No soy
supersticioso, pero siempre he entonado el “por si a caso”. En definitivas cuentas soy un supersticioso
que no reconoce que lo es. Lo que se podría decir un supersticioso de la peor
calaña. Parece ser que esto viene de antiguo, que es una tradición familiar,
todos los hombres de mi familia hemos sido supersticiosos, se conoce que mi
tatarabuelo Gianni cuando salía de casa procuraba no cruzarse con gatos negros
y con curas, si el azar le hacía toparse con alguno de ellos, daba media
vuelta, volvía a casa y se metía de nuevo en la cama. El día había comenzado
mal, mejor dejarlo ahí. ¡Un genio!
¿Para el
dolor de huesos? Un corcho en el bolsillo. ¿La sal? Sobre la mesa, nada de
pasarla de mano en mano. ¿Tijeras abiertas? Ni se te ocurra. ¿Abrir un paraguas
bajo techo? Ni loco. ¿Qué alguien me barra los pies? Tendremos problemas. Hay
una ristra de supersticiones que han acompañado a todos mis antepasados y que
me siguen acompañando, todas ellas las sigo a rajatabla, pero no por que sea un
cobardica o un miedoso, pero… ¿para qué tentar a la suerte?
Contaré la
siguiente historia para que vean lo importante de las supersticiones. Un
anciano, paseaba por la ciudad de Toronto. Un anciano como dios manda, hombre
de creencias firmes y de supersticiones arraigadas que cruzó una avenida para
subir una calle y llegar a su casa. Caminaba por una pequeña cuesta cuando se
topó con un andamio, entenderán que un andamio hace las mismas funciones que
una escalera y por consiguiente sólo un insensato o un obrero que no tenga más
remedio cruzarían bajo él, así que el hombre lo esquivó. Pero sucedió algo
terrible, quizá fue un guijarro o un pedazo de cemento seco, pero el caso es
que el honorable anciano tropezó y se desgarró el cuello en un saliente metálico
del andamiaje. Se desplomó con un grito seco y de su cuello comenzó a brotar
sangre a borbotones.
Pensará el
agudo lector que este es un buen ejemplo de la estupidez de las supersticiones,
que si el hombre hubiese seguido su camino cruzando el andamio esto no le
hubiese sucedido, es posible. Pero pueden continuar leyendo y saber que le
sucedió a posteriori. El hombre seguía en el suelo retorciéndose de dolor, por
la pinta que tenía la herida era grave, la carótida es una arteria importante y
si no se tapona la herida con rapidez el final es inminente. Entonces, y como
si fuese un giro prácticamente absurdo dentro de una historia mínima apareció
John Malkovich. Sé que alguno pensará que se me ha ido la cabeza y que la
historia ha perdido sentido, lo lamento pero eso es exactamente lo que sucedió.
Malkovich apareció en escena y raudo se sacó la bufanda y taponó la herida del
buen hombre, manchándose las manos y el traje de sangre lo cuidó y esperó a que
llegase la ambulancia. El hombre se salvó.
La historia
podría tener varias moralejas. Pero no las sacaré yo. Sólo diré que yo por mi
cuenta seguiré esquivando escaleras, seguiré tratando con cuidado a los espejos
e intentaré evitar como sea a los gatos negros y a los curas. Pero la duda se
me planteará cuando por el azar, el mismo azar que hizo que el afamado actor
salvara a nuestro anónimo protagonista, haga que camine por las calles de
alguna ciudad y me tope de bruces con el John Malkovich vestido de cura,
imagino que puede suceder, si paseo quizá por Roma, el actor estaría rodando
una película de época y yo tropezaría con su sotana. Creo que en ese momento,
mis supersticiones cimbrearían un poco, alguien enviado por el azar a salvar a
un hombre supersticioso, ahora viste de riguroso negro eclesiástico. Esperemos
que no suceda y que no me cause el cortocircuito de superstición que comento.
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