Yo de mayor quiero ser tío. El que
conozca mi árbol genealógico pensará que estoy sonado, pues soy hijo único y mi
mujer también lo es y eso de una forma lógica es una castración al hecho de
poder ser tío. Pero en una época donde las familias ya no son sota, caballo y
rey, donde hay familias monoparentales o familias de padres del mismo sexo, ¿por
qué una persona que no tiene hermanos no podría ser tío?
Ser padre conlleva muchas
responsabilidades, muchas más de lo que creen los padres primerizos que terminan
dándose de bruces con la realidad de las madrugadas en vela y los constantes
cambios de pañal. Pero ser tío es el salvoconducto a la libertad, poniendo un
paralelismo culinario es tener permitido comerte sólo el jamón de los guisantes
con jamón, apartar las bolitas verdes y comerte exclusivamente el embutido. Ser
tío es exactamente eso. Un tío llega, alborota y se va. Te deja el marrón de un
niño que no ha podido dormir la siesta por que estaba jugando con su tío.
Quiero ser el tío irresponsable, el
que se toma cuatro cervezas y se duerme en el sofá roncando como una morsa y al
que sus sobrinos le pondrán pinzas de tender en las orejas o intentarán
arrancarle el bigote para saber si tiene o no labio debajo de él. Quiero llegar
con regalos que los padres no tienen permitidos hacer, quiero llevar a mis
sobrinos a comer helados antes de cenar, quiero dejar el paquete de tabaco
abierto a su alcance, quiero darles una paga sin que lo sepa su padre, quiero
consolarlos cuando su madre los castigue.
El papel de tío es parecido al papel
del abuelo. Ellos no han venido aquí para cumplir las normas, sino para
transgredirlas. Han venido para dar consejos absurdos. Mi abuelo paterno me dio
dos consejos que siempre he seguido al pie de la letra: “No mezcles bebidas” y “Nunca
te fíes de las Susanas”. Son dos frases que han marcado mi vida. Yo quiero
hacer lo mismo, yo quiero ser ese tío que llega a casa los domingos y
revoluciona el ambiente que trae una bolsa de chucherías o el último álbum de
cromos de fútbol.
Quiero animar a hacer novillos,
quiero ser coartada para las salidas nocturnas, quiero ir a la puerta del
colegio y que digan:
—El macarra
bigotudo, panzudo con pendientes de oro es mi tío.
—¡Cómo mola!
—Mañana me llevará
al zoo a verle el culo a los mandriles. Y me enseñará a tirarme pedos Ninja.
Ese quiero ser yo.
No tiene nada que
ver con el síndrome de Peter Pan, no es que no quiera crecer nunca y seguir
jugando con niños… que también. Simplemente no quiero ser un tío aburrido que
sigue las normas, quiero ser el que diga las cosas, el que los demás mayores
miren y digan: “¿Qué les estará diciendo a mi hijos?”
Estaba jugando en la
piscina con mis sobrinos, los hijos de mi primo (ven como puedo ser tío sin
tener hermanos). Estábamos jugando al pressing catch, yo era el Gran Kali un
indio enorme y malvado y los dos renacuajos se intercambian los personajes para
poder ser Rey Misterio y John Cena. La lucha era encarnizada tenía a los dos
titís encaramados a mi espalda intentando, inútilmente, hacerme una aguadilla
hasta que, como suele suceder, se engancharon entre ellos y uno terminó
llorando. Le había entrado agua en el oído. El que quedó indemne insistía que
siguiéramos jugando que aunque el otro estuviese llorando eso no impedía que
nosotros nos divirtiésemos.
—Repite conmigo —le
dije— Solidaridad.
Me miró como a un
extraterrestre.
—Es algo que no
encontrarás muy habitualmente, ni en esta familia ni en ningún otro lugar. Pero
es importante que la recuerdes.
No le convenció
demasiado, pero terminó accediendo cuando le dije que después de comer le
enseñaría a tirarse pedos Ninja.
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