viernes, 14 de junio de 2013

GASES NINJA

Yo de mayor quiero ser tío. El que conozca mi árbol genealógico pensará que estoy sonado, pues soy hijo único y mi mujer también lo es y eso de una forma lógica es una castración al hecho de poder ser tío. Pero en una época donde las familias ya no son sota, caballo y rey, donde hay familias monoparentales o familias de padres del mismo sexo, ¿por qué una persona que no tiene hermanos no podría ser tío?


Ser padre conlleva muchas responsabilidades, muchas más de lo que creen los padres primerizos que terminan dándose de bruces con la realidad de las madrugadas en vela y los constantes cambios de pañal. Pero ser tío es el salvoconducto a la libertad, poniendo un paralelismo culinario es tener permitido comerte sólo el jamón de los guisantes con jamón, apartar las bolitas verdes y comerte exclusivamente el embutido. Ser tío es exactamente eso. Un tío llega, alborota y se va. Te deja el marrón de un niño que no ha podido dormir la siesta por que estaba jugando con su tío.

Quiero ser el tío irresponsable, el que se toma cuatro cervezas y se duerme en el sofá roncando como una morsa y al que sus sobrinos le pondrán pinzas de tender en las orejas o intentarán arrancarle el bigote para saber si tiene o no labio debajo de él. Quiero llegar con regalos que los padres no tienen permitidos hacer, quiero llevar a mis sobrinos a comer helados antes de cenar, quiero dejar el paquete de tabaco abierto a su alcance, quiero darles una paga sin que lo sepa su padre, quiero consolarlos cuando su madre los castigue.

El papel de tío es parecido al papel del abuelo. Ellos no han venido aquí para cumplir las normas, sino para transgredirlas. Han venido para dar consejos absurdos. Mi abuelo paterno me dio dos consejos que siempre he seguido al pie de la letra: “No mezcles bebidas” y “Nunca te fíes de las Susanas”. Son dos frases que han marcado mi vida. Yo quiero hacer lo mismo, yo quiero ser ese tío que llega a casa los domingos y revoluciona el ambiente que trae una bolsa de chucherías o el último álbum de cromos de fútbol.

Quiero animar a hacer novillos, quiero ser coartada para las salidas nocturnas, quiero ir a la puerta del colegio y que digan:
El macarra bigotudo, panzudo con pendientes de oro es mi tío.
—¡Cómo mola!
—Mañana me llevará al zoo a verle el culo a los mandriles. Y me enseñará a tirarme pedos Ninja.
Ese quiero ser yo.

No tiene nada que ver con el síndrome de Peter Pan, no es que no quiera crecer nunca y seguir jugando con niños… que también. Simplemente no quiero ser un tío aburrido que sigue las normas, quiero ser el que diga las cosas, el que los demás mayores miren y digan: “¿Qué les estará diciendo a mi hijos?”

Estaba jugando en la piscina con mis sobrinos, los hijos de mi primo (ven como puedo ser tío sin tener hermanos). Estábamos jugando al pressing catch, yo era el Gran Kali un indio enorme y malvado y los dos renacuajos se intercambian los personajes para poder ser Rey Misterio y John Cena. La lucha era encarnizada tenía a los dos titís encaramados a mi espalda intentando, inútilmente, hacerme una aguadilla hasta que, como suele suceder, se engancharon entre ellos y uno terminó llorando. Le había entrado agua en el oído. El que quedó indemne insistía que siguiéramos jugando que aunque el otro estuviese llorando eso no impedía que nosotros nos divirtiésemos.
—Repite conmigo ­—le dije­— Solidaridad.
Me miró como a un extraterrestre.
—Es algo que no encontrarás muy habitualmente, ni en esta familia ni en ningún otro lugar. Pero es importante que la recuerdes.

No le convenció demasiado, pero terminó accediendo cuando le dije que después de comer le enseñaría a tirarse pedos Ninja. 

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