lunes, 30 de septiembre de 2013

LA PLAGA

Sufro como todos los humanos, sufro desesperadamente una dictadura que se alarga demasiado. Soporto una losa que cada día pesa más. Uno entiende que los mosquitos se reproduzcan con la humedad, con el agua estancada, que las cucarachas lo hagan entre la inmundicia y que las ratas campen a sus anchas por nuestras alcantarillas, ¿pero de donde carajo salen y como se reproducen con tanta facilidad estos seres?

Hablo señores de los inútiles. El inútil es una extraña plaga, que asola nuestras oficinas y nuestros comercios, un ser infecto que como los piojos o la carcoma se nutre de los demás. Y aún más curioso, calan tanto en nuestros huesos, que cuando nos encontramos con un tendero amable, con un administrativo eficiente nos sorprendemos, cuando lo que debería sorprendernos es que se mantenga en nómina al inepto que se pasa media hora en el cuarto de baño, otra hora tomando café y cuando le pasan un correo se alborota pues a él nadie le ha dicho que ese era su trabajo.
A veces el trabajo de campo, sale solo, la investigación te da de bruces en las narices y no es preciso que busques información desesperadamente. Es una oficina pequeña, situada, dentro de un centro comercial moderno, con wi-fi y con cafeterías que sirven el café en grandes tazas de cartón. Pero dentro, de la oficina, el tiempo no es que se haya detenido es que no para de retroceder. Me adentro pues en la máquina del tiempo y hago la cola, pido la vez, y hago la cola, tan nuestra como los toros o los políticos corruptos, typical. Poco a poco, la cola avanza, llego al mostrador y sonrío a la mujer que se parapeta tras una mesa de madera que estaría carcomida si no fuese conglomerado barato, mira la pantalla del ordenador, una pantalla que se fabricó no antes que se inventase el wi-fi si no mucho antes de que se creará internet.
Primero: Entro en la oficina. Segundo: Saludo, no hay respuesta. Tercero: Dejo los bultos en el mostrador. Cuarto: “¿No tiene caja?”, “No”, “Le vendo un par”, “Hágame el favor”. Quinto: “¿Buenos Aires, Argentina?” Asiento, pero pienso en si hay un Buenos Aires cerca de Pozuelo de Alarcón, no. Sexto: Pesa, mucho, pesa poco, no lo sabe, mira los baremos, pregunta a un compañera, la mira con ojos vidriosos, no sabe, me mira, no sé, intenta, erra, el ordenador se ríe de ella. Séptimo: Lo consigue, a no, es un error. Octavo: “¿Cuánto quiere que tarde?”. “¿Estará esta semana?”, “No, Argentina, es otro país”, “Gracias”, debo comentárselo a mi padre, desconoce que es un inmigrante. Noveno: “¿Lo ha logrado?”, “No, me da error”… “Ah no, si, no, si no, si”, “¿Sí?”, Sí.  Décimo: “Son cincuenta euros”, “Olé”, “Gracias”, “¿Cuánto tarda?”, “No sé, un mes digo yo”.
Salgo de la oficina agotado, parece que una piara de jabalíes rabiosos me ha pasado por encima, miro a mi alrededor, ¿Qué ha sucedido? Ha sucedido, lo que ha sucedido querido amigo ―me digo― te has topado con un inútil.
Me encantaría, se lo prometo, poder dar una solución, no conozco aún un método fiable para evitarlos, son demasiados, no sé si ya han ganado la batalla, pero que nos han hecho mella de eso si que estoy seguro. Miren a su alrededor, están por todas partes, en nuestras casas, en nuestros trabajos, en las tiendas, en las oficinas, en nuestro gobierno, eclipsan, son tantos que tapan el sol, no dejan ver a los buenos trabajadores, a los honrados currelas, a los que sacan el trabajo, a los que se ganan el salario seriamente, sin perder el tiempo, sin intentar medrar por méritos de un tercero.

Sólo puedo darles un consejo, paciencia, santa paciencia, intenten evitarlos, no se enfrenten a ellos, cualquier palabra es inútil (como ellos) no entienden, te desquician con su mirada perdida, con la boca medio abierta, giran la cabeza como perros falderos, pestañean lentamente y se van con su vasito de plástico con café de maquina hacía otro sitio, molestas, hablas y molestas. 

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