domingo, 11 de agosto de 2013

LA VACA SAGRADA

Yo ya lo sabía, porque no es la primera vez que voy a Argentina (y no será la última) pero uno no sabe lo que es comer carne hasta que no come un auténtico asado argentino. No se trata de una barbacoa, tampoco de echar un par de chuletitas al fuego, eso señores es otra cosa, otra liga, otro deporte, no tiene nada que ver con lo que estamos acostumbrados. Nada de líquidos ni pastillas para encender el fuego, madera, carbón y paciencia.

Poco a poco se hace la brasa, con tranquilidad, da tiempo de descorchar una botellita de vino, de charlar, de hablar de política, de recordar anécdotas, de que se vayan sumando más parrilleros y de contrastar opiniones sobre la temperatura del fuego, el tipo de madera o la última excentricidad de Maradona, todo vale.
Pueden imaginar lo exigente que se vuelve uno después de formar parte de una ceremonia como esta, el que ha probado semejante manjar se vuelve tiquismiquis, exquisito diría yo. Comienza a mirar con desconfianza los pedazos de carne que le ponen en la mesa, levantándolos insolente con el cuchillo y preguntando en vos alta pero sin dirigirse a nadie: “¿Y esto está al punto?” En fin, quien ha probado lo bueno…
Y claro uno llega a España de esta forma y lee en la prensa algo que realmente lo descoloca, y cuando yo leí lo que voy a relatar, miré a mi alrededor, buscando a mis compañeros parrilleros que se habían quedado más allá del atlántico. Sostuve el periódico con dos dedos como el padre primerizo que sostiene el primer pañal cagado de su hijo. El titular decía así: “Una hamburguesa cultivada en laboratorio”. Son tres palabras que no tienen nada que ver las unas con las otras, hamburguesa, cultivada y laboratorio.
Pero por supuesto eso sólo era la punta de lo iceberg, porque el artículo aún estaba por leer, la cosa sigue: “La carne se ha cultivado a partir de células madre de una vaca”. “Tampoco descartan incluir células óseas que permitan crear, por ejemplo, chuletones”, “ha costado cinco años y 248.000 euros”, “45% menos de gasto energético, 96% menos de emisiones de gases de efecto invernadero y un 99% menos de superficie cultivada” y por último, “La buena noticia es que nadie enfermó y la mala que sobró la mitad”.
Si esto fuese un cómic ahora aparecerían calaveras, rayos  y culebras. No era suficiente con que nuestros tomates sepan a corcho o que nuestro ganado sea alimentado con excrementos de águila de Afganistán, ahora se les ha ocurrido que es mucho mejor cultivar (¡ojo! ¡cultivar!) carne en un laboratorio. Como cosa exótica tengo suficiente con las hamburguesas de tofu, por lo menos el tofu se lo que es, ¿Pero qué mierda es una célula madre de una vaca? No me imagino en un ranchito de la provincia de Buenos Aires haciendo un asadito de células madre de vaca. “¡Che viejo, está célula es un lujo eh!”, “¿Negro, dónde compraste estás células, en lo del Gordo Colotto? Son espectaculares?”.
Nos dicen que son el futuro, que contamina menos que una vaca… ¡contamina menos que una vaca! Fábricas, residuos radiactivos, plantas nucleares que revientan, coches por todas partes, vertederos ilegales y legales y lo que contamina es una vaca. No se han trabajado mucho ese punto. Pero insisten en que son la hostia en bicicleta y que si la cosa cuaja cultivarán chuletones e imagino que costillitas, cecina y jamón serrano. Si la cosa cuaja, ¿Pero cómo va a cuajar si ni ellos se han terminado una hamburguesa de 248.000 euros? Si con un menú de 10 euros soy capaz de comerme un tenedor, ¿qué no podría hacer con una maldita hamburguesa de 248.000 boniatos?

Tengo un par de ideas de lo que podrían hacer esta manga de atorrantes (perdón por el argentinismo, pero… en la RAE encontrarán la definición) pero me abstendré, pues hablando de comida no está bien que uno hable de anos o de culos. Lo que si sé es lo que no deben hacer, y es traspasar las fronteras de Argentina con una hamburguesa de células de vaca, pues les van a dar una reverenda patada en el culo y los van a mandar a la reputísima madre que los recontra mil cuatrocientos parió, a ellos, a la vaca puta que donó sus células y la concha purulenta de la yegua de su hermana (de ellos, no de la vaca).

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