jueves, 30 de mayo de 2013

HORMIGAS ROJAS Y HORMIGAS NEGRAS

No sé si he contado alguna vez que mi abuelo no iba al cine porque los acomodadores llevaban uniforme. Hasta ese punto llegaba la repulsión de mi abuelo hacia los uniformes. Esta repulsión ha sido heredada generacionalmente hasta llegar a nuestros días, es decir, a mi persona. No soy demasiado amigo de los uniformes, y espero que el sagaz lector sepa leer entrelíneas y adivine de quién estoy hablando, a qué clase de uniformes me refiero.


Entenderá, pues, que los uniformes de las dependientas de los centros comerciales atentan exclusivamente al buen gusto, no a mi moral, y que los uniformes de los barrenderos son llamativos pero no me violentan. He pensado en ello cuando hoy he visto unas imágenes que han hecho que mi ano se alborotase en la silla. He visto cómo uniformes de policía y uniformes de bombero se mezclaban en una batalla campal frente al Parlamento. Cascos negros y cascos rojos, como una pelea entre dos tribus de hormigas, las hormigas rojas y las hormigas negras.

Después de pensarlo durante algún tiempo he llegado a la conclusión de que probablemente los únicos uniformes que no me irritan son los de los guardabosques y los de los bomberos, pero, bueno, esto de las opiniones, ya saben, son como los culos: todo el mundo tiene una.

No pienso ahora comenzar a despotricar sobre la actitud de la policía, no tengo ninguna intención de juzgar su actuación con los bomberos, ni siquiera las recientes actuaciones en las manifestaciones que diariamente vemos en nuestro devastado país.  Lo que si haré es ponerme en su pellejo.

Me cuesta mucho imaginarme vestido de guindilla, pero la imaginación al poder. Me cuesta aún más verme delante de un grupo de estudiantes o de cualquier grupo de ciudadanos anónimos y recibir la orden de cargar contra ellos. Frente a esta situación sólo concibo dos explicaciones: o bien los que se esconden bajo los cascos, las porras y los escudos son unos auténticos psicópatas muy bien adiestrados para no sentir remordimientos ni dolor con la desgracia ajena, o bien son tipos normales, funcionarios al fin y al cabo, que deben tener tales remordimientos que ni un quintal de pastillas antidepresivas ni horas y horas de terapia podrán remendar su conciencia.

Siempre hay cientos de excusas, de motivos y de razones para justificar una carga policial: supuestas agresiones, intimidaciones, provocaciones, prevención, etc. Pero uno piensa que ellos están para defendernos, para velar por nuestra seguridad; espero que con todo esto no me tilden de demagogo, no es demagogia, simplemente intento encontrarle una explicación. Supongo que casi todo el mundo alguna vez ha estado obligado a hacer algo en contra de su voluntad, a seguir órdenes de un jefe con las que no comulgaba en absoluto. Pero ¿de una forma tan reiterada? Lo siento, pero muchas veces uno pierde cualquier esperanza y cree que los que aporrean al pueblo no están defendiendo los intereses de los que pagan sus salarios. Sino otros muy distintos.


Pero, como ya he dicho antes, esto es sólo una opinión, y quizá dista mucho de la realidad, quizá es sólo mi realidad, pero, como de opiniones y culos todos tenemos uno y mi opinión ya está expuesta, guardaré bien mi culo, por las porras que vengan.

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