Parece
ser que junto a la plaza Catalunya, justo donde empieza la rambla, cada día se
reúne un grupo de ciudadanos que forman una plataforma solidaria sin ánimo de
lucro, un grupo de desconocidos que reparten comida entre otros desconocidos.
Personas que observan y ven, que saben leer la letra pequeña, que no se quedan
con la superficialidad y que tras escudriñar descubren la realidad y una vez
descubierta tienen la convicción que con pequeños actos la pueden cambiar.
Escuché
el testimonio de una mujer que había cocinado en su casa treinta y nueve
raciones de macarrones y hecho sesenta y ocho bocadillos, junto con los otros
voluntarios tenían que llegar por lo menos a las ciento veinte raciones.
Raciones que llenarán los estómagos de gente sin techo, de ancianas y ancianos
con pensiones insultantes de lo ridículas, parados de larga duración, etc.
Una
vez en una conversación comenté que yo estaba en contra de los bancos de
alimentos y de las ONG en general y no me comprendieron, hoy lo vuelvo a
repetir pero intentaré explicarme mejor. No concibo un gobierno que no se haga
cargo de los problemas sociales, no concibo que un país con gente que pasa
HAMBRE y el estado se haga el loco y mire hacía otro lado. Me preocupa y me
disgusta (ahí va mi explicación) que los que se tengan que hacer cargo de la
situación sean los ciudadanos, hombres y mujeres que cuidan de sus congéneres
desinteresadamente. Esta clase de gente entre otra mucha son los que dan
sentido a la existencia, ¿qué si no?, pero no deberían existir, no deberían estar
obligados a tomar esta determinación, otros deberían hacerlo por ellos.
Como
unos padres despreocupados que dejan que sus hijos se las apañen como puedan,
así actúa nuestro gobierno. Con cortinas de humo, con decisiones que no nos
afectan como deberían afectarnos, de forma positiva, sino que decisión tras
decisión nos dilatan más y más el recto. Decisiones como digo que la única
consecuencia que tienen es que cada día más gente necesite más ayuda, que cada
día las pase más putas para llegar a fin de mes si es que llegan a fin de mes.
Pero
siempre hay una de cal y otra de arena. Cal: supermercados que destruyen los
alimentos para que la gente no rebusque en los cubos. Arena: asociaciones que
se colocan en las puertas de los establecimientos para recoger alimentos no
perecederos. Cal: la presidenta de una ONG que usaba (presuntamente, aún no ha
sido juzgada) la comida del banco de alimentos para servirla en su restaurante.
Arena: vecinos solidarios que ayudan a otros vecinos, que hacen lentejas de más
y se la suben a la vecina del sexto que tiene dos niños pequeños y no encuentra
trabajo. Cal: salarios altos y menús casi gratuitos en el congreso de los
diputados. Arena: una mujer que cocina treinta y nueve raciones de macarrones
en su casa para sus conciudadanos menos favorecidos.
Si
sois de aquellos que aún no habéis visto un comedor social, que por algún azar
del destino no habéis visto en vuestros barrios a gente rebuscando en las
basuras. Si sois los que negáis la evidencia, los que esconden la cabeza bajo
el ala, los que miran hacía otro lado o no contestan a un mendigo cuando les
pide limosa, espero que algún día al salir del cine, mientras recordáis el
sabroso helado que os acabáis de comer, paseando por las ramblas os ofrezcan un
plato de macarrones con tomate.
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