domingo, 10 de febrero de 2013

COMO UN MIURA


Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer Bartleby, el escribiente de Herman Melville y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
He hecho un balance de buenas y malas decisiones tomadas a lo largo de mi vida: leer la caducidad de la lata de albóndigas en conserva que encontré en el fondo del armario de la cocina fue una buena decisión. Decirle a la señora Naranjo, mi feminista profesora de filosofía, que la lavadora hizo mucho más por el movimiento feminista que cualquiera de sus acciones fue una mala decisión.
Pero hay una decisión, de entre todas las que he tomado, que ha sido decisiva para el transcurso de mi vida. Quizá esa decisión haya sido el motivo de que ahora mismo no esté cumpliendo condena en prisión. Y no es otra que la decisión de no sacarme el carné de conducir.

Un día llegaré a casa, entraré en mi despacho y comprobaré, al quitarme la chaqueta, que llevo a una anciana colgada de la chepa. “¡Pero qué coño…!”, la octogenaria me mirará y dirá: “Lo siento, no he podido bajar”, “¿Pero dónde ha sido?”, “En el metro de Urquinaona, iba a entrar y…” Tengo por costumbre salir del vagón del metro como un toro de lidia, embistiendo a todo el que se cruza en mi camino. Pero estas arremetidas no son indiscriminadas, son calculadas y certeras; en este caso, no dejo nada al azar. Me coloco frente a la puerta cuando el metro está punto de llegar a mi estación y veo como la gente se coloca delante de la puerta, entonces comprendo que son de esa clase de gente que no tiene intención de dejar salir. Como yo doy por sentado que el dejar salir antes de entrar es norma social, me autoproclamo adiestrador de masas y salgo, como digo, embistiendo a todos aquellos que hacen caso omiso del letrero que indica que para que ellos puedan entrar en el vagón es preciso y necesario que antes dejen salir a los que quieren apearse.
Así pues, si actúo así al bajar del metro, ¿cómo actuaría al volante de un coche? Lo veo constantemente como peatón, veo a ancianos, que están entre los ochenta y la muerte, cruzando por donde ellos deciden que hay que cruzar, da igual lo cerca o lejos que esté el paso de peatones y mucha menos importancia tiene el color del semáforo. También observo como madres cruzan en rojo con el carrito del niño, incluso hablando por el móvil (recordáis eso del carné para ser padre, ¿no?) Motos cruzándose entre los coches, coches marcha atrás, en contra dirección, saltándose semáforos en rojo. Cada día cientos de infracciones y ¿y yo tengo que sacarme el carné voluntariamente y meterme en esa suerte de San Fermín motorizado? Ni hablar, aprecio demasiado mi libertad.
Una vez, en la autopista, Gal·la y yo volvíamos de un pueblecito del Montseny donde habíamos ido a comer y un infeliz con un coche deportivo se nos cruzó. Yo, que iba mirando el paisaje tranquilamente, por supuesto me asusté, pero del susto pasé a la ira en décimas de segundo. Hice sonar el claxon, hecho que a Gal·la le molestó muchísimo, “Si quieres tocar el claxon, sácate el carné”. Yo la miré como diciendo: “¿No ves que estoy defendiendo nuestros derechos?”. Miré por la ventanilla y vi al eunuco sonriendo, me sentí impotente; os aseguro que paradito en el suelo, uno frente al otro no me sonreiría como lo hacía, estaba lleno de cólera, la rabia me consumía, e hice lo único que un hombre puede hacer en esos momentos, mostrarle el dedo corazón. Pero él respondió a mi insulto con un beso, ¡me tiró un besito! Creía que me iba a dar un ataque al corazón, la vena de la sien se me hinchó y comencé a insultarlo, bajé la ventanilla, saqué la cabeza y le solté una perorata de escarnios digna de un tabernero del siglo XVIII. Fue inútil, su coche de gran cilindrada se alejaba de nosotros y en dirección contraria, en la dirección del viento, mis insultos se perdían tras nosotros. Una vez más tuve razón, una persona como yo no puede tener carné de conducir, pero es aún más importante decir que soy yo mismo el que decide eso: me gusta la libertad, la comida caliente y mi casa, no quiero pasar lo que me queda de vida encerrado en una celda y actualizar el blog con historias de Antonio el cadenas y Paco el muecas. Pues os aseguro que si hubiera tenido carné y yo hubiera sido el que conducía, hubiese perseguido a ese mamarracho hasta el fin del mundo.
Tengo amigos que son lo que se conoce como amantes del motor, pueden hablar durante horas de cilindradas, motores de combustión interna o externa, revoluciones por minuto, etc. Yo encuentro que es un tema de conversación anodino e insustancial, pero para gustos vino un barco lleno de colores y se fue vacío; en fin, no me gustan los coches, por supuesto puedo decir si un coche es bonito o feo, pero de todas formas eso es objetivo y la conversación termina pronto.
El tema de la movilidad es harina de otro costal, hay gente que no concibe una vida sin automóvil. Mi padre no tiene carné, mi abuelo no tenía carné, mi bisabuelo no tenía carné, mi tatarabuelo no tenía carné, aunque no sé si por entonces ya se habían inventado los coches. El tema es que todos los hombres de mi familia han subsistido sin coche y os aseguro que hemos viajado, hemos visitado lugares y hemos sido muy felices. Por supuesto el debate siempre está servido, la gente que está a favor del coche se afana en hacerme una lista de todas las ventajas de tener automóvil. La independencia, dicen, es el punto más importante. Sinceramente, he viajado muchísimo y nunca he necesitado un coche, aviones, trenes, autocares, tranvías, taxis… La sociedad, a pesar de ser una sociedad claramente procoche, nos ha nutrido de un sinfín de medios para poder desplazarnos sin necesidad de tener carné. A veces veo a los conductores con los ojos inyectados en sangre, atrapados en un atasco, y yo paseando llegó a mi destino sin ningún tipo de estrés. ¿Quién es el independiente ahora? Pienso.
Por supuesto, si por alguna razón me viese obligado a escribir un texto a favor del coche, podría sacar mil y una razones para ello, pero como por ahora no me paga nadie por mis textos, y el blog es una mera pizarra donde sólo escribo yo, escribo lo que vivo, lo que siento, ¿por qué? Porque soy independiente.

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