Encontré
la fotografía en una caja. No sé cómo desapareció en esa caja ni cómo volvió a
aparecer, pero ahí estaba. Una foto antigua, blanco y negro, dos jóvenes
adultos y dos hombres jóvenes. Uno de ellos, mi abuelo paterno. Uno podría
pensar en una de esas viejas imágenes de Lucky Luciano o de Al Capone: dos
jóvenes descendientes de inmigrantes italianos en la vieja Buenos Aires, con
trajes nuevos, zapatos lustrados, pelo brillante y sonrisa pícara.
Me ha
sorprendido siempre la forma que tenían los niños de antes de pasar de niños a
hombres. Parecía que de un plumazo se saltaban la adolescencia, por lo menos en
cuanto a la imagen. “Aquí tenía dieciséis años”, y aparece un joven apuesto
peinado con la raya perfecta, un fino bigote y un traje hecho a medida. Y
pienso en cuando yo tenía dieciséis, que no era más que un mocoso imberbe, que
sólo me ponía traje para disfrazarme en carnaval, con una falsa cicatriz en la
mejilla hecho con el lápiz de ojos de mi madre.
Supongo
que no había tiempo para ser adolescente, te sacaban de la niñez a hostia
limpia. Te quitaban los pantalones cortos, guardaban la peonza en un cajón, te
daban un traje y, ale, al mundo de los mayores. Tu tío Paco te llevaba al
puticlub para que Maruja, la cachonda, te devolviese hecho un hombre. Tu padre
te daba un paquete de cigarrillos: “Ya eres un hombre, ya puedes (léase debes)
fumar”. Y lo lanzaban al ruedo; y mi abuelo, y el del lector, aprendió a ser un
hombre, no le quedaba otra.
Da
igual qué tipo de hombre aprendieses a ser, la cuestión es que aprendías. Mi
abuelo aprendió a ser un vividor, un tanguero empedernido, amante del vino y de
las mujeres, aunque sea Manolo Escobar el que lo dice y no Homero Manzi, que le
pegaría más al abuelo. Aprendías a lustrarte los zapatos, a caminar con
gallardía pisando el duro asfalto y a encenderle un cigarrillo a una mujerzuela
parada bajo una farola.
Hoy el
joven aprende de a poquito, sin prisa, que ya vendrá cuando tenga que trabajar.
Que el traje es para las bodas. Protegidos por las faldas de una madre, que no
tiene la culpa, en realidad, no toda la culpa. Que ella se hizo mujer muy
rápido y no le cuenta todo lo que le tiene que contar a su hija.
Hoy no
hay jóvenes hombres; hoy lo que hay es una piara de Peter Pans, con gorras mal
puestas y pantalones caídos, que son el futuro, indudablemente, pero que
descubrirán tarde o temprano que ya son hombres, cuando sea demasiado tarde,
que descubrirán tarde, seguro que más tarde que temprano, que les tendrían que
haber sacado los pantalones cortos mucho antes.
Quizás
ya es tarde para decir, dada la situación actual, que no está de más que el
muchacho trabaje mientras estudia. Que ahí fuera le espera un mundo de hombres,
hombres malvados, si se quiere, y que cuando uno aparte las faldas de la madre
y la mano del padre ya no esté en su hombro se dará cuenta de lo jodidos que
están. Antes se hacían hombres con
cojones (perdón por el machismo [¿?]), ahora se hacen hombres por cojones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario