martes, 7 de mayo de 2013

LA VIEJA FOTOGRAFÍA


Encontré la fotografía en una caja. No sé cómo desapareció en esa caja ni cómo volvió a aparecer, pero ahí estaba. Una foto antigua, blanco y negro, dos jóvenes adultos y dos hombres jóvenes. Uno de ellos, mi abuelo paterno. Uno podría pensar en una de esas viejas imágenes de Lucky Luciano o de Al Capone: dos jóvenes descendientes de inmigrantes italianos en la vieja Buenos Aires, con trajes nuevos, zapatos lustrados, pelo brillante y sonrisa pícara.


Me ha sorprendido siempre la forma que tenían los niños de antes de pasar de niños a hombres. Parecía que de un plumazo se saltaban la adolescencia, por lo menos en cuanto a la imagen. “Aquí tenía dieciséis años”, y aparece un joven apuesto peinado con la raya perfecta, un fino bigote y un traje hecho a medida. Y pienso en cuando yo tenía dieciséis, que no era más que un mocoso imberbe, que sólo me ponía traje para disfrazarme en carnaval, con una falsa cicatriz en la mejilla hecho con el lápiz de ojos de mi madre.

Supongo que no había tiempo para ser adolescente, te sacaban de la niñez a hostia limpia. Te quitaban los pantalones cortos, guardaban la peonza en un cajón, te daban un traje y, ale, al mundo de los mayores. Tu tío Paco te llevaba al puticlub para que Maruja, la cachonda, te devolviese hecho un hombre. Tu padre te daba un paquete de cigarrillos: “Ya eres un hombre, ya puedes (léase debes) fumar”. Y lo lanzaban al ruedo; y mi abuelo, y el del lector, aprendió a ser un hombre, no le quedaba otra.

Da igual qué tipo de hombre aprendieses a ser, la cuestión es que aprendías. Mi abuelo aprendió a ser un vividor, un tanguero empedernido, amante del vino y de las mujeres, aunque sea Manolo Escobar el que lo dice y no Homero Manzi, que le pegaría más al abuelo. Aprendías a lustrarte los zapatos, a caminar con gallardía pisando el duro asfalto y a encenderle un cigarrillo a una mujerzuela parada bajo una farola.

Hoy el joven aprende de a poquito, sin prisa, que ya vendrá cuando tenga que trabajar. Que el traje es para las bodas. Protegidos por las faldas de una madre, que no tiene la culpa, en realidad, no toda la culpa. Que ella se hizo mujer muy rápido y no le cuenta todo lo que le tiene que contar a su hija.

Hoy no hay jóvenes hombres; hoy lo que hay es una piara de Peter Pans, con gorras mal puestas y pantalones caídos, que son el futuro, indudablemente, pero que descubrirán tarde o temprano que ya son hombres, cuando sea demasiado tarde, que descubrirán tarde, seguro que más tarde que temprano, que les tendrían que haber sacado los pantalones cortos mucho antes.

Quizás ya es tarde para decir, dada la situación actual, que no está de más que el muchacho trabaje mientras estudia. Que ahí fuera le espera un mundo de hombres, hombres malvados, si se quiere, y que cuando uno aparte las faldas de la madre y la mano del padre ya no esté en su hombro se dará cuenta de lo jodidos que están.  Antes se hacían hombres con cojones (perdón por el machismo [¿?]), ahora se hacen hombres por cojones.

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