Y lo dice Gal·la y no yo, que si lo digo yo tiene poca
credibilidad por eso del barrer para casa y demás, que ante el pobre muchacho
al que le han dicho: “Eres camarero” echa de menos a los camareros de Buenos
Aires. Pero no haremos leña de ese árbol, que no es desidia sino inexperiencia,
ya aprenderá aunque sea a nuestra costa.
Una terraza de una masía en el Montseny, en las montañas, el
sonido del viento entre las hojas, un cielo estrellado, un lugar idílico para
las parejitas que ahí nos reunimos, cuchicheamos a la luz de las velas, hacemos
manitas por encima y por debajo de la mesa, todo muy bodito y muy hedmozo.
Pero observo, como siempre, a mí alrededor, y encuentro una mujer sola, en
realidad sola, sola no, con un perro en el regazo, no sé cómo es el nombre de
la raza, ¿doberman enano?
Otra camarera, no tan nefasta como el nuestro, pero
demasiado forzada en su simpatía, se acerca a la mujer y le dice:
―¿Coloco el plato del señor aquí?
La mujer sonríe, amable, dispuesta a no enfadarse: “No
vendrá nadie más”. Igual de desagradable que cuando dejas sentar a una
embarazada en el autobús y resulta que no está embarazada, lo mismito. La
camarera, zolocha, ríe nerviosa y se lleva el plato y la copa con la cabeza
gacha, pensando quizá que lo que debería hacer es meterse la lengua, la copa y
el plato por el mismísimo culo, o al menos es lo que haría yo.
La miro de nuevo, no es fea, no es vieja. La que habla ahora
es la anciana, mejor dicho la vieja, que llevo dentro, se llama Angustias, es
viuda de un ferroviaria, todas las mañanas va a misa, le gusta jugar al mus con
las amigas, el vino moscatel y los pestiños. Todos tenemos una Angustias, la
que critica, la que chusmea sin reparos, que se agarra el cuello de la blusa
blanca y dice: “Ya sabe usted que a mí no me gusta de criticar pero…. ¿qué no
es normal que una muchacha ande sola por el mundo no me lo va a negar? Y como
en un cómic saco un sifón del bolsillo y rocío la cara de la vieja criticona,
la echo de la viñeta a chorrazos de agua gasificada. Pues si está sola será porque querrá, porque
no quiere estar con nadie. ¿Y quién soy yo para juzgarla?
Por fin nos traen los primeros, una ensalada para Gal·la y
salmón marinado para mí, marinado, lo que se dice marinado no es, ahumado y con
alguna especie por encima, pero… a lo hecho pecho. Me olvido de la mujer del
doberman y sigo con lo mío, con lo nuestro, charlamos con Gal·la, de ella, de
mí, de lo nuestro, de recuerdos, de otras charlas, reímos… y al rato, vuelvo a
reparar en la mujer y pienso en si yo he hecho eso alguna vez. ¿Y saben qué? Sí
que lo he hecho, y entonces se me ocurre lo que otros habrán pensado gracias a
su vieja interior, lo mismo que yo, ¿Qué hará este muchacho aquí solo? He ido
al cine, he ido a comer y a cenar solo e imagino como me habrán criticado. ¡Qué
se jodan!, ¡Qué me jodan! Por pensar como he pensado.
Un conocido me dijo que su mejor amigo era él mismo. Que con
los años si uno se ha escuchado, si ha hablado con él, puede llegar a ser su
mejor confesor, su mejor compinche, su mejor amigo. Yo por ahora no sé si soy
mi mejor amigo, digamos que soy un buen colega, y es que a lo largo de mi vida
me he hecho unas cuantas jugarretas. No para ser un enemigo pero si para
tenerme cierta desconfianza.
Así que terminado el
segundo, unos buñuelos de bacalao para mí y un pollo con ciruelas para
Gal·la me enciendo un cigarrillo y miro
a la mujer nuevamente, ahora terminado su postre, mira más allá de las
montañas, acaricia el cánido que dormita en su falda y pienso: ¿Con quién
estaría cenando esa mujer, con su mejor amiga o su peor enemiga?
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