No sé
si he contado alguna vez que mi abuelo no iba al cine porque los acomodadores
llevaban uniforme. Hasta ese punto llegaba la repulsión de mi abuelo hacia los
uniformes. Esta repulsión ha sido heredada generacionalmente hasta llegar a
nuestros días, es decir, a mi persona. No soy demasiado amigo de los uniformes,
y espero que el sagaz lector sepa leer entrelíneas y adivine de quién estoy
hablando, a qué clase de uniformes me refiero.
Entenderá,
pues, que los uniformes de las dependientas de los centros comerciales atentan
exclusivamente al buen gusto, no a mi moral, y que los uniformes de los
barrenderos son llamativos pero no me violentan. He pensado en ello cuando hoy
he visto unas imágenes que han hecho que mi ano se alborotase en la silla. He
visto cómo uniformes de policía y uniformes de bombero se mezclaban en una
batalla campal frente al Parlamento. Cascos negros y cascos rojos, como una
pelea entre dos tribus de hormigas, las hormigas rojas y las hormigas negras.
Después
de pensarlo durante algún tiempo he llegado a la conclusión de que
probablemente los únicos uniformes que no me irritan son los de los
guardabosques y los de los bomberos, pero, bueno, esto de las opiniones, ya
saben, son como los culos: todo el mundo tiene una.
No
pienso ahora comenzar a despotricar sobre la actitud de la policía, no tengo
ninguna intención de juzgar su actuación con los bomberos, ni siquiera las
recientes actuaciones en las manifestaciones que diariamente vemos en nuestro
devastado país. Lo que si haré es
ponerme en su pellejo.
Me
cuesta mucho imaginarme vestido de guindilla, pero la imaginación al poder. Me
cuesta aún más verme delante de un grupo de estudiantes o de cualquier grupo de
ciudadanos anónimos y recibir la orden de cargar contra ellos. Frente a esta
situación sólo concibo dos explicaciones: o bien los que se esconden bajo los
cascos, las porras y los escudos son unos auténticos psicópatas muy bien
adiestrados para no sentir remordimientos ni dolor con la desgracia ajena, o
bien son tipos normales, funcionarios al fin y al cabo, que deben tener tales
remordimientos que ni un quintal de pastillas antidepresivas ni horas y horas
de terapia podrán remendar su conciencia.
Siempre
hay cientos de excusas, de motivos y de razones para justificar una carga
policial: supuestas agresiones, intimidaciones, provocaciones, prevención, etc.
Pero uno piensa que ellos están para defendernos, para velar por nuestra
seguridad; espero que con todo esto no me tilden de demagogo, no es demagogia,
simplemente intento encontrarle una explicación. Supongo que casi todo el mundo
alguna vez ha estado obligado a hacer algo en contra de su voluntad, a seguir
órdenes de un jefe con las que no comulgaba en absoluto. Pero ¿de una forma tan
reiterada? Lo siento, pero muchas veces uno pierde cualquier esperanza y cree
que los que aporrean al pueblo no están defendiendo los intereses de los que
pagan sus salarios. Sino otros muy distintos.
Pero,
como ya he dicho antes, esto es sólo una opinión, y quizá dista mucho de la
realidad, quizá es sólo mi realidad,
pero, como de opiniones y culos todos tenemos uno y mi opinión ya está
expuesta, guardaré bien mi culo, por las porras que vengan.
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