la brasa
para no descubrir mi escondrijo. “En la mili tienes un número de tiros que dar
y un número de bombas que tirar, si no los haces no te puedes licenciar”.
Seguro que ese francotirador estaba licenciado con honores.
Matar por matar, me refiero a que
uno puede llegar a entender que por una venganza una persona mate a otra o en
una pelea, es terrible, no lo apruebo, pero puedo llegar a comprender que
suceda. Dos personas se odian, desde tiempos inmemoriales, un día se enganchan
y uno de ellos mata al otro, en fin. Pero matar a alguien que no conoces… no
sé, no creo que fuese capaz, sobretodo cuando la otra persona no me ha hecho
nada.
Divago, lo siento. El tío de
Gal·la se toma el café. “Podía haber hecho carrera en el ejército”, dice. “En
esa época se podía”. Yo miro el cuadro, la fotografía. “Llegué a tener a seis
hombres a mi cargo”. La vía se alarga al fondo de la imagen y se pierde en la
inmensidad. “A uno de ellos le hacía limpiar el teatro y el comedor”. Las
traviesas de madera están carcomidas y rotas e hinchadas por la lluvia y el
sol. “A los demás los repartía por el cuartel, tiene que estar todo limpio he
impoluto”.
Me encendí un cigarrillo, él miró
la fotografía. “¿Y esa foto?”, “Es una vía muerta, en Bolivia”. Silencio. “¿Las
vías también mueren en Bolivia?”.
Le miró y pienso: “Sí… pero la
cuestión es quien las mata”.
Genial el final...
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