―Él no conduce, cuando vamos a comer fuera se bebe el vino y
luego se duerme en el coche.
Uno piensa si Gal·la se lo explicaba o simplemente me lo
recriminaba en voz alta dirigiéndose a otro. Sostenía la copa de vino en una
mano y miraba el espectáculo. Sus dos interlocutores la miraban interesados:
―¿Pero no conduce por qué no quiere?
―No, no. No sabe, no tiene carné.
Los dos hombres se giraron y me miraron a mí, yo bebía. Me
miraron como si acabará de entrar en el comedor un ornitorrinco. Esa era
exactamente la cara, entra un ornitorrinco en un comedor y la gente se lo queda
mirando. Yo estoy acostumbrado, hay cierta clase de hombres que no entienden
que otro hombre no conduzca y delegue esa tarea a su esposa, simplemente no lo
comprenden y no tienen ninguna intención de comprenderlo.
Como en una terapia de grupo, se levantaron y vinieron a
sentarse uno a cada lado. Me pusieron sus manos en mis hombros y me frotaron la
espalda.
―Ponte en situación. Vas a comer con tu mujer, comes como un
animal, te tomas una botellita de vino, un carajillo y volvéis a casa, ella,
por supuesto es una mujer responsable y no ha bebido nada, quizá media copa de
vino, pero nada más, agua, agüita. Y tu claro, con el movimiento del coche, el
calorcito que entra por la ventanilla y la botella de vino que llevas encima,
te duermes.
―Es obvio, le pasaría a cualquiera ―interrumpe el otro― la
modorra, si estás en casa no es peligrosa, te duermes en el sofá, incluso te
puedes pegar una siesta como dios manda tumbado en la cama, ahí estás libre de
todo peligro.
Me serví más vino y sonreí a Gal·la que me miraba
interesada, se divierte encendiendo mechas y viendo que clase de pirotecnia explotará.
―Y tu mujer te mira ―continúa el primero― y piensa ya se ha
dormido el cabrón este, sin contar que desoyes las recomendaciones de la
dirección general de tráfico que recomienda que el copiloto esté despierto para
entretener al conductor…
―Pero es harina de otro costal.
―Cierto ese es otro tema. Te mira y piensa en eso, que el
cabrón éste ya se ha dormido. Y con los años lo descubrirás, eres aún muy joven,
las mujeres son muy rencorosas, vengativas, no son como nosotros, ellas piensan
bien.
―Se detiene en cualquier esquina…
―En cualquier esquina y baja del coche.
Como en un partido de tenis yo miraba primero a uno y luego
a otro, dicho queda que sus esposas también estaban en la mesa y callaban y
miraban la disertación de sus respectivos.
―Baja del coche y te quedas dentro, dormido como un bendito.
Con un poco de suerte bajará un centímetro la ventanilla para que no mueras.
― No son tan hijas de puta.
―Y a las dos o tres horas, vuelve.
―¿Y dónde ha ido? ―se me ocurre preguntar.
―Ves como no sabes de la misa la mitad.
―Pobre muchacho. De fiesta hombre, de fiesta. Se ha metido
en cualquier garito, en cualquier tugurio a tomarse unos copazos con el primero
que ha encontrado.
Gal·la me mira sonriente, le está gustando el espectáculo,
le gusta que un par de hombres fornidos me acorralen en una mesa y discutan
sobre un tema que más que cabezonería es una tradición familiar que no tengo el
derecho a romper. Ningún hombre de mi familia ha tenido carné de conducir y
nunca ha sucedido nada. Así se lo hago saber.
―Y tú estás tan tranquilo en el coche y te despiertas cuando
ella arranca y como apestas a vino no hueles su ginebra y su sonrisa maligna y
picara, y no puedes ni imaginarte las astas que te están creciendo.
―Ningún hombre de mi familia conducido y jamás ha sucedido
nada…
Ambos se levantan, como ofendidos, decepcionados y me miran como
el padre que acaba de escuchar de su hijo que no tiene ninguna intención de
seguir con el negocio familiar.
―Por esa regla de tres, no puedes estar seguro de que tu
padre es tu padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario