Yo ya lo sabía, porque no es la primera vez que voy a
Argentina (y no será la última) pero uno no sabe lo que es comer carne hasta
que no come un auténtico asado argentino. No se trata de una barbacoa, tampoco
de echar un par de chuletitas al fuego, eso señores es otra cosa, otra liga,
otro deporte, no tiene nada que ver con lo que estamos acostumbrados. Nada de
líquidos ni pastillas para encender el fuego, madera, carbón y paciencia.
Poco a poco se hace la brasa, con tranquilidad, da tiempo de
descorchar una botellita de vino, de charlar, de hablar de política, de recordar
anécdotas, de que se vayan sumando más parrilleros y de contrastar opiniones
sobre la temperatura del fuego, el tipo de madera o la última excentricidad de
Maradona, todo vale.
Pueden imaginar lo exigente que se vuelve uno después de
formar parte de una ceremonia como esta, el que ha probado semejante manjar se
vuelve tiquismiquis, exquisito diría yo. Comienza a mirar con desconfianza los
pedazos de carne que le ponen en la mesa, levantándolos insolente con el
cuchillo y preguntando en vos alta pero sin dirigirse a nadie: “¿Y esto está al
punto?” En fin, quien ha probado lo bueno…
Y claro uno llega a España de esta forma y lee en la prensa
algo que realmente lo descoloca, y cuando yo leí lo que voy a relatar, miré a
mi alrededor, buscando a mis compañeros parrilleros que se habían quedado más
allá del atlántico. Sostuve el periódico con dos dedos como el padre primerizo
que sostiene el primer pañal cagado de su hijo. El titular decía así: “Una hamburguesa
cultivada en laboratorio”. Son tres
palabras que no tienen nada que ver las unas con las otras, hamburguesa,
cultivada y laboratorio.
Pero por supuesto eso sólo era la punta de lo iceberg,
porque el artículo aún estaba por leer, la cosa sigue: “La carne se ha
cultivado a partir de células madre de una vaca”. “Tampoco descartan incluir
células óseas que permitan crear, por ejemplo, chuletones”, “ha costado cinco
años y 248.000 euros”, “45% menos de gasto energético, 96% menos de emisiones
de gases de efecto invernadero y un 99% menos de superficie cultivada” y por
último, “La buena noticia es que nadie enfermó y la mala que sobró la mitad”.
Si esto fuese un cómic ahora aparecerían calaveras,
rayos y culebras. No era suficiente con
que nuestros tomates sepan a corcho o que nuestro ganado sea alimentado con excrementos
de águila de Afganistán, ahora se les ha ocurrido que es mucho mejor cultivar
(¡ojo! ¡cultivar!) carne en un laboratorio. Como cosa exótica tengo suficiente
con las hamburguesas de tofu, por lo menos el tofu se lo que es, ¿Pero qué
mierda es una célula madre de una vaca? No me imagino en un ranchito de la
provincia de Buenos Aires haciendo un asadito de células madre de vaca. “¡Che
viejo, está célula es un lujo eh!”, “¿Negro, dónde compraste estás células, en
lo del Gordo Colotto? Son espectaculares?”.
Nos dicen que son el futuro, que contamina menos que una
vaca… ¡contamina menos que una vaca! Fábricas, residuos radiactivos, plantas
nucleares que revientan, coches por todas partes, vertederos ilegales y legales
y lo que contamina es una vaca. No se han trabajado mucho ese punto. Pero
insisten en que son la hostia en bicicleta y que si la cosa cuaja cultivarán
chuletones e imagino que costillitas, cecina y jamón serrano. Si la cosa cuaja,
¿Pero cómo va a cuajar si ni ellos se han terminado una hamburguesa de 248.000
euros? Si con un menú de 10 euros soy capaz de comerme un tenedor, ¿qué no
podría hacer con una maldita hamburguesa de 248.000 boniatos?
Tengo un par de ideas de lo que podrían hacer esta manga de
atorrantes (perdón por el argentinismo, pero… en la RAE encontrarán la
definición) pero me abstendré, pues hablando de comida no está bien que uno
hable de anos o de culos. Lo que si sé es lo que no deben hacer, y es traspasar
las fronteras de Argentina con una hamburguesa de células de vaca, pues les van
a dar una reverenda patada en el culo y los van a mandar a la reputísima madre
que los recontra mil cuatrocientos parió, a ellos, a la vaca puta que donó sus
células y la concha purulenta de la yegua de su hermana (de ellos, no de la
vaca).
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