Me mira y me pregunta sobre 1714, que es lo que se celebra y
que pasó en ese año. Le cuento a grandes rasgos lo de la Guerra de Sucesión Española,
le hablo de Felipe IV, de la derrota y se va, no sé qué he hecho pero lo he
hecho. Al rato vuelve y me dice que sí, que irá a la cadena humana. Me lo quedo
mirando intentando comprender por qué me da explicaciones y mirando a mí alrededor
para averiguar si alguien es espectador del acto. Estoy sólo.
―¿Pero tú no…?
Intento explicarle que el tema es más complicado que decidir
si uno va o no va. Que debería saber que hay mucha gente que va a la cadena es
independentista de toda la vida, que su sentimiento por Catalunya se ha
definido de esa forma, pero que hay otra mucha gente que se ha subido al carro
sin tener la más repajolera idea de lo que sucede a su alrededor. Me sigue
mirando, odio que me miren con los ojos tan abiertos, intentando que siga
hablando, como si mis palabras no terminasen de ser claras.
―¿Entonces tú no…?
Retomo donde lo había dejado, intento hacer preguntas para
que él mismo se responda y quizá, quién sabe para aclararme un poquito más yo,
que tampoco tengo las respuestas a las eternas preguntas, aunque él parece
creer que sí. Alguien escuchaba, se acerca, primero no dice nada y me mira a mí
y luego al otro e interviene, claro esto es lo nuestro, meternos en medio.
―¿Cómo puedes defender a esta gente?
Intento preguntarle al primero el porqué de la cadena, que a
mí ya me parece bien que la gente se manifieste, pero hay que saber por qué se
manifiesta uno, de lo contrario es un número más.
El otro insiste, es a mí, me pregunta a mí. Me mira no con
odio, pero si sorprendido, o quizá sí que es odio, no lo sé. Insiste. Yo no
defiendo a nadie, que os discutáis entre vosotros, que parece que aquí uno
tiene que posicionarse.
―Hombre es que España es toda una.
―¿Y Cataluña que es?
Lo intento, de veras que lo intento, intento ser un mero
espectador del drama humano, pero no me dejan, como a Michael Corleone, estaba
fuera y lo vuelven a arrastrar dentro. A mí me arrastran otra vez a la
conversación. Que si quiero la independencia, que si no la quiero, que si como
pienso eso, que si como digo lo otro y lo único que he hecho yo es responder a
una pregunta de historia. Que la historia es historia, que yo no invento nada,
que no hago partidismo. Pero no hay tu tía, que si la cadena son Etarras, que
si todos los españoles odian a los catalanes, que si el odio es vuestro, que
sois unos muertos de hambre.
Me levanto poco a poco, camino hacia atrás, sin perder de
vista a mis ex interlocutores, poco a poco me desentiendo. Y uno se siente extraño,
el ambiente está enrarecido y uno se siente así. Intenta caminar sin mancharse
de ningún color, o mancharse del color que uno quiere y parece que los pintores
no le dejan, blanco o negro. Me voy alejando y miro si eso que sucede, que no
han llegado a las manos pero poco falta, ha sido culpa mía, ¿será que la
historia siempre escuece? La próxima vez que me pregunten babearé y me golpearé
la cabeza con la palma de la mano, como aquella vez que íbamos a Toulouse y nos
colamos en un vagón de primera clase, babeé y el revisor me dejó en paz.
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