Esta es la entrada número 100. Podría
empezar a agradecer a todos mis lectores su fidelidad, a esos lectores de (y no
me estoy fanfarroneando, es una información que me ofrece Blogger) Australia,
Perú, Méjico, Alemania, Argentina, Rusia, Ucrania, Francia, Los Países bajos,
Estados Unidos y España. A todos los que me leen diariamente, a los que esperan
al fin de semana para leer todas las entradas, a los que recuerdan una vez al
mes que había un blog que les gustaba y vuelven a entrar para darse una panzada
de lectura. También podría agradecerle a Frida su participación en el comienzo
de esta aventura o podría o quizá debería agradecer a Gal·la la paciencia que
ha tenido, los ratos que he pasado encerrado en mi estudio, las lecturas de
cuentos o historias que nunca han llegado a publicarse.
Podría hacer todo eso, en realidad
diciendo que podría hacerlo ya lo he hecho, así que… De todas formas se me ha
ocurrido que la mejor forma de ser agradecido es continuar con el camino, y así
que homenajearé y celebraré escribiendo una historia sobre cada país desde
donde me leen.
Comenzaremos pues con Australia.
Leanne Rowe es australiana, pero
australiana por los cuatro costados. Orgullosa de serlo. Pero habla con acento
parisino. Y no tiene nada que ver con su origen por que como digo Leanne es
australiana, nacida, crecida y vivida en Australia, ¿Entonces, de dónde su acento
francés?
Parece ser que todo sucedió un buen día,
podríamos decir que Leanne conducía su autobús, pues es conductora de
autobuses, y se le cruzó un canguro, pero no me parece justo homenajear a mis
lectores australianos llenando el texto de topicazos, así que lo más probable
es que se le cruzase una anciana. Una de esas ancianas que existen en todos los
países, las abuelitas que creen que los automóviles pararán cuando las vean
viejitas e indefensas. No sé mucho de autobuses, en realidad lo único que
conduzco que tenga ruedas es mi silla de escritorio, pero lo que si sé es que
frenar un bicharraco de esos no es tan fácil como parece, me refiero a que se
pisa el freno como cualquier otro vehículo, pero que frene en seco un enorme
autobús es complicado o más bien imposible.
Imagino que Leanne Rowe vio el pelo
gris de la anciana y se retorció en su asiento, apretó el freno e
instintivamente dio un volantazo, por suerte la anciana salió ilesa, digo por
suerte, por que a pesar de las ganas que dan de atropellarlas por sus imprudencias
no merecen la muerte. Pero Leanne no corrió la misma suerte, el autobús
colisionó contra una marquesina y nuestra protagonista quedo atrapada en un
amasijo de hierro. A pesar de lo aparatoso del accidente vivió, y se despertó
en la cama de un hospital.
Sus hijas saltaron de alegría al
verla despertar, se abalanzaron sobre ella y la besaron. Hasta ahí todo normal,
pero la cosa se enturbió cuando abrió la boca cuando pronunció sus primeras
palabras. Una australiana orgullosa de serlo hablaba con acento parisino. El médico
estudió el caso y finalmente sentenció que se trataba claramente de un caso de
Síndrome del Acento Extranjero. No sé como reaccionaría la buena de Leanne pero
con su inglés australiano de acento afrancesado diría: “Tócate los cojones Mari
Loles”. O algo parecido.
Desde aquí le mando un saludo
afectuoso a Leanne Rowe, esperando que se mejore y que recupere pronto su
marcado acento australiano. Pero no puedo dejar de pensar en este extraño fenómeno,
¿Se tratará sólo de una reacción del cerebro a un trauma? ¿O Será algo más místico
y resultará que en el mismo momento en una callejuela de París una muchacha
tuvo un accidente de automóvil y ahora ha despertado en una cama de hospital
hablando como una australiana? No creo que mi teoría tranquilice en absoluto a
Leanne, pero que se yo se me ha pasado por la cabeza y por ahora por lo menos a
un australiano le ha parecido interesante toda la verborrea que fluye dentro de
la cáscara de mi cabeza y me sigue leyendo. Así que esto va por ti querido
amigo o amiga. Y por supuesto por Leanne Rowe.
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