Me quedo traspuesto, unos segundos, quizá un par de minutos
y mi cerebro no para. Asociación de ideas creo que le llaman, una me lleva a
otra, y a otra y así hasta que Gal·la me saca de mi ensoñación. Y aparezco de
nuevo en el asiento del copiloto, sudoroso, con la ventanilla medio abierta ―o
medio bajada― y con una nueva emisora de radio, Gal·la aprovecha cualquier
distracción para quitarme el flamenco.
―¿En qué piensas?
Es complicado decirlo, lo última imagen que recuerdo tras
“despertar” es la de un hombre con una
máscara de gas, que acompaña a otro sujetándole una camiseta o un trozo de tela
contra la cara ensangrentada. Se lo cuento y me mira, intermitentemente a mí y
a la carretera, luego a mí y de nuevo a la carretera. Lo sé, merece una
explicación.
Todo empieza al pasar el primer peaje, un monovolumen con
matrícula francesa nos cruza por delante
en diagonal, tres carriles, lo he mirado y he devuelto mi mirada al frente no
sin un típico: “Será carbón”. Pagado el peaje he comenzado a pensar cuantas
veces habrán amortizado el precio de las carreteras y en aquel movimiento, que
como tantos otros han quedado en aguas de borraja, de no pagar en los peajes.
Reaparece el francés, a toda leche por la derecha, frente a nosotros un coche
que arrastra una roulotte, sin usar el intermitente se pone en el carril
derecho, justo por el que el francés quema caucho contra asfalto, lo pita,
volantea frente a nosotros y adelanta al de la roulotte. Otro carbón sale de mi
boca. Pienso entonces en que hay cabrones en todas las latitudes, el españolito
que va o vuelve de sus vacaciones con la casa a cuestas y cambia de carril como
le sale de la bolsa escrotal, el francés que irá dios sabe dónde pisando el
acelerador a su antojo, ambos un par de cabestros, cabrones vamos, y de países
vecinos pero al fin y al cabo países distintos. De ahí el resultado de la
ecuación, mamones en todas partes oiga.
Alejándose va el francés que ya no es un coche sino un
puntito en el horizonte y sigo con lo de los cabrones y lo uno con lo de los
peajes, hay que ser cabrón para seguir cobrando por una carretera, ¿y por qué
somos tan mamones nosotros de acabar con un movimiento que pintaba tan bien?
Porqué somos como somos, que lo haga otro y a ver cómo sale, y sí lo hacen unos
cuantos y sale bien pues mira nos alegraremos pero si sale mal diremos que ya
lo decíamos nosotros y así nos luce el pelo. Y pienso entonces en los que
acamparon en plaza Catalunya y en los de Sol y en como los echaron como a ratas
de un barco, a patada limpia. Y aquí seguimos, con el barco “limpio de ratas”
pero a la deriva y lo de limpio de ratas es un decir, porque si de algo vamos
servidos es de roedores que se comen el grano. ¿He dicho que los echaron a
patadas, no? De ahí me voy al instituto, no me acuerdo como se llamaba el
chaval en cuestión, pero salió en la portada de un periódico cogiéndole la
porra a un policía, después le dieron un par de porrazos, eso no salió. He
corrido un par de veces delante de los antidisturbios pero tampoco como para
colgarme medallitas, quien más quien menos… y tampoco acampé, por eso que
decíamos… que si lo hacen otros. Y me despierto un momento, me estoy criticando
por dentro y eso no mola, no mola nada, pero sigo que es buena terapia.
Ya entramos en Barcelona, la avenida meridiana y pasamos
junto a una administración de lotería, donde compraron la lotería de navidad en
la empresa y que casi nos toca, siempre
casi toca o no toca, pero nunca toca. Y que con una compañera decíamos que si
nos toca, no vamos ni a despedirnos y luego a las fiestas de Gracia. Cansa, el
calor, más que pensar, cansa el calor. Y quería comerme un shawarma y recordaba un palestino que los hace de puta madre.
Palestina… la historia de siempre, y que jodienda, que hay veces que lo hablas
y no te entienden: “¿Qué harías si quisieran echarte de tu casa?”. Y los bulldozers arrasando una calle y las
mujeres corriendo y gritando y entonces por fin llegamos al final. Mujeres
gritando, pañuelos en la cabeza, la imagen de guerra a la que que nos tienen
acostumbrados. El tipo de la máscara de gas, empapando la camiseta blanca con
la sangre que brota de la cara del otro, corriendo, huyendo mejor, de la plaza
de Ramsés en El Cairo.
―¿En eso pensabas?
Sonrío por sonreír, me limpio el sudor de la frente y
despierto, lleguemos a casa por favor, tengo que escribir, tomarme un mate,
jugar con Frida, charlar contigo pero abandonar el calor del coche, el calor,
la sangre del Cairo.
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