lunes, 6 de mayo de 2013

ORO LÍQUIDO


Recuerdo que cuando estuve en Andalucía uno de los desayunos estrella era pan tostado con aceite. O, por lo menos, yo siempre desayunaba lo mismo. Un par de rebanadas de pan tostadas y abundante aceite, un chorrazo de oro líquido, y no de petróleo, precisamente.
Es un aceite, el de Andalucía, que le hace a uno perder la cabeza; verde de lo puro, espeso de lo virgen, oloroso como pocos. Un chorrito de él, con un poquito de sal sobre pan tierno, hace que un servidor se plantee muchas cosas sobre la nouvelle ciusine.


Un viejo bar, en Cádiz, con mesas de madera, jamones y chorizos colgados. Un café con leche en vaso y un desayuno a base de pan y aceite; gloria bendita, oiga. Una aceitera usada, de las que tienen el corcho empapado en litros y litros de aceites, hasta podría masticarse el tapón como el primer e innovador chicle de aceite. Una aceitera que deja roel sobre la mesa, que suda aceite por todos los poros de cristal, que invita a lamerla, que contiene el tesoro de tierras trabajadas. Un recipiente que tiene más valor que cualquier huevo Fabergé.

Pues también nos lo quitan. Tócate lo huevos, oye. Primero prohibieron fumar; en realidad, nos dieron a elegir, y el fumador podía ir a los bares para compartir su humo con otros parroquianos, pero al final dijeron ni patí ni patí, no se fuma y punto, tu salud es lo primero, perdón, lo primero son los impuestitos de tu cajetilla y luego tu salud. Y ahora a algún iluminado se le ocurre quitarnos las aceiteras. Pero ¿se puede saber qué carajo le hemos hecho nosotros a esta gente? Sabemos quiénes son, no ha sido un mandato divino, ha sido la Unión Europea. Un grupo de señores que comen emulsión de costillar de ciervo y salmón disecado con corteza de pepinillos ha decidido, así buenamente, que ahora no se pueden tener aceiteras en los bares o restaurantes.

Los sustituirán por envases monodosis o botellas no reutilizables, como el whisky[I1] , oye. Reunidos en sus despachos de Bruselas, entre mamada y mamada de sus secretarias, mis primos han decidido que en España tenemos que tomar ejemplo de italianos y portugueses, que ya han adoptado esta medida. Y lo hacen por una razón: para evitar el fraude con el aceite de oliva. A mí se me llevan los demonios. ¿No tienen nada más importante que hacer? ¡Que nos dejen vivir tranquilos, coño!

Hay un restaurante, donde voy desde siempre, de hecho, la primera vez que fui estaba en la barriga de mi madre. Es un restaurante italiano. Resulta que en ese restaurante, cuando te pides una pizza, te ofrecen una aceitera, de las de toda la vida, con aceite picante, un aceite que condimentan ellos: ajitos, hojas de albaca, romero y un par de guindillas arrancadas de los intestinos de lucifer. Una auténtica maravilla. Y ahora, cuando yo quiera aderezar mi pizza de ajos tiernos y setas, el camarero me traerá una capsula de aceite refinado, sin alma.

Fraude, dicen. Pues miren, así a bote pronto, se me ocurren un par de frases que podrían trabajarse un poquito antes de comenzar a tocarnos las pelotas con el aceite de oliva. Yo no sé si será envidia, vete a saber. Porque en Alemania, Austria, Estonia, Luxemburgo… tienen muchas cosas, muchas, pero aceite, lo que se dice aceite, no tienen. Si nuestro representante en Europa fuese una persona seria, al oír las palabras prohibición, aceite y aceitera, tendría que haberse levantado de su escaño, sacar la navaja albaceteña y cortar un par de corbatas; pero somos unos achantaos, y así nos va.

Yo, desde mi humilde escaño, que se sitúa lejos de Bruselas, tengo una propuesta: podrían coger esta nueva ley, este paquete de medidas en contra de las aceiteras, que imagino será un buen fajo de folios, enrollarlo cuidadosamente, mojar la parte superior del mismo con abundante aceite de oliva (recomiendo fervientemente el de Jaén) e introducirlo, con la misma mano firme que prohíbe, por su apestoso, repugnante y seboso culo europeo.

 [I1]Jo prefereixo posar l’anglicisme en cursiva, però si vols posar güisqui pots fer-ho.

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