Según lo que cuentan Jesús no era del
todo mal tipo. Suponiendo que todo lo que cuenten sea cierto, me refiero a que
cuando uno muere sólo se cuentan las cosas buenas que hizo. Muy hijo de puta
tendría que ser uno para que el día de su entierro la gente se reuniese para
asegurarse de que realmente está muerto y criticarlo sin tregua:
—¿Está muerto?
—Eso creo, no se
mueve.
—Al fin. Menudo cabrón
estaba hecho.
—¿Se ha movido?
Joder yo me piro, no quiero verlo ni muerto.
A lo que íbamos,
parece que Jesús era bastante buena gente, lo que pasa que como todo lo que
tocamos los humanos lo convertimos en mierda. Como el rey Midas pero al revés.
En su nombre, en nombre de su iglesia, de su padre, de su madre, de la paloma
que la dejó preñada, del carpintero que creyó que su mujer había sido preñada
por una paloma, de los reyes magos, de los doce apóstoles y de todos los
actores secundarios de la biblia se han hecho auténticas barbaridades. Se han
secundado guerras y apoyado masacres, se ha torturado y matado a diestro y
siniestro, más a siniestros que a diestros para quien quiera entenderme. Se han
amparado dictaduras y derrocado gobiernos democráticos, se han secuestrado
niños y también se han violado. Todo eso en nombre de un tipo que según cuentan
era todo un samaritano, que dicen que murió por su gente. Eso han hecho en su
nombre.
Pero de vez en cuando, muy de vez en
cuando de entre la mierda sale una flor. Una flor que a menudo es aplastada con
tal violencia, que es hundida tan en lo hondo que pronto se olvida. Hay una
parroquia en Vallecas, en su fachada tiene pintada con enormes letras grafiteras la palabra LIBERTAD. Es una
parroquia de barrio, sólo una parroquia de las tantas que hay a lo largo y ancho
de la vasta piel de toro. ¿Su párroco? Don Enrique de Castro, es para verlo,
barbudo, sin sotana, habla claro, y de vez en cuando suelta algún que otro
taco. Pecador.
Pueden creerme si les digo que no soy
un chupacirios, pueden creerlo y leerlo, pero óiganme a este señor no lo odio,
pero si odio a los papas, a los cardenales, a los obispos, a los curas
tocadores de niños, a los que dirigen el banco del Vaticano invirtiendo en fábricas
de condones y en industria armamentística (esto no lo digo yo, lo dice la
prensa internacional) a esos si que los odio. Pero a este señor, al señor de
Castro no lo dio. Y no lo odio por que habla clarito, deja de lado los dogmas y
deja de lado los cirios y las sotanas. Su parroquia no es sagrada, dice que
sagradas son las manifestaciones contra los desahucios, los encierros de
trabajadores en sus fábricas y las protestas contra los recortes.
El curo rojo le llaman. Otro cura
rojo. Siempre que un párroco hace lo que realmente deberán hacer todos le
llaman rojo. Y eso me toca los cojones. Principalmente por la absoluta
incongruencia de mezclar churros con merinas, iglesia y comunismo. Un cura no
puede ser rojo, un cura no puede ser comunista, principalmente por que el comunismo
no tolera la iglesia, no traga la iglesia y viceversa. Pero eso no es ni bueno
ni malo. En segundo lugar creo que los que deberían ser llamados de otra forma
son los que no hacen lo que deberían hacer. A todos aquellos curas que tienen
monjas como criadas, a los que van en mercedes negros con cristales tintados, a
los que se preocupan más por la ley del aborto y por los matrimonios
homosexuales, a todos esos son los que se les debería adjetivar y no a un párroco
que hace lo que hizo la persona a quien le rinde culto.
Seguro que no soy la persona que más
odia a la iglesia. Seguro que hay en el mundo muchas personas cuyo odio por el
clero es infinitamente mayor que el mío. Pero les aseguro que cuando veo a este
señor sin sotana, repartiendo ropa entre la gente de su barrio, organizando
comedores sociales o acudiendo a marchas reivindicativas lo último que hago es
pensar en la iglesia. ¿Una parroquia roja?, ¿Saben que les digo? Gracias a Dios
(¿Cómo hará tantas cosas Maradona).
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