jueves, 29 de agosto de 2013

CUESTIÓN DE PREGUNTARSE

¿Alguien me quiere explicar por qué un premio nobel de la paz es el presidente del país que posee uno de los ejércitos más potentes del mundo?, Diré más, ¿Me puede explicar la misma persona, o el que tenga la respuesta, por qué un premio nobel de la paz se dispone a bombardear un país?

Porque cuando el hawaiano ganó las elecciones a la supuesta izquierda europea y mundial se le hacía el culo Pepsi cola, que era súper progre, que las cosas iban a cambiar, que el tal Obama era poco menos que la hostia en bicicleta. No me considero un profeta ni un adivinador, pero a mí me parecía el mismo perro con distinto collar. Y podemos hablar con conocimiento de causa, porque lo mismo dijeron de Zetapé y yo aún tengo mantequilla en el culo, ¿no sé si me entienden?
No me voy a poner cargante con el tema de Siria, no explicaré quien es Bashar al-Asad ―dictador a medio camino entre Louis de Funes y Topo GIgio, en lo físico claro, en lo personal es un reverendísimo hijo de puta―, tampoco explicaré al lector quienes conforman la facción rebelde, ni quien es Obama ni sus acólitos, que ya lo saben de sobra, yo lo que quiero es tratar otro tema.
La frase sonará un poco pretenciosa, pero no pasará a la historia, dentro de cada gran filósofo hay un niño y dentro de cada niño hay un gran filósofo. Recuerdo en mi época de alumno, cuando estudiaba filosofía, me contaron que la filosofía es la doctrina de preguntarse, de no parar de preguntarse. Y en eso los niños son auténticos expertos.
―¿Papá por qué matan a gente en la tele?
El niño no levantaría un palmo del suelo, pelo rizado, gafas sujetas por una goma verde fosforito y un esparadrapo con dibujitos en la rodilla izquierda. “¿Cómo?” Interrogó el padre.
―En la tele, cuando mamá y tú la encendéis por la noche siempre matan a gente.
He visto cientos de veces, como los padres hacen caras de dolor cuando sus hijos preguntan, intentan desviar la atención para no responder o simplemente les riñen por preguntar cosas de mayores, pero esta vez no sucedió, esta vez el padre dobló el periódico y se acercó a su hijo. Estábamos en la parada del autobús, yo miré fijo al libro, pero olvidé la lectura durante un instante y planté la parabólica.
―¿Te acuerdas por qué te pegó Miguel el otro día? ―le preguntó el padre.
―Por que sí.
―¿Estás seguro?, piénsalo bien.
―Por qué no le di mi bocadillo.
―Exacto…
―¡Pero él ya se había comido el suyo!
Es de muy mala educación lo sé, pero no tuve otra opción que cerrar el libro y mirar a ese padre. Había resuelto un conflicto bélico como una pelea entre chiquillos. Y el niño empezaba a entenderlo.
―¿Y si tu hubieses pegado a Miguel que hubiese sucedido?
―Que sus amigos también me hubiesen pegado.
Filosofía señores, filosofía pura y dura. ¿Por qué nos cuesta tanto de comprender? Un niño, un niño que puedes sortear levantando mínimamente un pie lo estaba comprendiendo y nosotros perdemos el tiempo con debates televisivos, charlas inacabables de sobremesa…

Un bocadillo, un país pequeño, un grandullón que quiere el bocadillo, un grupo de amigos… ¿lo van ubicando? La historia se repite, incansablemente, nunca se agotará. Nunca se terminarán los niños chicos que saquen temerosos sus bocadillos en el recreo.

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